Todos los personajes y hechos relatados en esta obra son ficticios. Cualquier parecido con la realidad podría ser una simple coincidencia. ¿O no? ")
EL NUEVO UNIVERSO
¿Qué haces
dibujante de letras?
─ Escribo palabras al viento, que un papel, ha de guardar. Caligrafía
pura, para crear tus sueños.
Mi escritura, es magia que dibuja tus
pensamientos, con trazos sin color, fantasías nacidas de mis manos, sembrando
en tu mente, mis sentimientos. ─
El Creador
Un nuevo universo
Vol. II
PARTE 2
J.M. Fontán
Continuando donde lo dejamos.
E |
l barco cabeceaba
suavemente, navegando río arriba, el frondoso paisaje de cultivo de palma
alcanzaba más allá de la vista. Las personas hacían su vida cotidiana en la
orilla.
Había pequeñas canoas de pescadores humildes
faenando, a su lado, lanchas pasaban raudas, levantando olas que irritaban a
los tripulantes de las canoas. Estos erguían, fútilmente sus puños de forma
amenazante. La joven observaba esto desde la cubierta del barco.
La voz
del caballero le hizo volver su rostro para mirarlo.
−Encantado
de conocerla ¿señorita? –
− Señor Macallister. Yo, –Titubeó la muchacha.
– Me gustaría que no me molestara. No tengo ningún interés en relacionarme con
usted. Por favor no insista más, señor. –
La
muchacha giró sobre sus talones y se alejó del caballero. Algo se deslizó de ella hasta el suelo.
Este la
siguió con su mirada. Recogiendo la hoja de papel que dejo atrás la joven.
− ¡Humm! Sospechosa… −
Murmuró entre dientes para sí mismo el caballero – Seguramente nos
volveremos a encontrar señorita. –
La joven,
con el corazón acelerado, por el miedo a que alguien la descubriera. No viajaba
con ningún varón, y eso estaba muy mal visto aquí. Estaba buscando a su amante,
después de hacerse pasar por muerta y tomar una nueva identidad.
Por fin
había llegado hasta aquí. Había viajado de polizón en un barco y caminado
cientos de quilómetros a través de pistas forestales. Atravesó plantaciones de
palma, selva y pantanos. Evitó pasar todo lo que pudo por aldeas y poblados,
solo entró en algunos para proveerse de víveres.
Ahora
que estaba tan cerca de Nicklas, no quería que sus planes se vieran truncados
por un extraño. Sabía, por las noticias, que su marido no la perseguiría, al
parecer había sido víctima del terremoto. Pero, por si acaso, ella debería
mantenerse al margen. No le interesaban herencias ni nada, aunque sus ganas de
vengarse de quien ordenó matarla, estaban muy presentes en su mente, pero ya no
había de quien vengarse. Ahora solo deseaba pasar desapercibida.
Hamsa
se sentía estresada, no sabía nada de Nicklas desde el día que fingieron su
asesinato.
En
cierta manera, tuvieron suerte al encontrar el cadáver de aquella joven
prostituta.
Ella, estaba presente, mientras Nicklas le
cambiaba sus ropas, por las de ella. Le resultaba repugnante, las náuseas la
invadieron varias veces mientras contemplaba lo que él hacía.
Suplantando
la identidad, de la difunta, ella seria libre de ir a Brunei. Ella se vistió
con otros ropajes más simples, como si fuese una mendiga, para pasar
desapercibida entre el gentío.
Dejaron
el cadáver de la mujer en ese barracón y la acompañó hasta un ferry que se
dirigía haciendo cabotaje hasta Singapur.
El plan
consistía, que dentro de cuatro horas él le dispararía a los restos mortales,
que se pasarían por ella, cerca del puente, bajo el que se refugiaban los
cocodrilos.
Ella
deseaba que todo fuera según lo planeado.
El viaje en el buque fue tranquilo durante
los días siguientes. Pero la noche del quinto día las alarmas del buque se
pusieron en marcha. Los pasajeros salieron de sus camarotes y butacas
preguntando qué ocurría. La voz del capitán sonaba por los megáfonos, pero el
sonido de la alarma no dejaba entender lo que decía.
Empezó a sonar un rumor que empezó a tener más
intensidad, un maremoto.
− ¡Tsunami!... ¡tsunami…! – Empezó a gritar el pasaje.
Hamsa se asustó. Mas que nada porque ahora que tenía tan
cerca su libertad, podría perderlo todo.
El capitán intentó tranquilizar a los pasajeros,
insistiendo que en alta mar donde estaban, apenas se notaría cualquier tsunami.
Pero las personas, asustadas, no se tranquilizaban, más
bien, lo contrario. Personas llorando, con temor en sus rostros. Hombres con el
miedo brillando en sus ojos abrazando a sus familiares, intentando
tranquilizarlos.
Hamsa enredada en el tumulto, no sabía qué hacer,
desconocía todos los protocolos de salvamento marítimo. Sin darse cuenta la
habían arrastrado hasta los botes de salvamento. No sabe por qué, pero eso la
tranquiliza.
Mira el tumulto a su alrededor, mira niños y niñas
llorando. Sus padres intentando consolarlos. Pero sus caras aterradas asustaban
más que tranquilizaban, a los pequeños.
Un muchacho
jovencito, un adolescente desgarbado, en pleno crecimiento, con el vello facial
incipiente, sujetaba en sus brazos a dos chiquillos con fuerza, estaban
llorando, una mujer cubierta con una especie de burka negro, lo agarra por su
ropa a la altura de la cintura.
Hamsa no sabría distinguir si esta mujer, era su esposa o
su madre. Lo que si vio era la lucha del muchacho para mantenerse en esa
posición.
Pasó la noche y no resultó en nada serio en la
embarcación.
A la mañana siguiente todas las emisoras de radio y
televisión, redes sociales, despertaban con la noticia de tan terrible
terremoto.
Contaban las victimas por millares, primero en la isla de
Timor y después por los efectos de los tsunamis que había afectado a las islas
adyacentes.
El dolor, de pérdida, golpeó el pecho de Hamsa, cuando
escucho hablar de la muerte de su marido, y de casi todo el personal, que lo
acompañaba en el derrumbamiento del hotel donde se hospedaban.
El dolor no fue por la pérdida de su esposo, este no le
importaba nada. Sobre todo, ahora que sabía de sus aviesas intenciones.
Le dolía la pérdida del hombre que amaba.
− ¡Nicklas…, Nicklas…! – sollozaba, las lágrimas
escaparon por fin de sus cuencas. El pecho le oprimía. El amor de su vida,
ahora que lo había conocido, lo perdió en esta catástrofe.
− ¿Por qué? ¡¿Por qué?! – Gritó su corazón roto. Pero
solo le respondió el arrullo de la brisa, que enfriaba el sendero que las
lágrimas dibujaban en su faz.
¿Qué iba a ser de ella ahora? Se preguntaba. ¿A dónde
iría?. Sus planes se arruinaron.
Ella, era valiente, tenía mucho coraje y aceptó el plan
de Nicklas. Y ahora se terminó todo, así, en un momento… el dolor de su pecho,
aumentaba de intensidad a medida que pensaba. Sus labios, solo podían decir y
repetir el nombre de su amado, una y otra vez. La congoja la dominaba ya,
dolía, sí, le dolía mucho.
Se preguntaba una y otra vez por qué. ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué le tenía que pasar a ella? ¿Tan terrible era su culpa?
Como una zombi, continuó su viaje, como planeara con
Nicklas, hasta llegar al sitio de la reunión. Él le había dicho que lo esperara
en su casa, al lado del río Sungai Temburong.
Recordó su llegada
a Singapur.
“Ella miraba a menudo el ajado trozo de papel, con la
dirección escrita por Nicklas. Esto la tranquilizaba y consolaba. Mantenía viva
su llama de seguir adelante, le daba esperanzas. Pensaba que, si perdiese ese
trozo de papel, se volvería loca. Era todo lo que le quedaba de su amado, su
único recuerdo, su tesoro más valioso. Preferiría perder la vida a perder este
pedacito de papel.
Levantó la mirada y sus ojos llenos de pena miraron la
isla de Singapur.
Allí dentro de dos
días subiría al buque que la llevaría a Brunei.
Al pensar esto el corazón le dio un vuelco, sus piernas
le fallaron. Intentó asirse a algo para no caerse y el viento en ese momento le
arrebató el pedacito de papel escrito…
Pero reaccionó rápido y lo atrapó al vuelo. Ese gesto la
trajo devuelta a la realidad, guardó su tesoro más preciado en su pecho, en su
seno, encima de su corazón dolorido…”
Ahora, en el momento presente, sofocada por la pequeña
carrera, para huir de ese hombre, se escondió.
Estaba remontando el rio Sungai Temburong. Ya había dejado atrás la
capital. Con sus mansiones y palacios fastuosos. Llevó su mano al seno
izquierdo donde guardaba el recuerdo de su amado. Las instrucciones de cómo
llegar a su vivienda.
Durante unos instantes recordó su cara, su voz…
Pero sus elucubraciones pronto se desvanecieron…
El señor
Macallister, la encontró. La voz de él rompió su sosiego.
− Señorita. Perdone que la interrumpa. Pero se le ha
caído esto. – dijo casi sin aliento, entregándole una nota de papel.
Ella sorprendida mira al varón y a las manos de este
alternativamente, con delicadeza sujetó la nota.
− ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Señor. – respondió ella
alterada. – No se imagina usted de lo agradecida que estoy por su amabilidad.
No me di cuenta que lo había extraviado. Casi me salva la vida. –
La sonrisa de alivio y agradecimiento que expresaba su
rostro fue puesta al descubierto por una ráfaga de viento que le voló el velo.
El hombre al ver la hermosa faz de ella, interrumpió el comentario
que estaba a punto de salir de sus labios. Quedando absolutamente anonadado,
por la singular belleza que descubrió.
Así con la boca entreabierta, como alguien que pierde la
noción del tiempo, del lugar, de todo… En total, se quedó paralizado del
asombro unos segundos…
− No, no ha sido nada. – Dijo, cuando pudo articular las
palabras. – Creí que esta dirección sería importante para usted. –
− Pues sí, es muy importante. Es la dirección de unos
parientes a los que iba a visitar, para que me puedan ayudar a encontrar algún
trabajo. – Mintió ella.
− ¡Ah!... ya veo. Pues me alegro mucho de que mi esfuerzo
le haya servido de ayuda. –
− ¡Oh! No sabría como agradecerle este detalle de que me
buscase para devolverme esta dirección. La verdad que me hubiese sentido
perdida sin ella. –
Hamsa, se sentía muy agradecida por ello, pero también
quería alejarse de ese personaje. Pues las miradas inquisitivas, que le dirigía
la incomodaban. Pero, no sabía deshacerse de él, cortésmente, cuando este le
dijo.
− ¿Ha dicho que estaba buscando trabajo, señorita? –
Ella se quedó un momento en silencio mientras pensaba que
respuesta darle.
− Sí, estoy buscando trabajo, por eso vengo hasta la casa
de estos parientes. –
− ¡Qué pena! Yo podría facilitarle encontrar un trabajo,
en Bandar Seri… ¡Claro está! Solo si usted lo desea. – Le propuso el.
− Bueno… No, no. Muchas gracias por su amabilidad al
ofrecerme su ayuda. Pero yo realmente no quiero ser una molestia para usted. –
− ¡Oh, no! De ninguna manera. Usted no es ninguna
molestia. – Afirmó. – Así que va usted cerca de Biang. Es que lo leí en
su nota. – Se disculpó él.
Siguieron conversando a medida que la embarcación iba
sorteando los meandros que formaba el rio. El pequeño navío atracó en Bangar,
lugar donde se apeó James Macallister.
Él le dijo que le gustaría volver a verla. En cambio,
ella deseaba todo lo contrario.
Cuando zarpó la nave, ella solo pensó en sus problemas,
que haría allí sola, de momento tenía bastante dinero.
Por lo menos si lo administraba bien le duraría un par de
años viviendo en buenas condiciones, aparte ella sabía trabajar duro, pescar y
hacer labores agrícolas.
Tendría el problema de visitas inesperadas, para
evitarlos, se registró como la esposa del señor Nicklas Garssias. La siguiente
parada era el lugar donde ella debía dejar el barco.
Este seguía
surcando este rio color café con leche que bajaba lentamente cruzando el bosque
y las plantaciones. Por lo que le dijo Nicklas, su casita está en un tramo del
rio que ofrecía una vista espectacular, y que también tenía otra pequeña
vivienda que solía arrendar en el otro lado en el límite de Malaysia.
Hamsa se da cuenta de que el bajel cabecea más
intensamente, no era preocupante, pero se asomó al borde para ver el motivo,
del balanceo. Las corrientes en esta zona eran más briosas. Vio el pantalán
donde desembarcaría.
Las tablas, crujían bajo su peso al descender del barco,
ella avanzó presurosa por ellas.
Al fondo había
una caseta en la que estaban unos críos, que se quedaron viendo como bajaba del
barco. El que parecía mayor, fue corriendo hasta ella. Se encontraron un poco
más allá de la mitad del pantalán.
− ¿Necesita ayuda señora? – Preguntó el chaval.
− Si. Muchas gracias. – Llevaba poco equipaje. Pero, con
el traqueteo de las tablas le costaba avanzar.
El jovenzuelo asió
el fardo más grande y le ayudó a cruzar la pasarela.
− A dónde se dirige señora. – Le pregunta el mozo, al
tiempo que se pone el fardo a la espalda.
− A la vivienda de mi marido, El señor Nicklas Garssias. −
Al decir esto el muchacho la mira fijamente abriendo los ojos como platos,
literalmente.
− ¡Chicos, es la mujer de Nick! – Gritó el muchacho a sus
compañeros. Estos vinieron corriendo para intentar ayudar a la joven.
Se presentaron y le dijeron de acompañarla a la cabaña de
Nicklas. También le dijeron que esta se hallaba distante, de donde se
encontraban ellos, algo así como a una hora de camino, desde donde estaban.
La comitiva fue avanzando entre los campos de cultivo.
Algunas personas alzaban la vista para identificar a quienes se acercaban.
Ponían las manos encima de los ojos para que el sol no les molestase al
contemplar a los caminantes.
Vieron las primeras casa de Biang, y algunas
vecinas sentadas a la entrada de sus viviendas con sus labores en marcha,
saludaban a los jóvenes preguntando quien era la señora que los acompañaba.
− Es la esposa de Nicklas. – Argumentaban los jóvenes.
Mas adelante, donde iban a doblar una esquina. Un
muchacho le susurró al oído.
− Cuidado, con la mujer que vive aquí. Siempre ha dicho
que se casaría con el señor Nick. Le puede causar problemas porque es muy
celosa. –
− Sí. – Le
interrumpió un compañero. – Le dio una paliza a su prima. – Refiriéndose al
chaval que le daba el aviso. – Porque un día, Nicklas, la ayudó a mover unos
enseres en su casa. En cuanto se enteró, la buscó, la agarró del pelo y le
pegó. Gritando que ella no se acercara a Nick. Que era suyo y que una sucia
perra como ella no tenía derecho ni de hablarle. –
Los otros chiquillos se rieron recordando el suceso. Cuando
llegaron a la esquina.
− ¡Mira, es ella! ¡No digáis nada de que esta, es la
esposa de Nick! – Se dijeron unos a otros.
La mujer la vio.
Luego se fijó en los chavales y curioseó, a ver si le decían algo de esa
forastera. Esta mujer, no era muy agraciada de cara, que por cierto la tenía
descubierta. Pero los muchachos pasaron de largo casi arrastrando a Hamsa.
Llevaban un par de centenares de metros andando, cuando
escucharon a una persona hablar en voz alta.
− ¡Haji…! ¡Esa, esa! que va ahí… ¡Es la esposa de tu
querido Nicklas! No te parece increíble. –
Los chiquillos
apresuraron el paso riéndose. Y así, paso a paso, la llevaron delante de una
casita muy mona. No era muy grande, pero tenía una presencia cuidada y hermosa,
con su jardín muy elegante. La llevaron a una entrada y allí la dejaron. Ellos
se alejaron entre risas y bromas después de aceptar la propina que ella les
dio.
Ella buscó en su bolso la llave que le dio Nick.
CAPITULO IX
Un reencuentro
B |
ueno Haakim en unas horas llegaremos a mi casa de
veraneo. Espero que os sintáis cómodos.
– Les informó Nicklas.
Unas horas más tarde divisaron un claro en el bosque al
lado del rio, Nicklas redujo la velocidad de la lancha, desplazando está a
babor.
Mariana y Haakim miraron curiosos la orilla. Sin árboles,
separada del rio por un muro de rocas mordidas.
Los ocupantes de la pequeña embarcación todavía estaban
impregnados de la tintura dorada, y cubiertos con los mismos ropajes que les
otorgaron los monjes budistas.
−Vaya, que pintas tenemos. Parecemos los participantes de
un festival hindú. – Rompió el silencio Mariana.
−Menos mal que no hay nadie por los alrededores. –
comentó Nicklas. – La población está a unas dos horas de camino andando. Y
normalmente hay pocas visitas, y casi siempre es alguien que necesita de mis
habilidades para algo. Por lo tanto, estaremos tranquilos. –
− Y te podré cuidar, dándote atenciones de más calidad. –
dijo Mariana a Haakim.
− Creo que será necesario acercarlo a un hospital. Allí
le tratarán mejor que en casa. – Le acertó a decir Nicklas.
− ¿Hay algún
hospital cerca? – Pregunta Mariana.
− Realmente no, en Bukok hay un pequeño puesto
médico, que está bastante bien. Pero aquí en tenemos un puesto veterinario, al
que acudimos en caso de urgencia o de curas rápidas.
Mariana lo mira como preguntándose si habla en serio o
no.
Desembarcaron, guardando la lancha tras un pequeño
remanso, formado por una mini playa, guarnecida por rocas. Si no conocieses el
sitio no se vería, cobijado por las ramas bajas de los árboles, defendida por
las rocas, era prácticamente invisible.
Nicklas apartó unos matojos dejando al descubierto una
senda no muy usada.
Siguiendo la senda, llegaron a la muralla. En esta había
unas escaleras talladas en piedra. Una verja la coronaba.
Nicklas abrió la cancela, entrando a una especie de
jardín. Avanzaron un trecho por este sendero, al final de este estaba una casa
de arquitectura tradicional, pero con arreglos modernos. Dándole un aspecto
elegante y rústico. Se acercaron por la parte trasera, entre unos matorrales
había una figura similar a un brocal, él se agachó sobre borde y cogió las
llaves. Desde allí accedieron a la casa.
− ¡Bienvenidos a mi casa! – Dijo Nicklas. – Al cruzar el
pasillo estamos en Malaysia. –
− Es muy bonita. – Le dijo Mariana. – Casi parece una
casa de cuento. –
− Me alegra que te guste. – Contestó el aludido.
El anfitrión les mostró la vivienda orgulloso de ella.
Dejaron a Haakim en la primera habitación al lado de la cocina.
En un falso techo guardaron los objetos que les habían
entregado los monjes budistas.
Se acomodaron decidiendo esperar a que el joven sanase de
sus heridas.
En otro lugar a
miles de quilómetros de allí, dos hombres contemplaban un árbol característico.
Su grueso tronco formado por varias ramas, cubierto de musgo que apenas dejaba
ver el color del tronco.
− Fueron dieciséis
quilómetros, pero valió la pena. – Dijo uno de ellos.
− ¡Pero…! ¿Qué dices? Toda esta caminata, para ver un
árbol hueco en medio de la nada. – Se quejó el otro.
Otras personas más se acercaron al veterano tejo. Unos
mil novecientos años los observaban. El majestuoso tejo, creciendo sobre unas
rocas cubiertas, por el verde musgo, extendía sus ramas, hacia el cielo. Pero,
guardaba un secreto y estos dos hombres venían a desvelarlo.
− Tendremos que esperar a que los senderistas se alejen.
– Comentó el que parecía el líder.
− Ciertamente, doctor Jelinecki, no tengo muchas ganas de
cavar, cuando anochezca. –
−Doctor Müller, la idea fue suya. Y desde luego el lugar
invita al misterio. Pero tenemos que encontrar el misterioso objeto que se haya
aquí. –
− Lo sé. Pero ya no estoy acostumbrado a estas largas
caminatas. – Se quejó este.
− ¿Cómo quedó con el cura? –
− ¿Qué? ¡Ah, ya! – Se sorprendió, este mientras recordó.
– Dijo que llegará hoy al anochecer. Pero aquí no tengo cobertura para advertirle
que no estaremos en el hotel. –
− Realmente pienso que es mejor regresar y volver mañana.
Al no ser fin de semana, seguramente no habrá tantos deportistas y curiosos.
También podemos conseguir herramientas más adecuadas. Y al ser uno más
podríamos avanzar más raudos. –
− ¡Ja, ja, ja, ja,! – El otro estalló en una carcajada
atronadora. – Solo con imaginarme
al padre Santos haciendo esta caminata me entra la risa floja. – Remató el Dr.
Müller.
− ¿Y eso por qué? –
− ¿Se acuerda usted de las películas de Bud Spencer? –
Preguntó
− Hombre, pues sí, claro. – Respondió.
−Pues el padre Santos es su doble actual. – Se río
− Me sorprende su sentido del humor, doctor. –
Decidieron, pues, posponer el proyecto hasta que
estuviesen todos reunidos.
Tras volver sobre
sus pasos, los dos, llegaron a la Posada del Campanario, donde estaban
alojados.
Como no tenían ganas de irse a la habitación, hicieron
tiempo en el bar tomándose unas cervezas, a las que acompañaban unas tapas.
− Bueno, Hans, ya hemos visto, por fin el árbol
milenario. Pero lo que no sé, es donde está escondido el susodicho objeto, ni
lo que es. –
− Sí, lo cierto es que es intrigante. Para entender a los
íncubos tener que venir aquí a buscar un objeto que no sabemos lo que es. –
− Sé, que es esperar mucho, que el padre Santos, sepa que
es, o como sería esa cosa. –
− No lo sé, pero ese sacerdote siempre da la campanada. –
Replicó Hans.
− ¿Qué quieres decir con eso? – Inquirió el profesor
Jelinecki confuso.
− No sé cómo se las arregla, pero sorprendentemente,
siempre encuentra la solución a cualquier enigma que se le ponga por delante. –
Contestó. − ¡je, je,! – Con una risa misteriosa continuó. – Sé cree el sucesor
de Alan Turing, el descifrador de la maquina Enigma. Ja, ja, ja. –
− Realmente es una pena que lo hayan condenado y
asesinado por homosexual. Y la exoneración de culpa llegó muy tarde. ¡Si, quedó
libre de cargos! Pero muy tarde, en la noche buena del dos mil trece. – Dijo
exacerbado el profesor. – Todo demasiado tarde después de ser humillado,
torturado, vilipendiado. Igual que hizo que la segunda guerra mundial durase
cuatro años menos. Hubiese podido avanzar la ciencia computacional una década.
Pero la expoliación y destrucción de sus archivos lo impidió. –
− Si, algo parecido a lo que pasó con las investigaciones
de Nicola Tesla. – Añadió Hans. – Igual que el descrédito a los investigadores
de sucesos extraños, ufólogos desacreditados, parapsicólogos desaparecidos en
extrañas circunstancias, investigadores asesinados o que aparecieron suicidados
en extrañas condiciones, o simplemente misteriosas desapariciones. –
− Esto me hace pensar que esta investigación también
puede ser peligrosa para nosotros. –
− Sí, coincido contigo, profesor. Tal vez debemos
comportarnos de forma más precavida y guardarnos de momento lo que descubramos.
–
A partir de ahí, su conversación bajó de volumen,
hablando más bajo. Se dieron cuenta de que si aireaban su búsqueda podrían
tener problemas.
La conversación entre ellos se mantuvo animada, hasta que
sonó el teléfono del doctor Müller.
Este viendo que era el padre Santos, le contestó.
−Hola, padre
Santos, ¿Cómo está usted? –
− ¡Que padre ni que leches, estoy de incógnito! ¡Llámeme
por mi nombre, por favor! –
− ¡Bueno hombre no se ponga así! – Se excusó. − ¿Por
dónde va? ¿Ya no debe de estar lejos? –
− No lo sé, me perdí, la señalización esta confusa, y en
algún punto me equivoqué de camino. – Respondió el sacerdote.
− ¿Qué sucede? – Inquirió el profesor.
− ¡Nada, profesor! – Respondió el Doctor. – El cura, que
se perdió. –
− ¡Que le estoy escuchando, cabeza cuadrada! – Gritó al
otro lado del aparato el aludido.
− Pero hombre de Dios, ¿no sabe usar el GPS? – Le
pregunta Hans.
− Lo estoy usando, pero como hay obras en algún tramo
tuve que coger algunos desvíos y es ahí cuando este aparato del demonio se
volvió loco. Solo sabe decir que se perdió la señal de GPS. –
− Ya veo, seguramente estas usando un aparato de la
manzana mordida, ¿no? – Le pregunto Hans.
− ¿Manzana mordida? – Inquirió el aludido.
− Sí hombre, es que esa marca, no autorizó al autor a
usarla. –
− ¡Aaah! ¡Ya veo! Así que es eso. ¿Y qué tiene que ver
eso con que me perdiese por culpa del GPS? –
− Es que, en las zonas montañosas, los aparatos de esas
marcas, no tienen buena cobertura, ya que no usan ni Galileo, ni GLONAS. –
El profesor Jelinecki se lo quedó mirando al tiempo que
en auricular sonaba…
− ¿Y eso que coño es Hans? –
− Son sistemas de posicionamiento global que le indican a
los geolocalizadores, donde estamos. –
− Ya me quedo más tranquilo. ¡¿PERO COMO SALGO DE AQUÍ?!
– Gritó el sacerdote.
− Pregúntale por donde esta. – Recomendó el profesor
Jelinecki.
− ¿Por dónde vas ahora? – Le preguntó el doctor
− He dejado atrás Siete Iglesias y estoy llegando al
Berrueco. –
−Dese la vuelta, y venga hasta Lozoya. – Le interrumpió
Hans
− Vale, ahora
cuelgo. A ver si encuentro esa población. –
− Nos vemos ahora. –Dijo mientras cortó la comunicación.
El profesor y el doctor, se separaron yendo cada cual, a
su habitación, quedando para verse más tarde para cenar y ver si ya llegó el
padre Santos.
Horas después,
sentados en una mesa cerca de la puerta del local, mientras cenaban algo
frugal.
Vieron alguien forcejeando, con la puerta de la entrada.
Cuando por fin logró abrirla, vieron un individuo corpulento, cruzándola.
Parecía que buscaba a alguien con la mirada.
Hans levanto la mano para llamarle la atención, el recién
llegado, tardo unos momentos en darse cuenta. Cuando lo vio, su rostro
preocupado, cambio por uno sonriente, el resultado fue una cara risueña. Se
dirigió a ellos, tropezando con algunas sillas. Golpeándose la rodilla, se
inclinó sujetando esta, y con una mueca que no se sabía si reía o sufría. Al
inclinarse dejo al descubierto su coronilla calva.
El sacerdote llegó jadeando fuertemente, ruborizado, no
se sabe si por vergüenza o por sofocamiento.
− Ho… la. – Decía
intentando llenar su pecho de aire. − ¡Bue… nas…, no… ches! – Consiguió
terminar por fin su saludo.
Los dos galenos, se yerguen por cortesía, y le señalan
que se siente.
−Hola, Santiago. – le saluda Hans R. Müller. – ¡Buenas
noches! – Le corresponde.
− Buenas noches. –
Le dice el profesor Jelinecki. – Siéntese aquí por favor. –
− Muchas gracias. – Agradeció el recién llegado. – Que
lata encontrar... – Se interrumpió aspirando fuertemente para continuar. –
…este lugar. Siento la espera caballeros. –
−No pasa nada. – Lo tranquiliza el profesor. – Si lo
consuela, nosotros también nos perdimos, gracias a las indicaciones de unos
senderistas, encontramos el lugar. Así que no se preocupe señor Santiago. Por
cierto, me llamo Jan Jelinecki. –
− ¡Oh! ¡Perdón! Yo soy, Santiago Santos De Alvarado y
Serra. – Se presentó el eclesiástico.
− Ahora que ya se han presentado, acomódense y que el
padre pida algo para cenar. – Les aconseja Hans mientras ellos se daban la
mano.
Los tres se sientan, momento, en el que se acerca un
camarero con una carta de menús, que le entrega al sacerdote.
− ¡Gracias! – Dijo este mientras aceptaba la carta. Al
levantar la cara se dio cuenta de que este llevaba una Mascarilla. Había pasado
tiempo, pero todavía la gente temía la gripe china.
− Ahora vuelvo a tomarle la nota. – dándose este la vuelta y marchándose.
Santiago, cogió el menú y le echo un
vistazo.
− Nosotros, ya hemos ido, a donde se localiza el árbol
antiguo. – dijo el profesor.
− Sí. Y la caminata son muchas horas. El sendero es
empinado, muy bien señalizado, sí, pero es agotador. – Le informó Hans.
− Decidimos comprar herramientas, y subir mañana, porque
creemos que habrá menos turistas. – Confirmó el profesor. –
¿Por qué le dio un puñetazo al señor Hans? – Preguntó de
repente.
− Es una larga historia. – respondió lacónicamente el
aludido.
− Esta es mi casa de veraneo. En realidad, vengo aquí
cuando quiero aislarme del mundo. – Comento Nicklas. – Pero mi verdadero hogar
está, en Biang, que es a donde iremos cuando Haakim se encuentre mejor.
–
− Vaya señor Nicklas, su escondite secreto es una pequeña
fortaleza. – Comentó Haakim.
− Sí, con esa idea la ordené construir. Es mi refugio,
cuando me siento acosado por las circunstancias. – Confesó. – Por eso deberemos
irnos de aquí, en cuanto se pueda. –
− Pero necesitaré útiles sanitarios para atender a
Haakim. – Exige Mariana,
− No te preocupes. Iré rio abajo hasta la población
cercana de Sengai Kenagan. –
− Pero eso no llamará la atención de las autoridades,
Nicklas. – Preguntó ella.
− No creo, he
estado allí muchas veces. Y como es Malaysia. Y también me conocen. Dudo que
tenga algún problema. – Repuso este.
Mariana, a pesar de su juventud era una joven muy
diligente y eficiente. Le entregó, una lista de todo lo que creía que le hacía
falta, desde víveres, pasando por ropa, y un botiquín.
Nicklas leyó la lista de la compra, y la miró asombrado,
de lo minuciosa que era la lista. La guardó.
− Volveré en unas cinco horas o así, puede que menos.
Cuiden el refugio. – Yendo en busca de la lancha, se despidió con la mano.
− Cuídese señor Nicklas. – Dijo Mariana desde la puerta,
agitando su mano en señal de despedida.
Cuando lo perdió de vista, dándose la vuelta entró. Fue
al cuarto de Haakim. Lo vio mirándola, y se azoró.
La cara de él también se volvió carmesí, al verla a ella.
− Haakim, llevo unos días avergonzada, por mis actos del
otro día. No sé qué me pasó. Pero, no quisiera que usted se formase una mala
opinión de mí. Yo le pido humildemente disculpas si lo comprometí de alguna
manera. –
Haakim se puso pálido. Para él era un recuerdo
maravilloso.
− No, no, no. No te disculpes, me hiciste mucho bien.
Piensa que yo estaba muy lastimado, y con tu gesto me devolviste la esperanza.
Entiendo que tal vez tu osadía, te haya preocupado. Yo no se lo diré a nadie.
pero tú a mi... – Se interrumpió el joven, poniéndose colorado otra vez ¡Paf!
De repente. –… tú a mí me gustas mucho. – balbuceo muy bajito.
Ella se dio la vuelta y salió corriendo de la cámara.
El muchacho no acertó a reaccionar, ante la huida de su
compañera. Se arrepintió de haber dicho eso.
− Maldita sea, porque tengo que ser tan bocazas. – Se
recriminó. – Ahora como me va a ver a la cara, sin avergonzarse. Ella vino aquí
con nosotros para cuidarme, y yo, voy y le confieso que me gusta. Habrase visto
alguien más patético que yo. – Recordó como ella salió huyendo. – Es normal,
mis palabras siempre metiéndome en problemas. Lo mejor es que me calle, y no le
diga nada para no hacerle sentir mal, mientras me hace las curas. –
En la habitación próxima, ella tumbada en su cama boca
abajo, con la cara entre las manos, moviendo las piernas arriba y abajo,
alternativamente. Mientras la emoción y la euforia le sacudían todo.
− ¡Se me ha confesado! Dijo que le gusto. Si el supiera
que también me gusta a mí. – Se detiene en su monólogo, y piensa, su boca se
abre de par en par al darse cuenta de su huida. – Dios… que va a pensar de mí.
He salido huyendo. No me extrañaría que ahora no me hable. ¡Pero que tonta soy!
–
A su alrededor
unos entes espirituales, se alimentaban de las emociones que ellos sentían.
Los seres humanos como antenas universales que son emiten
y reciben señales telepáticas, como ondas de energía, según la emoción emitida
o recibida, se producía una frecuencia que tenía un sabor más o menos agradable
para uno u otro tipo de entes.
Los que la rodeaban, les gustaba el sabor a
enamoramiento, y a algún otro a dudas. Inducen a pensar de esta manera a los
dos niños.
Haakim mirando por la ventana entre abierta, miraba la
belleza del atardecer. El azul del cielo, recortaba, nítidamente las nubes de
color magenta.
El horizonte, se recortaba contra este cielo iluminado,
las copas de los escasos árboles, rompían el monótono verde oscuro de las
palmeras de aceite.
En el marco de la ventana, una pequeña araña tejía su
tela balanceándose entre la pared y la madera. Haakim, absorto contemplándola,
no se percató de que Mariana había entrado en el cuarto.
Ella lo vio abstraído, y se embelesó en la contemplación
del lastimado muchacho. Siguió su mirada hasta la ventana, en donde vio el
pequeño animal trabajando. Fue por un objeto para exterminarla. Encontró la
escoba y la asió, corrió hasta donde se encontraba la araña.
− ¡No le hagas nada… – No le dio tiempo a terminar la
frase. Mariana ya había aplastado al laborioso arácnido.
− ¡Maldito bicho asqueroso! – dijo la chica. – ¡Qué asco!
¡Por eso no me gusta mucho vivir en las zonas de campo, siempre hay bichos por
todos los lados! –
− ¿Por qué lo has matado? Pobre animalito. – Le preguntó
entristecido.
− Porque me dan asco. Llenan todo de telarañas, que
atrapan el polvo y otros bichos, dejándolo todo sucio. –
− Pero, si son beneficiosos; comen mosquitos y otros
bichos. Le intentó explicar el muchacho.
− Que cruel, comer otros bichos. ¡Huy, que asco! No me
gustan nada las arañas, te pueden picar, y duele mucho. –
− Me sorprendes. No sabía, que te molestasen tanto las
pequeñas criaturas. Yo procuro respetarlas a todas como criaturas de Alá. El no
considera que sean innecesarias. –
− ¡Bah! No pasa nada, hay muchos bichos por ahí. −
Protestó ella.
− Mariana ¿tú sabes que le pasaría al mundo si no fuese
por los insectos? – Se interrumpió mientras miraba la reacción de ella a su
pregunta. – Simplemente colapsaría porque no habría seres capaces de
descomponer los nutrientes necesarios para la vida… –
Continuaron
charlando animadamente sobre este asunto sin llegar a ninguna conclusión
aceptable para ninguno.
Y así sin darse cuenta fueron testigos de otra hermosa
puesta de sol a través de la ventana.
Unos gritos procedentes del exterior, los hizo volver a
la realidad. Era Nicklas, llamando por
ayuda.
Mariana salió corriendo para ayudar. Este estaba
descargando fardos y otros paquetes de diversos tamaños, ella agarró un par de
bolsas y las llevo a casa. Nicklas, seguía descargando la pequeña embarcación.
Por último, sacó unos grandes bidones de combustible. Mariana arrastraba
pesadamente unos sacos de arroz, ya les quedaba poco para terminar de guardar
los suministros, cuando escucharon una voz fuerte y varonil al otro lado del
vallado. Nicklas, dejó los sacos que portaba sobre unas piedras y se dirigió a
la entrada principal. Allí unos policías estaban aguardando por él. Se
saludaron con cortesía.
− ¡Hola, Nicklas! – dijo el oficial de más rango. – nos
han dicho que había personas extrañas en su vivienda y vinimos a comprobarlo. –
− ¡Ah! No, soy yo que he venido con unos amigos, pero
como el chico sufrió un accidente, apenas salimos de casa porque no podemos
dejarlo solo. – Les explicó
− Bien, ya que estamos aquí, vamos a hacer una
exploración por los alrededores, a ver si vemos algo sospechoso. – dijeron
mientras se alejaban despidiéndose con la mano.
Nicklas entró rápidamente en casa para guardar los
suministros.
− ¡Mariana! – Llamó. – Rápido guardemos todo esto no vaya
a ser que nos acusen de contrabando y nos extorsionen o nos detengan. –
− ¿Por qué? –
− Porque los compré al otro lado del rio. Y traerlo a
este país lo consideran contrabando. –
− Claro, es Malaysia. – Le respondió este mientras
sujetaba dos fardos y los arrastraba apresuradamente al interior de la
vivienda. Mariana lo imitó, y en breve dejaron el jardín despejado.
− ¡Por fin, ya terminamos! Pero para evitar problemas,
más nos vale irnos pronto de esta localidad, en cuanto empiecen a llegar las
noticias, puede que tengamos contrariedades. – Les comunicó Nicklas.
− ¿A dónde iremos? – Inquirió la chica.
− A la casa de Nicklas en Biang. – Le informó
Haakim.
− ¿Entonces, esta bonita casa? –
Esta casa la suelo tener arrendada, a gente que viene de
viaje, o se establece aquí por trabajo. – Contestó Nicklas. – Al mismo tiempo
obtengo un dinero extra. –
− ¿Y cuándo nos iremos? – Quiso saber la chica.
− ¿Te sientes con ánimos Haakim? – Lo interrogó el
hombre.
− Creo que puedo aguantar un poco más un viaje, pero me
gustaría reposar un día o dos. – declaró el joven.
− Pues no se hable más, pasado mañana nos iremos.
Señorita Mariana estaremos a su cuidado, estos días. Mañana me acercare al
pueblo. Para hacer saber que estoy aquí, y decirle a las personas de confianza
que vengan a limpiar la quinta. –
Y realizando las tareas cotidianas terminó el día sin más
novedad.
A la mañana siguiente Nicklas se levantó temprano.
Mientras se aseaba, sin querer, Mariana lo vio desnudo. Al principio giro la
cara para no verlo. Pero, la tentación fue más fuerte y lo miró, con
curiosidad.
Él estaba tarareando una melodía bajo la ducha, con los
ojos cerrados. Ella lo comparo con otros varones que había visto, y este era
muy apuesto, y con una tonificación muscular equilibrada. Le gustaba lo que
estaba viendo.
Se giró sobre sus talones y se alejó. En este momento, él,
abrió los ojos y la vio alejarse, y sus labios dibujaron una perversa sonrisa.
Su cara reflejaba en el espejo, el rostro de la
perversión. Un espíritu de lujuria le invadió el pensamiento. Dejó de verla
como una niña. La vio como una hembra, a la que someter.
Y decidió usar todo su encanto para seducirla. Sabía que
la niña, no podría hacer nada para evitar caer en sus redes de seducción.
Urdió un plan mientras terminaba de vestirse.
La muchacha, algo avergonzada, con el recuerdo del cuerpo
del hombre en su mente, no pudo evitar compararlo con el de Haakim. El cuerpo
débil de este último, con todas las heridas, y hematomas, le daba mucha
lástima. Pero el cuerpo fuerte de Nicklas era impresionante, sin ser muy
musculoso, se veía fuerte y ágil, y tan varonil…
− ¡Oh! ¿Dónde quedaba ese sentimiento de amor romántico,
que le confesó Haakim? – Se dijo a sí misma. − ¿Dónde está, eso que yo sentí
por él? ¿Creí, que estaba enamorada? Y
ahora me atrae otro hombre. – Se sentía confundida. − ¡Ah, ya! Serán las hormonas,
según lo que he estudiado. Tendré que controlarme, y no dejarme engañar por
ellas. –
Lo que la chiquilla no sabía, era que los diablos, la
estaban tentando. Se frotaban las manos, literalmente imaginando las
situaciones que iban a provocar, para alimentarse de sus emociones. Pero, tras
ellos, aguardaban otros jerárquicamente superiores, los íncubos y súcubos.
Ella tocó, rozó levemente con su mano la túnica dorada, y
esos pensamientos desaparecieron al tiempo que la influencia de los diablos, también
se desvanecía. Ella se dio inmediatamente cuenta de este efecto. Quedándose
sorprendida. La sujetó conscientemente ahora, sintiéndose libre de pensamientos
no deseados.
Nicklas se detuvo en medio del pasillo.
− ¿A dónde iba? – Se preguntó. – Me olvide totalmente de
lo que venía a hacer. – Cambiando de dirección y dirigiéndose a la cocina, en
la nevera cogió un refresco, lo destapó y lo bebió con fruición.
Hamsa, ocupada en la limpieza de la casa, ordenando todo
para no aburrirse. Sujetó el teléfono móvil para hacer una llamada. Buscó el
número, cuando lo tuvo a la vista en la pantalla, después de observarlo un rato
fijamente, lo canceló.
Recordó la cara de Nicklas, cuando le dio las
instrucciones de lo que debería hacer.
Después de divagar un poco volvió a sus quehaceres, tenía
ganas de llamarlo. Pero por ahora debía evitarlo, tres días más y seria libre
de hacer la llamada. Pero sentía miedo, y si se encontrase entre los fallecidos
del terremoto. No quería ni planteárselo. Su esperanza, es que como guardia de
seguridad de su difunto marido, él, normalmente estaba siempre fuera del hotel.
También eran los momentos que ella aprovechaba para encontrarse con él,
pareciendo que eran situaciones accidentales. Bien sabia ella que eran el logro
de dedicarle tiempo a espiarlo, sin que se diese cuenta.
Se dirigió al
cajón donde guardaba la documentación y pasaporte. La pena asió su corazón, al
pensar que no podría volver a ver a sus familiares. Se suponía, que ella ahora fue
asesinada. Tenía que ser fuerte y renunciar a ellos. Tendría que adaptarse al
nuevo nombre y lo mejor era empezar a llamarse a sí misma por él. Su memoria
voló a la escena del despojo de la joven meretriz.
− A partir de ahora, tu, vivirás la vida de esta persona.
– Le dijo Nicklas, mientras le daba el pasaporte y la documentación de la
fallecida.
Recordó los ojos de Nicklas, su rostro tan hermoso, los
labios, que tanto deseaba besar una vez más, sus grandes manos tan varoniles,
tan dulces y amorosas con ella.
Tenía muchas ganas de volver a verlo. Pero esa presión en
el pecho, esa incertidumbre le hacía daño. No aguantaba más, necesitaba saber
de él, aunque eso significase la muerte.
Volvió a marcar su número, esta vez confirmó y ejecutó la
llamada. Impaciente esperó el sonido de comunicación de llamada. Solo le
respondió una voz robótica de la operadora, diciendo, que el aparato estaba
apagado o fuera de cobertura, que dejase su mensaje después de la señal. Colgó.
Todos los temores de Hamsa, volvieron a invadir su mente, y los pensamientos
negativos, la hundieron en el abismo de la desesperación.
No podía creerlo. Las ganas de llorar la vencían, el nudo
de la garganta no la dejaba respirar, y rompió en sollozos sincopados que
latían salvajemente por escapar de su cuerpo. Y se rompió, el llanto dominó su
estado, mientras se derrumbaba impotente en el suelo. Lágrimas, babas y mocos
se mezclaban en el suelo donde ella reposaba su dolor
− ¡No!, ¡No!, ¡No! ¡No, no puede ser! ¡No puede morir
ahora!...¡Ahora, no, no! ¡Nicklas! ¡Nicklas! – Gritaba llena de dolor,
negándose a aceptar la pérdida y llamándole con desesperación.
Estuvo así tumbada en el suelo sollozando por varias
horas dejando salir el sufrimiento que la atormentaba.
El sonido del timbre de la puerta sonó, pero en medio de
su angustia apenas lo escuchó. Sonó por segunda vez y lo oyó como algo lejano.
Por tercera vez y fue consciente del sonido. Se irguió e intento adecentarse
antes de dirigirse al intercomunicador.
− ¿Quién es? – Preguntó con voz débil. − ¿Qué desea? –
− Hola, somos las vecinas. – Respondió una voz femenina. – cómo llevas
por aquí unos días, veníamos a presentarnos y ver si te podemos ayudar en algo.
–
− ¡Hola, sean bienvenidas! – Todo estaba saliendo como
Nicklas le había dicho. – Ahora iré a abrir el portal. –
Limpio el suelo donde estuvo llorando, se colocó el velo
y puso una olla de agua a hervir para hacer unas infusiones, para las
invitadas.
Abrió el portón, disculpándose porque no sabía cómo funcionaba
o donde estaba el mando para abrirlo. Por eso fue personalmente a
abrirles. Eran unas seis mujeres, todas
con saris coloridos y sus velos a juego. La anfitriona las dirigió hasta la
gran sala.
− Por favor tomen asiento, y sean bienvenidas, a este mi
nuevo hogar. – Les saludó. – Estoy esperando el retorno de mi marido, que
regresará en unos días. – Les informó, acordándose de los documentos que había
leído hace poco, repuso. – Me llamo Fátima. –
− ¡Hola, Fátima! – Le respondieron casi al unísono.
Se fueron presentando todas una a una.
− Me llamo Nejihah. – Se presentó la que parecía que
llevaba la voz cantante.
− Yo me llamo Fadilah. – Dijo la mujer menuda y
regordeta, que parecía la más amistosa.
− Syuhada Anis me dicen a mí. – Dijo una chiquilla en el
que en su vestimenta predominaba el color naranja.
− Yo soy Syahira. Encantada de conocerte Fátima. – le
dijo la joven que posiblemente tendría su misma edad. También parecía
embarazada.
− Me llamo Haji Farah. – Se presento con voz áspera esta
última. La reconoció, era la que se había peleado con otra mujer por Nicklas.
En sus ojos vio brillar una chispa de envidia, y algo más profundo e
inquietante. Odio.
− ¿Cómo estas Fátima? Me dicen, Anira. ─ Se presentó la
mujer de mayor edad, la única vestida enteramente de negro. Tendría unos
setenta años, le supuso Fátima.
Les preparó él té y se lo sirvió demostrando los modales
aristocráticos que aprendió, al convivir con su marido.
Ellas se dieron cuenta inmediatamente, con este servicio
de la diferencia de clases que había entre ellas y la anfitriona.
Tenían curiosidad por saber de dónde venía y como había
conocido a su marido. Pero al ver la educación exquisita y los modales de clase
alta, se contuvieron, no fuese a ser que la ofendiesen.
La charla
transcurría hablando de su vida cotidiana, de los vecinos y las costumbres del
lugar. Fátima les preguntaba curiosa por donde estaban las tiendas y bazares.
Como no conocía la zona todas se ofrecieron a acompañarla. La conversación se mantuvo animada por
varias horas. Esto es algo que Fátima agradecía ya que estos días se sintió
sola. Muy sola con su desesperación e incertidumbre. Disfrutaba, ahora, de la
compañía de estas mujeres.
Haji Farah, permaneció callada todo el rato. Pero, su
mente buscaba la forma de menospreciar a esta nueva vecina. No podía decir nada
de la casa, estaba impecable, ella, también estaba bien aseada, sus modales
exquisitos… una idea cruzó por su cabeza y empezó a darle forma.
La conversación seguía muy animada, y con unos juegos de
mesa, estaban entretenidas.
− ¡Oh…! Parece que se mueve. – Dijo Syahira,
moviéndose sobresaltada. Llamando la atención del grupo.
− Tranquila, eso es normal. – La consoló
Anira, la más veterana. – Cuando tengas tantos hijos como yo, ya no te
sorprenderás, y hasta será molesto. –
− Entonces, ¿Cuántos hijos tiene usted? –
Curioseó Fátima
− Jovencita, son tantos que a veces no me
acuerdo de sus nombres. – Comenzó a contar la señora, pero Syuhada Anis la
interrumpió.
− Mama, por favor no empieces. Dile los hijos
que tienes, pero no le cuentes tu vida, como haces siempre. –
− Que lo cuente. – Corearon las demás. Y así
Anira le contó de sus dieciocho partos, teniendo toda la atención de la
audiencia. Aunque las aquí presentes conocían las historias, siempre le
resultaba grato escucharlas de nuevo. Pero lo más importante para ellas era ver
las expresiones de Fátima, que no las defraudó.
Fátima, sintió empatía con la mujer, al
describir la muerte a la edad temprana de alguno de sus hijos. Asumió el dolor,
que sintió en los partos difíciles. Y se le hicieron nudos en la garganta, ante
el dolor de madre despechada por sus hijos varones, y la ternura que recibía de
sus hijas aun solteras.
Relató
la muerte de su marido, cortando árboles para la nueva plantación del monarca,
al venírsele encima una rama que lo atrapó y destrozó su cuerpo. Aunque la
maltrató esporádicamente, ella decía que era un buen hombre, todavía. Aunque
Fátima se sentía horrorizada. Pero también entendía a Anira.
Haji, la miraba con el ceño fruncido. Sus
ojos reflejaban algo maléfico. Cuando
Fátima y ella cruzaron las miradas, Fátima se asustó. Pero no quiso ser grosera
y le devolvió una sonrisa encantadora. Reacción que aun pareció molestarla
todavía más.
− Se nota que tienes buenos modales.
Posiblemente has sido educada como criada o sierva de unos grandes señores,
¿no? – Comentó Haji al fin, intentando humillarla.
− ¡Oh, si! – Responde Fátima. – Desde muy
niña fui instruida, en servicio y protocolo para atender a los invitados de mi
patrón. – Mintió ella ya que eso lo usaría de excusa para no llamar mucho la
atención. – Y ahora puedo dedicar todo mi aprendizaje a mi esposo. Espero que
se sienta muy feliz conmigo. – Decía mirando de reojo a Haji.
− La verdad que no entiendo a este hombre. –
Replicó Haji. – Con la de mujeres hermosas, buenas y libres. No me explico,
como se puede conformar con una sola esposa. Con su riqueza puede atender a
tantas como el sultán. –
Las demás la miran asombradas. Sabían que estaba
encaprichada de Nicklas, pero no creyeron que se atrevería a hablar así a la
bella esposa de Nicklas.
− Yo pensé lo mismo. − Manifestó Fátima. −Me
sorprendió mucho cuando me lo comunicó. Pero como soy huérfana. La familia de
mi señor se lo puso muy difícil, alegando que habían invertido mucho en
cuidarme, educarme, para ahora perder esa cantidad de capital invertido en mí,
aparte de mi belleza. – Al decir esto último, se ruborizó. – Fue el motivo, por
el que le reclamaron una dote muy grande. Y el ahora, mi esposo, puso todo
sobre la mesa. Sorprendiendo a mi patrón. En cambio, mi boda fue muy pobre. Sin
familia que asistiera por mi parte y algunos amigos por la parte de él. – Hizo
un gesto de resignación mientras fingía tristeza, pero, recuperando la sonrisa.
– Pero me dijo, que celebraríamos la boda, aquí, con sus amigos y conocidos. –
Finalizó.
Todas quedaron asombradas, ya solo, por su
delicada belleza, la dote seria elevada, pero, su excelente educación,
combinada con la formación de servicio doméstico, elevaba más la dote.
Y eso era algo, que Nicklas, no encontraría
en Biang. Todas la felicitaron nuevamente. Estas mujeres ya la habían
aceptado, con alguna renuencia, sí, pero ya era una de ellas.
Al
anochecer la reunión se dio por finalizada, aduciendo estas que tenían que
realizar las labores de sus casas.
− Habéis visto que presuntuosa es. – Le
escucho decir a Haji mientras se alejaban. – Seguramente no será una buena
esposa aquí, porque es más delicada que una flor. –
− Haji, como puedes ser tan cretina, Nicklas
la eligió a ella, porque es hermosa, sí, pero también es muy organizada. – La
defendió Najihah. – No dejes que los celos te ofusquen. –
− ¿Celos? ¿ yo?. Ni pensarlo, de ese
mujeriego. No tardará mucho en aburrirse de ella, y el necesita una mujer con
coraje, y no una dulce doncella. – Se defendió Haji. – Él tiene un carácter
fuerte, y esa “princesita”. – comentó con retintín. – le resultara insulsa y
empalagosa. –
− Que mala boca tienes. Asúmelo, Nicklas la
eligió a ella, y se ve que tuvo que pagar una buena dote. Supongo que ella no
lo ama. Por ahí quizás, puedas tu intentar seducirlo para que te preste
atención. – dijo Fadilah. – Cuando se canse de que sus sentimientos, no sean
correspondidos. Además, como has dicho es un picaflor. Eso tampoco sería bueno
para ti. –
− Pero yo merezco ser la esposa, no esa … −
Fátima ya no escucho más, pues se alejaron de
su campo auditivo. Ya sabía, que Haji Farah, andaba detrás de Nicklas. Pero le
asustaba que pudiese tomar algún tipo de represalia.
Fátima
regresó al interior de su hogar pensativa. “Si Nicklas falleció en el terremoto
¿Cómo podría explicar su estancia aquí?”
ciertamente, cada día que pasaba sin noticias de él sus temores
aumentaban, la intranquilidad y desasosiego la rendían. Y ahora una mujer
celosa se había fijado en ella.
− ¡Nicklas! ¿Dónde estás? – Dejo escapar un
suspiro, asustándose de su propia voz.
Nicklas observaba como Mariana le hacia las curas a
Haakim.
− Date la vuelta Haakim. –Le ordenó ella
dulcemente.
El muchacho se
giró dolorosamente. Y se asentó en el lecho, apoyando su cabeza en los brazos.
Ella le fue retirando los apósitos con cuidado, mientras lavaba las heridas
desinfectándolas. Se decidió a retirar los vendajes de las heridas debajo de
los omóplatos. Su cara se puso blanca. Y las arcadas fueron la siguiente
reacción a lo que vio.
El hedor a carne en descomposición lleno la habitación.
Unos gusanos blanco grisáceos, estaban en la herida.
− ¡Nicklas! ¡Nicklas! – Llamó con la voz rota.
− ¿Qué pasa Mariana? – Preguntó el aludido.
− ¡Mira…! – Le enseñó ella su pútrido descubrimiento.
− Tranquila, no es tan grave como parece. Casi es algo bueno,
los gusanos se están alimentando del tejido necrosado. –
− ¿Gusanos? – Reaccionó Haakim. – ¡Quitádmelos! – Se
revolvió en la cama el muchacho con movimientos sincopados.
− ¡Está te quieto! – Le gritó Mariana.
− ¡Quítamelos, quítamelos, quítamelos! – Chillaba
histérico el chiquillo.
Con paciencia y mucho cuidado, Mariana y Nicklas
extrajeron una a una las larvas, después lo lavaron bien, y Nicklas añadió una
solución desinfectante a base de cloro de su propia creación.
− Me enseñé a hacerla para tratar las heridas de bala y
de cuchillería que he tenido a lo largo de mi vida como mercenario. ¡Y no han
sido pocas! –
Con cuidado y mucho temor dejó al descubierto la otra
herida de los ganchos. Pero esta estaba bien, se curaba adecuadamente.
Mariana preparó un antibiótico y se lo dio a beber al
dolorido muchacho.
Este, se lo tomó de un trago, poniendo cara de amargor al
final.
− Creo que nos tendremos que ir mañana. – Comentó
Nicklas. Los miró a los dos. – En Biang hay un pequeño hospital, y el dueño me
debe unos cuantos favores, lo atenderá bien. En dos días yendo con calma
llegaremos. –
− Si, creo que es lo mejor que podemos hacer. – Concordó
Mariana.
Temprano, por la mañana, una pequeña embarcación, surcaba
lentamente la corriente del turbio río. Los tres ocupantes cabizbajos, miraban
absortos la superficie del rio. Eran dos
varones y una mujer. No hacía frio alguno, realmente, pero ellos iban cubiertos
con unas mantas. Podía vislumbrarse que la embarcación estaba llena de víveres.
No había salido el sol, y estaba oscuro, los sonidos
nocturnos, dejaban de oírse, dando paso a los gritos y llamadas de los animales
matutinos. Solo se oía el zumbido quedo del motor de la embarcación, que
ahogaba el rumor del agua. A lo largo de las horas, navegando por interminables
meandros, la claridad del alba los envolvía dejando ver el rostro de la selva
que los abrigaba.
Un desprendimiento en la orilla izquierda, los hizo
girarse la cabeza. Asombrados, vieron como un pequeño grupo de árboles y rocas
fueron tragados por el rio, arrastrando perezosamente sus restos.
Afortunadamente los dejaron atrás, no representando así un peligro para ellos.
Nicklas ante este suceso se mostró más atento a los posibles troncos hundidos
que se esconden en el lecho turbio de la corriente de agua.
A pesar de sus
preocupaciones, Mariana, vivía esto como una aventura fascinante. De vez en
cuando, ojeaba a sus compañeros de viaje, volviendo a ensimismarse en sus pensamientos.
Haakim, sufría en silencio, con gran estoicidad, el dolor
de sus heridas. Se daba cuenta de lo cuidadosa que era la conducción de la
nave, por parte de su compañero, pero, aun así, no podía evitar el envite de
muchas ondas, que sacudían bruscamente la barca.
En algunos claros se veían viviendas o pequeñas aldeas. A
medida que avanzaban rio abajo, este se hacía más ancho y más profundo y las
corrientes más traicioneras. Tras un recodo vieron una gran área libre de
árboles.
− Sekolah Kebangsaan Kubong. – Explicó Nicklas.
− ¿Y…? – Pregunto Mariana.
− Nada, que en unos minutos, llegaremos a Bukok. –
Respondió este. – Allí pararé para coger un encargo que tengo. –
Unos minutos más
tarde pasaban por debajo de un puente moderno con bastante tráfico. A Haakim le
hizo gracia la resonancia que había bajo el puente. Haciendo reír a sus
compañeros de viaje con las tonterías que decía y reverberaban en las paredes.
Se adentraron más
por el afluente, tras pasar por debajo de otro viaducto, orillaron en una
parcela que tenía algo así como un apeadero. La vivienda con su tejado verde,
era amplia. Nicklas saltó y ató la lancha a un arbolillo. Se acercó a la puerta
de la casa, llamando.
De ella salió una mujer que era el vivo retrato de él. A
los testigos del encuentro les sorprendió el fuerte abrazo en el que se
enlazaron. También los sorprendió, que hablasen en otro idioma, Mariana
entendía algunos sonidos, otros le eran familiares. Recordó que sus abuelos
hablaban de una forma similar. Sí, era ese idioma, castiliano, una forma del
español que apenas sobrevivía en Filipinas, y otras zonas de influencia
española en indonesia e islas del pacifico. No era español propiamente dicho,
pero si usaba muchas palabras de esa lengua.
Nicklas les presentó a su hermana pequeña, Marina, que
significaba “del mar”
− Se parece a mi nombre, pero el mío significa, María y
Ana, la mamá y la abuela de Jesús. –
− ¿Te refieres al profeta de los cristianos? – Preguntó
Haakim.
− Creo que sí, no estoy segura. –
Después de dos horas de amena charla con su hermana esta
se tranquilizó, ya que tras el terremoto ocurrido en Timor temía que hubiese
perecido. Al conocer los detalles, verlo sano y bien era todo lo que
necesitaba. Les dio algunas cosas que los viajeros agradecieron.
Después de insistir, se quedaron a comer en casa de
Marina.
La comida fue abundante, la señora de la casa se esmeró
en la elaboración y presentación de la comida.
Nicklas les explica que su hermana fue cocinera durante
años en un hotel de cinco estrellas, durante varios años. Dejando sorprendidos
a los dos jóvenes.
Tras la despedida, emotiva, por parte de los hermanos,
prosiguieron el viaje rio abajo.
El rio se ensanchaba cada vez más; y múltiples
embarcaciones surcaban sus aguas en todas direcciones, desde humildes botes de
pesca, hasta lujosos yates.
Nuestros protagonistas navegaban lentamente casi
dejándose llevar por la corriente del curso fluvial. Llegando a las
proximidades de Limbang, tomaron la bifurcación del rio de la izquierda
bordeando la isla de Pulau Kibi.
− Tomaremos este desvío, para evitar los controles
aduaneros y fronterizos de Limbang. – Les informó Nicklas.
No tardaron mucho en llegar al estuario del rio. Dejando
atrás el Sungai Kibi. A esa hora el calor ya se hizo intenso, y los
mosquitos muy molestos. Sus picotazos se transformaban en erupciones rojizas
que escocían intensamente.
La marusía y la descomposición de algas, penetraba
profundamente por sus narices. dejando a su izquierda la pequeña ínsula de Pulau
Siarau. Se adentraron en el estuario del rio Sungai Temburong, la
corriente aquí era más fuerte que en el rio que habían dejado atrás.
− Nicklas. – Llamó su atención Haakim. Cuando el aludido
prestó atención, continuó. − ¿Nick, creo que vi un cartel cuando estábamos en Rataie,
indicando que Biang se hallaba a tres millas? ¿Porque no fuimos por
carretera? –
− Porque tenemos muchos víveres en la lancha y alquilar
una camioneta, aparte de que es caro, nos harían muchas preguntas incómodas
sobre nuestro cargamento. Además, así despistamos a alguien si nos sigue.
Podrían suponer que nos dirigimos a Bandar Seri Begawan, que sería la
dirección más lógica de la ruta que llevamos. –
− ¿Y por qué nos iban a seguir? – preguntó Mariana.
− Me dio desconfianza, los policías que vinieron ayer a
casa. Estos no se mueven de su comisaría si no están investigando algo en
particular. Conozco como actúan los funcionarios en este país. Es mejor despistarlos,
y creo que esta es la mejor manera posible. –
− ¡Que suspicaz eres! –
− Mas que suspicaz, soy prudente, en este país se vive
muy bien, con las ayudas estatales, y no quiero perderlas. Y mientras no
regrese mi patrón estaremos tranquilos por un tiempo. Después si actúa de
acuerdo conmigo o no. Tal vez tenga que huir. –
− Tranquilo. Tu jefe no te molestará en absoluto. –
Añadió Haakim. – Fue una víctima más del terremoto al igual que la mujer que te
acusó. – Explicó.
− ¡Hah! Es bueno saberlo. – Suspiro este.
La travesía por el rio continuó sin más incidentes
manteniendo conversaciones de acontecimientos y recuerdos de Nicklas, de cuando
exploró la zona hace unos años. Así llegaron a su destino.
En su destino, atracaron en un pantalán de madera.
− ¡Esperad aquí un momento! − Les dijo Nicklas
Mientras Nicklas amarraba la embarcación, ella tiraba del
cabo, para arrimarse más al apeadero. Él, haciéndoles señas de que lo
esperaran, se echó a correr por el pantalán.
Al cabo de unos minutos, un vehículo todo terreno se
aproximó al inicio del armazón de madera, maniobrando para darse la vuelta, se
puso con el maletero hacia el pantalán. Del vehículo bajó Nicklas, dirigiéndose
a donde dejó la barca con sus compañeros de viaje.
Mariana estaba sacando los bártulos de la nave y Haakim
le ayudaba acercándole los paquetes de menor volumen y poco peso.
Nicklas se echó algunos sacos en sus hombros y con pasos
firmes y decididos los llevó al vehículo. En pocos minutos terminaron de vaciar
el bote.
Nicklas ayudó a Mariana a sacar a Haakim de la barca. El
muchacho se dejó hacer, y se sentó mientras, Nicklas ayudaba ahora a Mariana a
subir al pantalán. En cuanto aflojaron el cabo, la barca se alejó unos metros,
arrastrada por la fuerte corriente del rio. Nicklas sujetando fuerte la cuerda,
arrastró el bote hasta la orilla.
Una vez, terminada la operación del amarre, se dirigieron
al todoterreno, ayudando entre los dos a caminar al muchacho. Se acomodaron en
su asiento y Nicklas se dirigió a su vivienda.
Cuando se aproximaba a su casa vio un grupo de mujeres
ataviadas con sus mejores galas; Él se extrañó, cuando reconoció a algunas de
sus vecinas.
− ¿Y estas que habrán ido a hacer a mi casa? − Se
preguntó en voz alta. − ¿Y, la espeluznante de Haji, también va con ellas? ¡que
extraño! −
Ellas se quedaron viendo el vehículo que las rebasó.
Algunas de ellas alzaron las manos en señal de saludo y reconocimiento.
− ¿Ese es Nicklas? − Dijo Syahira. − Estaba acompañado de
una joven sin velo. −
− Eso parece. − Comentó Fadilah.
− No he tenido tiempo de verla. − se disculpó Anira.
En el coche, Mariana las observaba por el retrovisor.
− ¡Que vestidos más lindos usan! − Exclamó
− Eso es lo que me extraña. Normalmente, visten con
ropajes mucho más modestos o viejos. Y ahora van tan engalanadas…− Reflexionó
Nicklas.
Enseguida las perdieron de vista, pero algunos minutos
más tarde divisaron la casa de Nicklas.
Desde el mando del coche, Nicklas abrió el portalón de la
entrada, penetrando en su propiedad, fue hasta el garaje, directamente.
Al salir del garaje, en una repisa, Nicklas alcanzó unas
llaves, yendo directo a la puerta principal. Ascendió con paso rápido por las
escalinatas, llegó a la puerta, al intentar meter la llave la puerta se abrió.
Nicklas abrió los ojos como platos, mientras que, del
interior de la casa, brotó un grito agudo, de sorpresa y alegría. Unos ojos de
mujer lo miraron llenos de estupor y al mismo tiempo de alivio. Él llegó, por
fin…, llegó.
CAPITULO
X
u |
nos miles de quilómetros de distancia,
en la otra parte del mundo, a los pies de un viejo tejo: Tres hombres con
aperos de labranza, estaban buscando algo entre las raíces; El sudor corría,
por sus cuerpos, mojando sus ropas.
El sacerdote, más corpulento y fuerte, movía
algunas rocas, sufriendo heridas en las manos, su cara sucia, con manchas leves
de sangre de limpiarse el sudor con sus manos.
Hans, se sentó en una piedra, sacando su
teléfono del bolsillo. Tras realizar la conexión.
−
¡Hola Noa! −
− Hola doctor Hans. − respondió la mujer
al otro lado del aparato.
− ¿Podrías venir hasta Mallorca en
cuatro o cinco días? −
− ¡Pero, doctor! Yo iría encantada, pero
no tengo con quien dejar a mis nenes. Y a mi marido no sé si le darán vacaciones
ahora en su empresa. −
− Noa, necesito que vengas aquí, nos
hacen falta tus conocimientos de investigación. Como nosotros estamos haciendo
labores de trabajo de campo. Te necesitamos para que realices pesquisas en
internet y otras redes de información. Os pagaré el viaje y la estancia a toda
tu familia. Pero quiero que vengas pronto. −
− Doctor Hans, todo esto es muy
precipitado, tengo que consultarlo con mi esposo, y desplazar a los niños es
muy angustiante. Pero si mi marido está de acuerdo y puede venir conmigo, pues
iré. − Dejando en claro, Noa, sus problemas para desplazarse así, tan de
repente.
− La verdad, es que también me gustaría
que viniese Javi. Sus conocimientos también nos podrían venir bien. ¡Tú
tráelos, yo los invito a unas vacaciones! −
− Bueno, veré que puedo hacer. No
prometo nada, ni tan siquiera se lo aseguro. Si convenzo a mi esposo, que
seguro deseará volver a Mallorca… No sé si en su trabajo, con tan poco tiempo
de margen le darían vacaciones. −
− Creo que eso no será un gran problema…
Si lo echasen del actual empleo lo contrataría yo mismo. Sus conocimientos son
un diamante, y es una lástima que no los aproveche más. − Reflexionó Hans.
− ¡He encontrado algo, vengan! − dijo el
profesor Jelinecki.
Santiago, salto con una agilidad
increíble, para su corpulencia y edad, yendo directamente a donde el profesor
había encontrado la posible capsula del tiempo de más de mil años.
Hans avanzó con más tranquilidad
mientras se despedía de su interlocutor.
El sacerdote consiguió extraer el cofre
que parecía plomo de lo pesado que era. Bueno, estaba recubierto de plomo y
parecía que era de bronce en su interior.
− Espero, que no esté muy deteriorado,
el contenido. − dijo el profesor.
− Parece que esta sellado
herméticamente. − comentó Santiago, el sacerdote.
Hans tomo el pesado paquete con forma de
cofre y lo miro cuidadosamente.
Dejando el paquete de lado; volvieron a
remover la tierra y las rocas, para dejarlo, todo de la forma más parecida al
estado original posible, guiándose por las fotografías, que habían tomado
previamente.
Una vez terminada su labor, tomaron con
mimo y cuidado su preciado tesoro, volviendo de regreso al lugar donde se
hospedaban. Los huéspedes sintieron lástima por el aspecto que presentaban.
Pero ellos, felices con su hallazgo no le dieron importancia.
− Como hasta ahora, deberíamos mantener
este hallazgo en secreto. − Comentó el ministro de Dios.
− Si, por lo menos que podamos
investigar tranquilos. − Aprobó Hans.
Se reunieron todos en el cuarto del
profesor Jelinecki.
− He llamado, a mi socia, Noa, que es
una detective muy eficiente y nos será de gran ayuda, tanto para investigar,
como si alguien nos investiga o nos persigue. Además, su marido tiene unos
conocimientos teológicos, sobre antiguos cultos, religiones y dioses de todos
los continentes. Me ayudó varias veces a transcribir algunas escrituras
antiguas, de Turquía. Aunque me intriga su forma de ser, tan misteriosa. Lo
malo es que vendrán con sus tres chiquillos. − Les informó Hans.
− ¡Noa y su marido! − exclamó eufórico
Santiago. − ¡Me encantara verlos! ¿Y ya tienen tres niños? Como pasa el tiempo.
−
− Hans, si tu confías en ellos, yo no
pondré ningún impedimento. ¿Pero, no nos causarán problemas con los niños? − Se
conformó Jan Jelinecki. ─ Además, si nos pueden ayudar, cuantos más seamos
mejor. −
Tenían delante de ellos un recipiente
que contenía algo misterioso, y tenían ganas de abrirlo, pero el temor a
deteriorarlo se lo impedía. Se miraban mutuamente, pero no se decían nada,
volvían la vista al objeto intentando descubrir por donde abrirlo.
Al no saber que contenía, no querían
arriesgarse. Fuese lo que fuese su valor histórico era incalculable. Tenía
forma semicilíndrica de unos treinta y dos centímetros de largo por catorce de
ancho; su forma, recordaba a un cofre, estaba recubierto con plomo, con su tono
gris oscuro característico, pero en algunos lugares este tenía fallas, y ahí se
adivinaban matices azul verdosos de la descomposición del bronce. Posiblemente,
la, o las personas, que lo ocultaron recubrieron, el pequeño cofre de plomo
fundido para protegerlo de la corrosión y del paso del tiempo.
Pero, ¿Qué contenía? Esa era la pregunta
clave, ¿realmente tendría algo que ver con su investigación?. Las preguntas
estaban ahí, en el aire, la respuesta solo la obtendrían al abrirlo.
− ¿Que haremos después de abrirlo y
estudiarlo? − Preguntó Jan.
− Esto es expolio patrimonial, y es un
delito en este país. − Respondió Santiago. − Lo mejor, pienso yo, sería dejarlo
otra vez donde estaba. Intentando manipularlo lo menos posible y dejar que
otros lo descubran. −
− Sí…, me parece bien la idea, pero, los
que lo redescubran cuando hagan sus estudios lo considerarán un fraude, y lo
relegarán a un intento de estafa. − Comentó Jan.
− Eso a la larga nos beneficiaría, ya
que nos permitirían estudiarlo sin poner tantas pegas. − decía Hans extrayendo
una navaja de su mochila.
Sujetó el objeto y con la navaja peló el
plomo buscando una hendidura o algo que le ayudase a descubrir lo que había
dentro. Encontró una cerradura, pero esta estaba atascada por el metal gris.
− Va a ser complicado extraer este
plomo, de aquí. − musitó Hans. – Sí…, el recipiente es de bronce, y del bueno.
¡Mirad! − Dijo mostrándoselo a sus compañeros. − Donde no ha estado expuesto,
brilla como nuevo. − Los demás asintieron con la cabeza.
Santiago lo tomó con las manos y miró
unas líneas.
− Hans creo que tiene inscripciones
debajo del plomo. −
− Déjame ver… −
− Si, toma. − Entregándole de nuevo el
objeto.
− Pues si Santiago, tienes razón tiene
algo escrito. Pero no parece latín. −
El padre lo estudia fijamente.
Una gigantesca nave cruzaba el espacio,
en su barriga millones de seres, alineados en batallones, listos para entrar en
batalla, eran transportados a un nuevo campo de batalla. Son aliados del
imperio y se desplazaban a un nuevo lugar para combatir a las fuerzas de
Heylel.
− ¡Todos a sus puestos! ¡Estamos
llegando al destino previsto! En torno a dos horas, tendremos a la vista
nuestra nueva base de operaciones. − Ordenó e informó una voz dura a través del
sistema de comunicaciones de la nave de transporte.
Desde el puente de mando los seres que
operaban allí veían como se aproximaban a un sistema estelar, a medida que
reducían su velocidad. Ellos tenían la misión de transportar tropas y
terraformar los planetas o satélites para que estos pudieran montar destacamentos
allí. Después se alejarían a buscar nuevos contingentes e instalarlos en nuevos
enclaves estratégicos.
Finalmente, se detuvo al lado de un
planeta, de dos veces el tamaño de la tierra. Pero, al lado de la nave, era
menos de la mitad de su tamaño. El planeta parecía una blanca bola de billar.
Gigantesca, sí, pero totalmente blanca y lisa.
Millones de naves más pequeñas
comenzaron a salir de su costado en una hermosa coreografía, que recordaba los
movimientos sincronizados de los cardúmenes de peces, o aves, alejándose de la
nave nodriza, desplazándose alrededor del níveo planeta. En breves minutos el
blanco y liso color del planeta comenzó a mutar. Se veían pequeños puntos
oscuros que iban creciendo con formas similares a las manchas de un leopardo.
Cada vez más abundantes. Al acercar el zoom de las pantallas se veía que eran
gigantescas explosiones térmicas, que estaban fundiendo los hielos y generaban
calor para formar una atmósfera primigenia. Esta operación duró unas setenta y
dos horas.
A partir de ahí todas las naves pequeñas
se retiraron de la superficie, ahora líquida y gaseosa. La nave nodriza, se
aprestó ahora a bombardear; con rayos gamma, rayos X, térmicos, y otros rayos
cósmicos concentrados, en las superficies recién creadas. Generando un ambiente
de reducción acelerado para hacer habitable este mundo para los seres que
tendría que vivir ahí a partir de ahora.
De repente sonó una alarma.
− Divisada una flota enemiga que se
dirige hacia nosotros. Prepárense para la defensa. − El sonido robótico del
locutor se detuvo en seco. − Les habla el gobernador de la nave, mil
trescientos dos, terrafomacion Altaír. En veintidós horas nos alcanzará una
flotilla enemiga. Detengan toda la operación y aprestémonos a defender la nave
y sus recursos. ¡Regresen todos a la nave de inmediato y en orden! − El
enjambre de naves retornó a la nodriza, ante la orden dada. Pero otro tipo de
naves se posicionaban alrededor, de forma defensiva.
Una llamarada y una de esta naves
desapareció, segundos después varias llamaradas y sendas naves de combate
también siguieron el mismo destino.
− ¡Nos atacan!, ¡Ya están aquí! −
Se escuchaban por los intercomunicadores
de los vehículos de combate.
En una nave situada al estribor de la
nodriza a unos ciento cincuenta mil quilómetros; Con todos los sentidos
atentos, los indicadores de la aeronave, buscando objetivos. Pero no veía ni
localizaba nada. El piloto estaba nervioso, esta iba a ser su primera acción
real. Vio como naves de las suyas, unos miles de quilómetros delante, eran
destruidas en explosiones silenciosas. El solo veía los destellos, y cientos de
sus compañeros desaparecían sin dejar rastro alguno.
Era una guerra, lo sabía… pero el miedo
que sentía no se lo quitaba nada. Realmente estaba asustado.
A su costado de repente su compañero
empezó a disparar como un loco hacia el infinito. Entonces lo vio, al recibir
los impactos de su compañero, una nave enemiga. Apuntó con su visor al
adversario, lo vio bien en el visor, marcó el objetivo. Ya lo tenía, disparó.
Vio una fuente luminosa… y desapareció. El frio espacio fue su tumba. Pero su
muerte no fue en vano, su disparo dio de lleno en el blanco, inutilizando su
defensa. Sus compañeros la remataron.
No cantaron victoria pues una sola nave
destruyó muchas de las propias. La invisibilidad de esta nave, preocupó a los
comandantes. Pues no las verían, hasta que los estuviesen atacando: el enemigo,
con un solo disparo les destruía las propias; y las de la flota, necesitan dos
disparos para destruirlas.
El comandante militar ordenó colocar en
primera línea de ataque naves viejas, deterioradas y de poco valor para
descubrir por donde atacarían las fuerzas de Heylel; y en la tercera línea de
defensa, las naves de ataque, y detrás de estas, las naves defensivas. Del
vientre de la nave nodriza, salieron tres naves de gran tamaño que fueron al
planeta, con la misión de instalar un fuerte defensivo. Una avanzadilla de drones, de pequeño tamaño,
partió en busca de más naves enemigas, se encontrarían con ellas entre diez y
doce horas según las previsiones. Estos drones alcanzaban altas velocidades ya
que no portaban seres vivos, pero por su tamaño pequeño tenían poca autonomía.
La idea del comandante era colocarlas como minas, y si pueden, espiar los
movimientos enemigos.
Un grupo de guerreros imperiales, con
sus trajes articulados semejantes a armaduras, pero con sistemas hidráulicos y
mecánicos que les permitían multiplicar su fuerza y agilidad, se desplazaban
por los costados exteriores de la nave nodriza. Como tenían libertad para decorar
sus armaduras a su gusto, sus diseños eran muy llamativos. Realmente eran unas
escafandras robotizadas y blindadas. Su forma era humanoide, pero con seis
extremidades, eran algo así como un cruce de insecto y centauro; pero uno de
ellos era diferente era bípedo, con brazos y alas como de ave, probablemente
era algo decorativo, pues en el vacío espacial no se puede volar. Estaban
explorando la nave en busca de desperfectos y otras averías para reportarlas a
los mecánicos reparadores. Ellos eran uno de los muchos grupos exploradores que
estaban recorriendo la gran nave interestelar.
Llevaban unos veinte quilómetros
recorridos, cuando encontraron una zona dañada. Exploraron las cercanías del
impacto.
− No es un impacto de disparo, parece
que un meteoro colisionó con nosotros. − Comentó uno.
− Fíjate bien; no hay rastro de rocas,
ni de arena, ni de carbonización alguna. Y el impacto es bastante grande. −
− ¡Pulstar, mira! − Avisó el ser alado.
El aludido vio en la dirección indicada;
abrió los ojos como platos, a través de la armadura no se veían, una nave
enemiga semi oculta en el fuselaje.
− ¡Atención a toda las unidades, en el
sector seiscientos veinte y cuatro, coordenadas, G nueve, T veinte.! Hay una
nave enemiga posiblemente tenga enemigos dentro. Solicitamos refuerzos. − Dijo
el tal Pulstar, por el intercomunicador.
Su compañía extrajo sus armas y se
parapetaron entre los salientes, para ocultarse y protegerse de algún posible
enemigo.
¡Blam! Una sombra, cayó sobre Pulstar
destrozando su armadura de un golpe, esparciendo sus restos por todos los
lados. Ese individuo, se largó corriendo, intentando despistar a los asombrados
compañeros; que no reaccionaron a la sorpresa del ataque perpetrado contra su
compañero. El individuo alado fue el primero en reponerse y responder a las
preguntas del intercomunicador.
− ¡Pulstar ha sido abatido!, ¡repito,
Pulstar ha sido abatido! − Informó. − Hay un enemigo por lo menos en la nave.
Albedo esta conmocionado todavía. ¡Voy a perseguir al agresor! −
− ¡No haga tonterías Lux-Matrix, solo
sígalo, pero no lo enfrente hasta que lleguen los refuerzos! Evite a toda costa
cualquier combate. − Le ordenaron por el pinganillo (audífono).
− ¡De acuerdo, recibido! Solo lo
rastrearé. − Reportó, poniéndose en marcha.
La zona donde se había estrellado la
nave enemiga era bastante uniforme y despejada; pero el fugitivo huyó hacia una
parte más intrincada, con unas estructuras de varias decenas de metros.
Realmente parecía un bosque de estructuras metálicas y antenas, y tenía varias
decenas de quilómetros cuadrados de extensión.
− Me va a resultar difícil, a mí solo,
encontrarlo aquí. − Se dijo para sí mismo. Se adentró en el laberinto buscando
rastros del adversario.
Miraba atentamente en todas direcciones;
arriba, abajo, a la izquierda, a la derecha. Tratando de hallar alguna pista
por donde desapareció.
Los sensores de su armadura tecnológica
no veían nada extraño, ninguna señal de alarma.
¡De repente se dio cuenta, que cuando
eso cayó sobre su compañero los sensores tampoco lo detectaron!
Activó la visión normal, consideró que este
ente no era detectado por su tecnología. Así vio como un halo de humo rosáceo
que avanzaba por el laberinto. ´
Minutos más tarde, llego a una especie
de callejón sin salida, y la sustancia rosada era más intensa. Prestó más
atención a lo que le rodeaba. ¡Lo vio! Mejor dicho, lo descubrió ocultándose a
una decena de metros.
Recordando la orden de no agredirlo,
hasta que no llegasen refuerzos, se propuso vigilarlo desde allí. Por si acaso,
buscó un lugar tras el que parapetarse. Lo encontró a unos metros detrás suya a
la derecha, como una caja metálica con un pequeño tubo saliente. Y allí se
ocultó.
Después de esperar un buen rato, Albedo
pregunta por él, por sus coordenadas.
− Te envío punto de localización. −
− No recibo señal alguna de Lux-Matrix. −
Confirmó Albedo
− Atención Albedo, me escuchas. −
− Nosotros hemos perdido contacto con
él, en el sector T. − Oye por el audífono. Lux se fija entonces de que su
armadura está dañada.
− Seguramente es una baja más. − Sigue
escuchando por el intercomunicador. Mas órdenes e instrucciones siguen llegando
a sus sistemas auditivos. Lux-Matrix está preocupado, como y cuando dañó su
armadura.
Notó una sombra sobre él, Albedo levantó
la cabeza. El miedo lo cogió por sorpresa, se había descuidado, posiblemente
este era su fin, pero, lucharía, alzó sus armas.
El disparo brotó, pero no alcanzó nada,
se perdió en el espacio. Pero eso, eso estaba encima de él. Pero el efecto del
miedo, había hecho acto de presencia. Se había cagado, literalmente, de pavor.
El tiempo pareció detenerse, todo pasaba muy
lento. Pero era él, el que estaba paralizado. Sintió como algo penetraba la
armadura llegando a su cuerpo. Sintió el dolor y como se deshacía lentamente en
miles de pedazos. Por fin todo negro.
− ¡Atención a todas las unidades! El
agresor ha abatido a Albedo también. −
Lux-Matrix, escuchó la noticia a la vez que lo
sobrevolaba una nave aliada
Sintió el dolor de la impotencia. Esa
maldita cosa había matado a sus dos camaradas. Se enojó; y mucho. Salió de su
parapeto y fue a donde había dejado a su amigo. Ya no le importaba morir;
buscaba venganza. Ahora si se movió con prisa. Y llego al lugar donde estaba la
nave enemiga, había varias naves aliadas con el blanco fijado en ella. Pero no
le importó. Quería destrozarlo con sus propias manos.
Un nutrido grupo de soldados también se
aproximaba velozmente.
Lux-Matrix se dijo que si no lo hacía
ahora sería tarde. Se lanzó a la nave enemiga, una deslumbrante llamarada y una
nave aliada recibió el impacto de lleno desintegrándose, instantáneamente.
Un último impulso y saltó a esa extraña
nave. Cayó sobre la nave, a primera vista no había señales de puertas ni
hendiduras. Pero si vio donde estaban los cañones fotónicos, o lo que coño
fueran. Apuntó su arma a los anclajes y les disparó; el primer disparo fue
reflejado, pero como siguió avanzando disparando a bocajarro, aunque las
chispas rebotaban con fuerza y lo golpeaban también, consiguió romper la
estructura, cayendo los tubos lanzadores al suelo.
Prosiguió disparando en la zona dañada
sin escudo protector desintegrándola poco a poco. Penetró en la estructura de
la nave, cincuenta centímetros, cuando, noto a su espalda una presencia, se
volteó, y ahí estaba eso, le disparó, pero no le hizo nada.
El individuo se sacó el casco dejando al
descubierto su rostro.
−- Hola Lux, te había reconocido y no
quise herirte. −
− ¡Tú…! − Exclamó, recibiendo una
descarga que lo dejó inconsciente. Lo agarró como un guiñapo, y lo introdujo en
la nave, saliendo disparada al espacio.
En la nave fugitiva el tripulante
comunica el siguiente mensaje:
− Localizado el objetivo, capturado el
objetivo, extraído el objetivo. Misión en fase tres −
− Entendido. Prosiga con la misión en
curso. Vuelva a comunicarse, por este mismo canal cuando logre llevar a cabo la
fase cuatro. − Cortándose la comunicación.
− ¡Tú…! −
− ¡Vaya ! No haces más que repetirte. −
− ¿Cómo demonios me has encontrado? −
Preguntó Lux.
− ¿Pues…?, verás…, como que, …soy un
demonio, ¿No…? −
Lux-Matrix se asombró del valor de su
captor. Después de reconocerlo, mejor, reconocerla.
− ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me raptas? −
− Son muchas preguntas…, pero me
contrató tu padre, para que te convenciera de regresar a casa con los tuyos,
¡Por las buenas o por las malas! Yo opte por la última opción. −
− ¿Y para eso manda toda una flota? −
− ¡Ah, no…! − Sacudiendo, en forma de
negación, la cabeza. − Esa flota no tiene nada que ver con nosotros, pero su
presencia hizo que aceleráramos nuestra operación de rescate. −
− ¡De secuestro! Diría yo. − Interrumpió
Lux-Matrix.
− Llámale como quieras. Pero tu padre lo
ordenó y yo cumplo sus órdenes. − Continuó. − Entiéndelo Lux, esta no es
nuestra guerra y tú, eres muy importante para tu padre. − Se interrumpió al ver
dos naves similares ponerse al costado.
− General Aurorboreas, ya estamos todos,
solo hemos perdido al cretino de Solpor. −
− ¡Bien, Capitán, ¡Completado nuestro
objetivo! ¡Vámonos a casa! − Ordenó la tal Aurorboreas.
− ¡A sus órdenes mi general! −
− ¿General? − inquirió Lux. − ¿Desde
cuándo? −
− Muchas cosas cambiaron desde que nos
dejaste Lux. − Dijo esta. − Muchas, menos mi amor por ti. − Lo miró al rostro
aun protegido por el exoesqueleto mecánico. − Cuando tu padre inició tu
búsqueda me ofrecí voluntaria para buscarte y traerte de vuelta. Se que lo que
te hice en el pasado no estuvo bien, Lux, pero permíteme redimirme por haberte
fallado. −
− ¡Está bien, no sigas! No escarbes en
heridas que no se han cerrado. Sintiéndolo mucho; yo, no puedo perdonarte.
Destrozaste con tus acciones mis creencias y mis principios. −
− Vaya… Me apena profundamente escuchar
eso viniendo de ti. Pero lo aceptaré. − dijo con profunda tristeza en el tono
de su voz. − Pero, aun así, intentaré ganarme tu absolución…, mi señor. −
− ¡Yo no soy tu señor! Ya no, te dejé
atrás hace tiempo y me alejé de vosotros. Inicié una nueva vida lejos de
vuestras intrigas. ¡Pero no! ¡No podíais dejarme en paz! − Se quejó él. − Y a
ti era el último ser que desease ver. Por eso me apunté a expediciones de
rastreo por los confines de las galaxias. Para no volver a veros a ninguno de
los dos. −
− Tu hermano descansa en paz, ya. Se
arrepintió mucho del daño que te hizo. Y, yo también, la verdad que también me
arrepiento mucho. Se que ahora ya es muy tarde para eso. Yo…− Se interrumpió
sollozando. − Yo…, yo, creí que, para ti, yo solo era un juego, un pasatiempo.
Lo siento mucho…, tu hermano me hizo creer que solo jugabas conmigo, y el
despecho hizo el resto… −
− No sigas. No quiero escucharte. No
quiero recordar nada de vuestro engaño…, solo quiero olvidarme de todo. ¿Qué se
murió mi hermano? ¡Que se joda! Si se hubiese muerto antes nos habría hecho un
favor a todos. − Se desahogó Lux.
− ¡No hables así de tu hermano! ¡No te
lo consiento! − Dijo ella, levantándose del panel de control. − Él fue quien me
apoyo en tu ausencia. Escuchó mis tristezas, consoló mis penas. El arregló mi
corazón. Pero yo no pude arreglar el suyo. Por tu culpa nunca pude amarlo. ¿Por
qué? ¿Por qué me tuve que enamorar de ti? ¿Por qué? Él se desvivió por mí, y
nunca, nunca pude corresponderle. Eso, tu huida, sentirse el causante del
corazón roto, de vuestros padres. Esa culpa, terminó siendo más fuerte que él.
Enfermó y por más tratamientos curativos aplicados. A pesar, de la poderosa
magia curativa de tu madre, se dejó morir por el sentimiento de culpa. − Lloró
ella.
Lux-Matrix abrió la boca para
responderle, pero la cerró de repente, sin emitir ningún sonido. Decidió no
hablarle. Lo mejor es ignorarla y estar calladito.
Fuera de la cosmonave, el espacio
parecía detenido, se veía como se acercaban y desaparecían asteroides y otras
rocas solitarias. Estaban alejándose del centro de esa galaxia.
El líder de esta operación dio la orden
de saltar a la hipervelocidad lumínica. La general Aurora, estaba tecleando las
nuevas cifras de coordenadas para saltar a la velocidad indicada, cuando la
nave recibió un impacto.
− ¡¿Qué mierda pasó?! − Dijo esta. −
¡Joder! Ahora que hemos alcanzado la velocidad máxima, algo nos golpeó. −
La nave se desplazaba sin dirección por
el espacio.
Después de realizar sus cálculos Aurorboreas
comprendió, los había alcanzado un disparo.
La nave estaba severamente dañada, no se podía
pilotar, y a la velocidad que iban ahora, no había posibilidad de salir, para
hacer alguna reparación. Viajaban ahora en paralelo a otra galaxia, en el cuadro
de controles vio la información de Andrómeda. Pero la advertencia de peligro de
colisión con otra galaxia en frente la puso otra vez al mando de la situación.
Estaba incomunicada, y ya que no podía
pedir ayuda, ni pilotar la nave, empezó por ordenar la reducción de velocidad.
Cada minuto que pasaba, veía a la galaxia enfrente acercándose velozmente. Miró
la identificación de esta, en sus visores. − Vía Láctea. ¡Eh! Así que es aquí
donde nos extraviaremos… − pensó en voz alta.
Dirigió su mirada hacia Lux-Matrix. Con
el exoesqueleto que tenía puesto no le veía el rostro.
Pareciendo adivinar el pensamiento de
ella la parte de la armadura que cubría su cara se descubrió.
Ella se deleitó viéndolo.
− Lux -Matrix. Hemos sido alcanzado por
los disparos de alguna nave desconocida. Estamos a la deriva en el espacio. −
se dedicó a informar a su prisionero. − La misión ha fallado. He reducido la
velocidad para que nos detengamos y no estrellarnos violentamente contra
cualquier objeto celeste. Según la guía, la galaxia se llama Vía Láctea. −
El la miró firmemente, pero no dijo
nada. Poco a poco bajo la mirada a los pies de ella. Y volvió a cubrir el
rostro ocultándolo a la vista.
−Por lo que veo tus estadísticas, de
combate y vitales, han superado tu nivel, de cuando luchábamos juntos, dos
niveles más y serás tan poderoso como un magnetar. − Reconoció Aurorboreas. −
Me superas por mucho, como cien niveles. Teniendo en cuenta, que de un nivel a
otro hay mil puntos de poder. Y yo solo he subido seis niveles, entrenando
diariamente todos los días. Y ya me consideran muy poderosa. − Se interrumpe
para echarse a reír, imaginando la escena, de cuando los grandes guerreros de
su raza conozcan el nivel de Lux-Matrix, quedarán aterrados de su poder.
Se detiene en sus pensamientos, mira a
su prisionero… dándose cuenta, se le erizó la piel de terror. Si él quisiese…,
¡Uf…,! La hubiese aniquilado sin esfuerzo.
− ¡¿Por qué te contuviste y no me
mataste cuando te atrapé?! − le preguntó. − ¿Por qué? − Como un susurro, se
pregunta más a si misma que al cautivo.
− He entrenado duramente durante mucho
tiempo, para olvidarme de vuestro engaño. Me hice terriblemente peligroso, y me
asusté a mí mismo. − Se detuvo pensativo. − Y limité, mi nivel de poder. Me enrolé en el ejército imperial, y así
alejarme, más y más de ese mundo. Pude eliminarte, pero algo en tus movimientos
me trajeron recuerdos. No sabía que eras tú, hasta que te descubriste. Entonces
me deje hacer. No quiero volver a casa. Por lo que este impacto me alegró, al
desviarnos. No sé dónde recalaremos. Pero me da igual… − Respondió él.
Desde las pantallas se veía la
gigantesca galaxia de Andrómeda, estaban adentrándose en la órbita de la
materia o polvo intergaláctico que era vastísimo y radiactivo. Los ojos de
ellos, veían como quedaba atrás esa galaxia. La computadora de la nave,
identificó el punto de colisión; a unos cientos de miles de años luz, para
nosotros. Para la velocidad, que se desplazaba la nave, eran unas cuatro horas
más o menos. Es un planeta gaseoso que orbita alrededor de una pequeña estrella
amarilla.
− Tenemos un problema… − Se dijo Aurorboreas
para sí misma, pero en voz alta.
− Te equivocas, el problema lo tienes
tu. A mí no me afectará la colisión, ¿pero, a ti…? − Dijo él.
−
Sé que tú me protegerás. − Dijo esta. − Conozco bien tu personalidad, jamás
dejarás que alguien más débil, sufra. −
Ella lo mira, con su cabeza inclinada.
Para nuestro gusto sería un ser repugnante, pero tenía ese algo, como de
animalito herido, que nos despierta cierta atracción o ternura. Él, la mira
fijamente, a unos apéndices, que resultan ser una combinación de células
fotosensibles, son el equivalente a nuestros ojos.
El color de la membrana o piel que le
cubre el cuerpo, es de un color difícil de descifrar para nosotros; un color
gris claro, con matices azulados y rosados, tirando hacia el lila, con una
sombra marronácea en los pliegues.
Acercó su cara al prisionero, intentando
ver a través de la escafandra que lo cubría.
− ¡¿Sabes…?! Realmente, no temo a la
muerte. Y también, en vista de que no puedo alcanzar tu amor, tampoco me
importaría mucho vivir. Pero…, resulta que lo que yo más deseo, es tenerte, que
me perdones, tener tu venia. Deseo que me ames. Pero si no es así, solo te
amaré yo; seré tu sombra hasta el fin de tus días, te cuidaré, te protegeré.
Aun así, yo sea despreciada y vilipendiada por ti. Esta será mi forma de
redimirme ante ti. Si sobrevivimos en este mundo nuevo yo seré tu coraza. − Con
mucha emoción iba desgranando esta declaración de intenciones.
− Tu misma has cerrado la puerta a mi
interés, por ti. Me da absolutamente igual lo que hagas. Si quieres ser mi
esclava o sierva, allá tú. Yo no te obligaré a nada. ¡Pero, me parece muy
idiota, someter tu vida a un capricho sin sentido! − Replicó él.
− Se que nunca entenderás mis
sentimientos. Lo entiendo y asumo. ¡Te lo ruego, mi señor déjeme servirle
fielmente hasta el fin de mis días! No interferiré en sus asuntos, si se
enamora de otra. Lo entenderé. Pero no olvide nunca, que yo soy suya y de nadie
más. −
− ¿Y, si por necesidades te entrego a
otra persona? −
− Entiendo que eso podría ocurrir. Como
su sierva, obedeceré ciegamente lo que me ordene. Pero, me destrozaría
separarme de usted, mi señor. –
Lux-Matrix se quedó pensativo unos
momentos. Después de unos minutos replicó.
−
Aunque me impresionan tus intenciones, mi larga vida me ha enseñado, que lo que
se hace una vez, se vuelve a repetir otra. He asumido que tu traición fue culpa
mía. Por eso no voy a darte opción a una segunda oportunidad. −
Mientras hablaban el espectáculo estelar
de miles de millones de estrellas, como arena del mar se quedaba atrás. La nave
diminuta de apenas unos treinta y cinco metros de diámetro, y doscientos de
largo, surcaba el mundo sideral disminuyendo progresivamente la velocidad,
volteando sobre sí misma, como los radios de una rueda, su color es rojo a
castaño oscuro. En su interior seis tripulantes y un prisionero.
La general Aurorboreas volvió sobre sus pasos
y se sentó en el panel de control.
− Atención a toda la tripulación, al
habla con ustedes la comandante de esta expedición de búsqueda. Hemos recibido
daños severos en la estructura de la nave. − Aurorboreas, comunicaba preocupada
la situación en la que estaban, a los tripulantes. − Hemos perdido contacto,
con nuestros compañeros y la base. Nos dirigimos en ruta de colisión con algún
cuerpo de una galaxia que tenemos enfrente. He dado las órdenes de reducir la
velocidad para disminuir los incidentes del impacto. Por los víveres, estad
tranquilos, de momento, tenemos víveres para varios años. La capacidad vital de
la nave con nosotros siete, es de varios miles de años. − Les tranquilizó. − De todos modos
intentaremos reparar los desperfectos cuando reduzca su velocidad, hasta los
veintiséis kilómetros por segundo, a esa velocidad, si, podemos salir al
exterior para ver si la podríamos reparar. −
Se dejo caer exhausta en el asiento. Girándose,
miró a Lux-Matrix, y le habló.
− Lux, la verdad es que no tengo ni puta
idea, de cómo solucionar este problema. La nave va loca, sin poder cambiar su
rumbo. Va totalmente a la deriva. Y no sé cómo detenerla. No sé, ni si tan
siquiera, si la podremos reparar. −
En ese mismo momento Lux se liberó de
las argollas que lo tenían retenido como si nada.
− Ya me parecía extraño que tú siguieras
cautivo. ¿Por qué no te liberaste antes? − Le dijo ella.
− En parte, porque quería saber lo que
pretendías y por otra, ver como reaccionarías a mi liberación. Pero como ya
descubriste mi poder, no tiene lógica alguna que siga pretendiendo ser un
debilucho. − Confesó. − Bueno… − Suspiró fuertemente, y volvió a coger aire,
profundamente. Sorprendiendo por la intensidad a la fémina.
− ¿Que ha sido eso? − Preguntó
sorprendida.
− ¿Qué?
¡Oh! ¿Esto? Se llama respiración. Permite llenar tu cuerpo de materia
del universo, haciéndote más fuerte. − Le respondió él.
− ¿Y cómo lo haces? −
− Es una técnica muy difícil, tardé casi
tres años y pico, en dominarla. − Confesó,
con el orgullo de alguien, que consigue algo increíble.
− ¡Pues yo creí, que eso solo eran
falacias o falsos mitos! −
− Yo también pensé lo mismo. Pero estaba
equivocado. Ya ves…−
− ¡Oh…,! Ya estamos a punto de entrar en
la zona gravitacional de la galaxia. Espero no ser engullidos por ese enorme agujero
negro central. − Interrumpió Aurorboreas, trasteando los mandos de la consola. −
A ver si ahora con ayuda da la fuerza gravitatoria podemos controlar la nave.
Lux-Matrix, se concentró para sentir el
latido gravitacional de la galaxia. Enseguida se acopló a él, siendo el momento
en que las ondas gravitacionales de la galaxia entraron en contacto con el
cuerpo de él, se produjo una reacción similar a un choque sónico. La nave
redujo sustancialmente la velocidad de su giro axial, a uno mucho más lento.
Y así llegó hasta la periferia de un
brazo de la espiral galáctica. la velocidad de la nave amainó
considerablemente. Dos tripulantes mecánicos salieron al exterior y exploraron
los daños. Al regresar al interior.
− ¿Cómo ha ido? − Preguntó la general,
nada más entrar los que salieron a comprobar los daños. − ¿Tiene fácil solución?
−
− Mi general, su Alteza, nuestro
príncipe. Sentimos mucho tener que informar de estas desagradables noticias.
No, no podemos reparar la nave, de ninguna manera. Los impulsores principales
están destruidos, solo funcionan los dos impulsores secundarios o de
acercamiento lateral. Y los frenos de reduc
En otro lugar en otra galaxia, el un
enorme planeta modificado, prácticamente ya era algo totalmente artificial. El
soberano recibía la información de una noticia importante.
− Mi señor, la nave “el Mensajero
Interestelar”, ha sido alcanzada por un disparo. Sus escoltas avisaron de
su desaparición al momento de entrar en hipervelocidad. A bordo estaban la
general Aurorboreas de Estela Nebulosa, el coronel Neutrón Satelital,
los tenientes espaciales E.F.G. 6500 y A.J.A. 10.755, y los
miembros tripulantes ABD 2000 y ZDS 9756. − El informante se
detuvo, y se puso a temblar, pensando en cómo dar la siguiente información. −
Esa nave transportaba también a su alteza imperial el príncipe heredero
Lux-Matrix… −
− No continúes. − Interrumpió su
interlocutor. − No he sentido la transmigración de sus almas. −
− Mi señor, eso puede deberse al
conflicto, que hay entre el imperio celestial y los demonios. −
−Ese
es otro asunto que debo de tratar. No sé de qué lado debemos ponernos. ¡Pero,
ahora lo más importante es localizar a mi heredero! Ya hemos perdido un príncipe,
no quiero perder al otro. − Yendo hacia el trono, se sienta en él. − Toda orden
dada desde el trono debe ser obedecida y cumplida. Es la tradición, la
costumbre y la ley. −
− ¡Toda orden hecha desde el trono será
obedecida eternamente y será de obligado cumplimiento para todos los siervos
del imperio. −Respondieron los presentes.
− El príncipe imperial Lux-Matrix, debe
ser hallado, y traído de vuelta al imperio de Ganimedes. (Elegí este nombre
porque el original es impronunciable para nuestro sistema vocal). para que
se ocupe de sus obligaciones. Recorran el universo entero para encontrarlo si
es menester. ¡Así lo ordena el emperador y señor del imperio de Ganimedes! − Terminó
la frase y se bajó del trono.
Todos los allí presentes sabían cuál era
su obligación principal, a partir de ahora. Es un asunto imperial encontrar al
príncipe prodigo.
No tardando mucho, miles de naves
surcaron el cielo, de este planeta capital, para recorrer el universo en todas
direcciones. Guerreros, soldados, caballeros, nobles, plebeyos, aventureros,
mercenarios, entes de toda condición, en fin.
Mientras, en el palacio imperial, un
ente, cubierto enteramente por una capa oscura, recibía a un emisario.
El emisario, agachando el rostro para no
ver a su mentor, postrado como estaba, le dio su informe.
− Que el poder sea contigo, mi señor. −
Saludó el esbirro. − Los elegidos, iniciamos su peregrinación para que se
encuentren. −
− Sí, en cuanto descifren y encuentren
el símbolo del creador, que inicien su misión. − Asintió el portador de la
capa. − ¿Y de mi vástago que sabes? − Preguntó con tono de preocupación en su
voz.
− Mi señor, el plan va como planeamos,
hemos hecho que su nave vaya directamente, hacia el sistema solar. Allí
seguramente saltaran al planeta de agua líquida. Pues solo este tiene capacidad
de soporte vital para nosotros mi señor. −
− ¡Bien! Así asistirán a los
seleccionados para proteger el renacer del creador. − Confirmó. − Puedes
levantarte. Mantenme informado de los acontecimientos. Que el poder sea
contigo. − Y diciendo esto se esfumó delante de su servidor.
− Que el poder sea contigo… − Susurró
este último, irguiendo la cabeza dejando al descubierto su cara, con rasgos
reptíloides. Girando sobre sus talones, abandonó la sala caminando en silencio.
La pesada puerta se cerró detrás de él.
CAPITULO
XI
M |
arta lo miró incrédula, Toni le estaba
hablando, y le había escuchado la confesión íntima que acababa de hacer. En su
oído aun retumbaba el grito que acababa de dar. − ¡Nooo…! − Y la suave voz grave de él. −
Tranquilízate, mujer. −
Pero Toni, cerró los ojos nuevamente y
volvió al soponcio vegetativo, en el que se hallaba, tras un breve periodo de
ser consciente, y la inconsciencia se apoderó de él nuevamente.
Pasaron los minutos, las horas, pero el
tiempo se alargaba una eternidad, para la preocupada Marta. Trajeron a la habitación un nuevo paciente,
acompañado por una señora mayor, que estaba llorando. Las enfermeras corrieron
las cortinas para darles un poco de intimidad. Una, le daba instrucciones de lo
que tendría que hacer a la señora, en caso de que necesitase ayuda. También le
daban palabras de consuelo, y que pronto su familiar estaría bien. Terminando
su trabajo las enfermeras se fueron. El monótono ruido de las máquinas de
soporte vital, era interrumpido por los sollozos de la vecina.
Ahora Marta se sentía incómoda. Estaba
preocupada, pero, al mismo tiempo se sentía aliviada. Se lo había dicho por
fin… Pero, si Toni lo recuerda cuando vuelva en sí, “¿Qué debería de hacer
ella?” “¿Sería capaz de continuar con la separación y el divorcio que había
iniciado?” No sabía qué hacer. Y verlo aquí tan lastimado, la quebraba. Siempre
se portó bien con ella, él no era el malo aquí, ella tampoco… “¿Qué hago?” Se
preguntaba, pero solo obtenía una respuesta. “No sé qué hacer…, no sé qué
hacer.”
Se levantó del incómodo sillón, para
salir a tomar un poco de aire fresco. Saludó a la compañera de cuarto con la
cabeza, abrió la puerta, abandonando la habitación. El largo pasillo lo recorrió
con pasos lentos. Su cabeza bullía con múltiples pensamientos encontrados; Dilemas
morales, soluciones fantasiosas, problemas reales y ficticios, se daban la mano
en su mente. Dudas y más dudas, no había nada asertivo, todo eran miedos y
temores.
Se cruzó mientras deambulaba por el
corredor con personal sanitario, médicos, enfermeras. Una voz la sacó de sus
cavilaciones.
− Señora Marta. Señora Marta. −
Giró hacia la procedencia de la voz y se
encontró con el ginecólogo que la atendía. “¿Cómo se llamaba? Dios no me
acuerdo. ¡Que desastre!” Pensaba intentando recordar el nombre del Doctor.
− Hola… − Prolongó el saludo, intentando
recordar el nombre del médico. − Buenas tardes, casi noches. −
− Hola… Siento mucho lo de su marido. −
“Ya sabe lo de mi marido, se ve que las noticias vuelan” pensó ella.
− ¡Oh…! Dios está muy mal. Y tengo
miedo… − Rompió a llorar. Se apoyo en el doctor en busca de consuelo, y lloró.
El Doctor, la dejó llorar para que se desahogase.
− Enfermera… − Llamó a una que pasaba por
allí.
−Sí, doctor García. − Respondió solícita
esta última.
− ¿Podría suministrar un tranquilizante
suave a la señora Marta? −
El doctor García acompañó a Marta hasta
unos asientos próximos. Llegó la enfermera con el tranquilizante. (No digo nombre, ni marca, para no hacer publicidad
del medicamento) Le sujeto el brazo y le inyecto el
medicamento.
− ¿Cómo se encuentra, señora Marta? −
Preguntó el médico.
− Me siento bien, parece que me está
dando sueño… −
− Si, es algo normal, son los efectos
del tranquilizante. ¿Me acompañaría a mi consulta, para ver cómo va su
embarazo? −
− ¡Oh… Va bien no se preocupe doctor! −
− Pero ya que está aquí, es mejor
cerciorarse, de que todo va bien, Marta. −
En la consulta el Doctor Liborio, le hizo una
serie de preguntas facultativas, que ella le iba respondiendo.
− ¿Ha tenido relaciones, con otras
personas a parte de su pareja habitual? −
Ella titubeó un momento, quedándose
pensativa, el doctor apartó la vista del monitor y la vio por encima de sus
gafas.
− ¡No…! − Dijo intensamente, terminando
en un suspiro. − Sé fehacientemente que no he tenido relaciones con ningún otro
hombre. − Se detuvo en su relato, pensó seriamente en si debía revelar su
secreto, la podía tomar por una lunática, o decir todo lo que sintió aquella
madrugada. − Pero si me pasó esto. Después de llevar unos meses sin tener
relaciones con mi marido. Yo pensé que fue una pesadilla o un sueño horroroso.
Pero me quedé encinta. −
El doctor Liborio, dejó de hacer todo lo
que estaba haciendo para atender todas las palabras que salían de la boca de la
mujer que tenía enfrente. En otras circunstancias la hubiese derivado a
psiquiatría, pero, después de tener contacto con el profesor Jan Jelinecki y
Hans R. Müller. Lo que le contaba esta mujer empezaba a tener cierto sentido. A
pesar de las leyes, de protección de datos, él puso a grabar esta conversación
en el teléfono inteligente.
Cuando terminó la consulta la acompañó a
la habitación donde reposaba el marido.
Cogió la tablilla del diagnóstico, y a medida
que leía observaba al hombre que yacía delante de él, asombrándose de su
titánica lucha por sobrevivir. Como médico, sabía que las próximas horas eran
críticas. Entonces ocurrió el milagro.
− Esa criatura
que llevas en tu vientre es mío. − Dijo Toni, con voz quebrada, pero dulce
y suave. −
El doctor levantó la vista asombrado de
los papeles que estaba revisando y se quedó pasmado viendo la escena que se
producía delante de sus ojos.
Marta abriendo sus ojos de par en par,
parecía que iban a salirse de sus orbitas. Tenía cara de terror ciertamente.
Toni tenía los ojos entre abiertos, las marcas de los hematomas se habían
acentuado al subir la tensión sanguínea en su cuerpo. Intentaba mirarla; pero
las escayolas, férulas, collarines, tornillos y correas se lo impidieron,
reflejando en su cara el esfuerzo y dolor que conllevó este hecho.
Marta se deslizó hasta su marido
acariciando la poca piel de la cara que estaba libre de vendajes.
− ¡Toni…, Toni…,! Qué alegría escuchar,
tu voz de nuevo. ¡Toni, me has asustado y preocupado mucho. −
−
Así que me llamo Toni… − Dijo este pensando… intentando recordar. − Me acuerdo
de ti… Marta…, y también de tu hija Noemí. Pero, no me acuerdo de quien soy yo.
− Se calló otra vez, pensativo. Issay estaba explorando y asumiendo la memoria
de Toni. − Me duele todo, estoy mareado y no recuerdo nada de lo que pasó… −
−Es normal. Después de accidentes de
este tipo, la amnesia es bastante habitual. − Explicó el médico. – Esta
demostrado que tras un suceso tan traumático suele suceder que hay casos de
amnesia, temporal, aunque hay casos en los que el resultado es permanente. Lo asombroso
es que se recuperara tan rápido, lo más habitual seria despertar del coma tras
varios días. ─ Dándose cuenta de algo lo miró fijamente. ─ Voy a llamar al doctor que está a cargo de
usted. ─ Saliendo apresuradamente por la puerta. Dejándolos solos en la cámara.
─ ¿Que tal te encuentras Marta? ─
─ ¿No sé cómo eres capaz de hablar así,
estando como estas? ─
─ ¡Ay…,! Me duele todo, y no puedo
moverme. ─
─ Gracias Toni. ─
Siguió una charla intranscendente hasta
que llegó el traumatólogo, que estaba a cargo.
El doctor Liborio llamó al doctor Hans.
Pero este no dio respuesta alguna. Guardó archivos de la consulta que le hizo a
Marta, y se los adjuntó al correo electrónico. Pulsó la tecla enter y se
enviaron al destinatario.
Noa, estaba revisando los correos, del
consultorio del doctor Hans R. Müller, y vio el correo procedente de un doctor
español. Lo abrió para ver si era un trabajo o una cita.
Se sorprendió al ver la secuencias de
una ecografía y los comentarios adjuntos.
─ ¡Ajá…! Esto es lo que están investigando
en España, por lo que parece. ─ Se dijo Noa.
Entonces le prestó más atención al correo y lo
reenvió al correo personal de su socio. Quedándose pensativa por el
requerimiento del doctor, de que comprase un viaje a España. Hace ya varios
años que por culpa de la crisis tuvo que emigrar a Alemania. Fue una buena
decisión, aunque al principio fue duro, ahora se encontraba muy a gusto en el
país Germano.
Tenía ganas de regresar a su país de nuevo,
y que su hija, que cumpliría los doce años pronto, lo conociese, estuvo en
España por última vez cuando apenas tenía dos años, así que ya era hora de
volver.
Su marido y ella emigraron a Alemania en
busca de mejores oportunidades. Y Alemania le encantó. Pero a veces echaba de
menos la idiosincrasia de vivir en España, era como decían sus amistades en
Alemania vivir como un turista eternamente. Al llegar y cumplir todos los
tramites trabajó como recepcionista en un hotel en colonia. La misma compañía
por motivos laborales la desplazó a Múnich. Es ahí donde conoció al psiquiatra,
Hans R. Müller. Al enterarse este que era española, decidió practicar su
español con ella. Por motivos de trabajo, él se desplazaba habitualmente a
varias ciudades de Alemania y de otros países. Es considerado una eminencia en
su campo, con varios libros publicados. Lo cierto era que ella lo admiraba.
Llegó a un punto en el que creía que estaba enamorada de él. Pero no, solo era
admiración por su trabajo y forma de vida. En uno de sus habituales viajes, el
psiquiatra trajo consigo unas notas que intentaba transcribir, era una especie
de escritura cuneiforme tardía, que habían descubierto en Turquía. Ese día su
marido, Javi, estaba allí conversando con ella. Noa fue a la cafetería del
local buscando un café para su marido. Viendo al doctor sentado, lo saludó.
Este levantando la cabeza también saludó.
─ ¡Dios, no entiendo esto! ─ Exclamó. ─
Esto no es sumerio. ─
─ ¡Pues si no es sumerio, será otro
idioma! ¿No? ─ Le replicó ella medio en broma y sorprendida por la exclamación.
─ ¡Eso es! Pues claro Noa, ─ Levantó la
cabeza sonriente, como si acabase de hacer el descubrimiento de su vida. ─ ¡Eso es! Es otro idioma, ¿Cómo no me di
cuenta? ─
Noa se despidió llevándole el café a su
pareja. Comentándole a este el incidente. Entonces Javi curioso, se acercó a
Hans y le pidió permiso.
─ Discúlpeme usted señor Hans. Pero por
lo que me comentó mi esposa, creo que podría ayudarle. Si usted me lo permite.
─ Le dijo Javi al doctor, en perfecto alemán.
Este mirándolo con cierta
condescendencia, con un gesto, lo invitó a sentarse.
─ Esto es escritura cuneiforme tardía. ─
Dijo Javi. ─ Pero ni es sumerio, ni babilónico, aunque las cifras coinciden con
las numeraciones asirias, el texto que leo no lo es. ─ Hans lo estaba viendo,
atónito, “¿Cómo es posible que este camarero sea capaz de leer esto así de
fácil?, ¿O, me está embaucando?” pensaba. ─ Habla de un tal Suppiluliuma, que
recibía el tributo anual, del reino, falta el indicativo, de tres mil cabezas
de ganado, entre mil ovejas, quinientas yeguas, doscientos bueyes, trescientos
de aves y mil de ganado caprino. Habla de la entrega de doncellas. Pero el
signo de cantidad está deteriorado. Y cien guerreros hábiles con la espada,
para servir al rey. ─ Javi terminó de traducir la reproducción, Hans, estaba
boquiabierto.
─ ¡Que…! ¿Cómo es que sabes hitita? ─
─ Cuando era más joven, me atraían
mucho, las escrituras antiguas; sumerias, asirias, fenicias, griegas, chinas,
indias, etcétera. Empecé a transcribir los signos primero, después las
palabras, comencé a descubrir esas lenguas y la curiosidad me llevó a
estudiarlas. ─
─ Lo dices como si fuera tan fácil… ─ Dijo
Hans admirado. ─ ¿Tú sabes que por ese conocimiento se pelearían las
universidades por ti? ─
Y así empezó su relación entre ellos. Se
asociaron en una consulta psicológica. Que dio frutos nada más empezar. Pero
hasta ahora, no tuvo la oportunidad de regresar a España.
Ayer habló con Javi sobre el asunto, él
apreció la idea, pero no estaba claro, que en su empleo le diesen vacaciones
así de repente. Quedó en hablar con sus jefes hoy, y ella esperaba su llamada
para salir de dudas. De todas maneras si él no pudiese viajar, ella iría
igualmente.
Su ordenador dio aviso de recibir un
correo. Abrió la página, era de su socio. Un escueto saludo, y la petición de
que su marido le echase un vistazo a las inscripciones de las fotos que
adjuntaba.
─ Pero ¿Qué es esto? Si está escrito en
español. ─ Se dijo ella, pero, fijándose más no entendía nada de lo que estaba
escrito. Envió las fotografías a Javi, esperaba que tuviese un momento libre
para verlas. Se perdió viendo la foto de él en la imagen de perfil.
El cocinero, terminó de recoger la mesa
de trabajo. Recién terminado el servicio del restaurante. Tras meter los
utensilios en el desinfectante, le dejó el resto de la faena a los ayudantes.
Se limpio el sudor de la frente, aprovechó para quitarse el chapeau, de
cocinero, soltarse el mandil, dirigiéndose a los vestuarios. Tomó su teléfono,
echó un vistazo a los mensajes. Como siempre abrió los de su mujer primero.
Las fotos que le envió eran curiosas.
Las leyó en voz bajita, al principio no entendía los fonemas, pero se dio
cuenta que cambiando la prosodia de estos, el resultado le resultaba
inteligible, le recordaba vagamente al godo de Crimea. Pero era más familiar, más
escandinavo. Lo releyó otra vez más, ahora en voz alta.
─ ¡Ya está. Es normando! ─ Dijo casi
gritando.
─ ¿Qué pasa Javi,? ─ Se sorprendió otro
compañero, recién entrado.
─ Nada. ─ Respondió el aludido. ─ Es que
mi mujer me envió unas fotos con unas letras grabadas, y no sabe que idioma es.
Para saber si yo lo sé. ─
─ Y lo sabes por lo que veo. ─ Le dijo
dándole un suave golpecito de despedida en el hombro. ─ Que suerte tienes, te
han dado vacaciones. ─
─Sí, hasta yo me he sorprendido. Les iba
a pedir para la semana que viene, y me dan dos meses. Y tú las coges pasado
mañana. ─
─ Ya ves cierran por reforma, dos meses.
La idea era cerrar por navidades para reformar el local. Pero las empresas que
se lo harían doblaban el presupuesto, y optaron por hacerlo ahora. ─ dijo
pensativamente. ─ Que también hay menos clientela. ¡Qué demonios. Vamos a
disfrutar de las vacaciones! Iré a Italia a ver cultura e italianos que son muy
guapos. ─
─ Pues ten cuidado tal vez no sean tan
tolerantes como los hacen ver en los medios. Son bastante conservadores en esos
temas. ─ Comentó Javi.
─ Javi ¿Y tú que vas hacer durante esta
largas vacaciones? ─
─ Mi mujer quiere ir a España.
Aprovecharé para ir, y saludar a mis amigos. Ahora cuando llegue a casa le daré
la sorpresa. ─ Dijo Javi echándose a reír.
─ Que te vaya bien. ─ Se despidió el
compañero
Noa esperó la llamada de Javi a lo largo
del día y esta no ocurrió. “Seguro que no se las han dado, por eso no me
llamó.” Se decía a sí misma.
─ Llamare a Hans. ─ Se dijo Noa así
misma. ─ También es raro que Javi no me haya dicho nada de las fotos. Puede que
este muy ocupado. Bueno, llamaré al doctor mañana. Ahora me iré para casa. De
paso recogeré a Orel, seguro que sus hermanos ya están en casa jugando con la
consola. ─
Salió de su oficina, fue al lugar donde
había aparcado el vehículo, cuando, abriendo la puerta sonó su teléfono.
─ ¿Sí? ─
─ Hola Noa. Supongo que estas
terminando. Sabes algo de cuando sacarás el billete para Mallorca. ─ le
preguntó el doctor Hans. ─
─ No sé nada todavía. Estoy esperando
que Javi me diga si le dan las vacaciones. Ahora voy a por la niña que estará
esperándome. Te llamaré en cuanto sepa algo. ─ Contestó ella por el auricular.
─ Vale, bueno, espero tu llamada. Buenas
tardes. ─ Dijo el doctor, cerrando la llamada. ─ Aun no sabe cuándo cogerán el
vuelo. Si no tendré que ir a buscarlos y traerlos. ─ Les dijo Hans a sus
acompañantes. Estos a su vez asintieron con la cabeza.
Tenían el cofrecillo delante de ellos,
estaba limpio de plomo, el objeto tenía una bella manufactura solo interrumpida
por los caracteres grabados rudamente.
─ ¿Qué significaran estas palabras
grabadas aquí? Parece que pueda ser una advertencia de los que han escondido
esto. La prudencia en este caso tiene que ser extrema, no sea como una nueva
caja de Pandora. ─ Comento el profesor Jan Jelinecki.
─ Si es cierto lo que vosotros pensáis,
aquí puede estar oculto o sellado algo peligroso. Y si está relacionado con la
criatura que está en el vientre de esa mujer. Pues me preocupa más. ─ Añadió el
clérigo.
─ Hablando del rey del rey de Roma… ─ Interrumpió
Hans. ─ He recibido un correo reenviado por Noa del doctor Liborio. ─ Mientras
lo abría.
Los tres se aprestaron a ver lo que
decía el asunto. Después de leer el mensaje y ver las imágenes, obtenidas por
el ginecólogo, comprobaron, que a lo sumo todo estaba correcto. Tras la
situación de estrés que estaba sufriendo la madre encinta.
─ Llamaré al doctor García para ver como
tratamos este asunto, y ver si podemos ser de ayuda. ─ Hans hizo el comentario
marcando los números de llamada en el teléfono. ─ Profesor Jan ¿quiere
preguntarle algo al ginecólogo? ─
─ Ahora mismo no. Estudiaré más tarde
las imágenes que nos ha enviado y haré una evaluación del asunto. Pero me
preocupa el estado emocional de la preñada, y si eso puede ser causa o efecto
de un posible trastorno en el feto. ─ Le respondió el profesor.
─ A mí también me intriga la pequeña
criaturita en formación. Es un milagro, cotidiano, pero no deja de ser
sorprendente de como la vida se abre camino. Aunque sea distinto, es algo
maravilloso. ─ Comento el sacerdote, con cara de estar recordando algo
asombroso.
─ ¡¿Hola, si…, doctor García? Soy yo
Hans. ─ Dijo este último a través del teléfono en videollamada. ─ Buenas
tardes. ¿Como está?. ─
─ Hola Hans. ─ Saludó al otro lado de la
pantalla el ginecólogo intentando estabilizar la pantalla. ─ Estoy bien ¿Y vosotros? ─ Los aludidos lo
saludaron con la mano a través de la pantallita.
─ Ya veo que está controlando a la
señora, ─ Dijo Hans con cierta dificultad en la pronunciación. Aunque hablaba
perfectamente casi como un nativo, español, a veces tenía algún lapsus y
cometía algún error de dicción. ─ Nosotros estamos bien. Solo nos falta
descifrar lo que pone aquí antes de abrirlo, no sea que vayamos a meter la
pata, y la equivocación pueda resultar en una catástrofe. Estamos jugando con
cierto misterio, desconocido, pero, es apasionante. Si nuestras sospechas son
ciertas, se abrirían nuevas puertas a investigaciones científicas en un ámbito
novedoso. En el que el mundo científico tendría que aceptar el significado del
más allá. ─
─No sé hasta qué punto sus ideas, o sus
investigaciones son reales. Pero, de lo que no me cabe duda alguna es que la
masa científica lo va a repudiar. Y aunque lo aceptasen tardaran años y años en
dar el brazo a torcer. Porque lo que pretendéis es demostrar que las
supersticiones, contra las que lucha la ciencia, son reales. ─
─ No pretendemos tanto. Solo queremos
abrir una vía, en la que se puedan hacer hipótesis, que deberían ser rebatidas,
y estudiadas, sobre la existencia de otras entidades, no biológicas, pero que
si pueden interactuar con nosotros. ─ Respondió el profesor Jelinecki.
─ Profesor; por más que me lo explique.
Mi razonamiento no es capaz de entender lo que me dice. Tengo la mente abierta
a todo, pero, no soy crédulo. Me puse en contacto con usted, porque no entendía
lo que estaba viendo en las ecografías. Ahora estoy emocionado, y confundido a
la vez, por el descubrimiento, pero, no sabía que eso iba a afectar tanto mi
vida. Me hace preocuparme más por la salud de mi paciente. Pero se acumulan
casualidades que me van superando. Por un lado quiero ayudarles. Pero eso puede
afectar a mi trato profesional con otros pacientes, y eso es algo que no debo
permitirme. ─ Los demás escuchaban atentamente al doctor García y asentían comprensivos
a sus explicaciones. ─ Ahora la familia de ella está pasando por una situación
dura,
prácticamente su marido, ha sido
atropellado, ha estado muerto casi por una hora, y ha resucitado sorprendiendo
al equipo médico de la ambulancia y al juez. Todo esto es raro. ─
─ Perdone. ¿Has dicho, que estuvo muerto
por una hora? ¿Y de repente resucitó? ─ Interrumpió Santiago.
─ Sí. He estado viendo el informe del
paciente, y es bastante asombroso. Ha recuperado hace un momento la consciencia,
a pesar de estar en coma, por traumatismo craneoencefálico. Se despertó delante de mí. ¡Y no se quejó de
ningún dolor! Y eso que no estaba sedado. La velocidad de recuperación de los
traumatismos es acelerada. Su traumatólogo esta alucinando literalmente. Nunca
vio nada similar en su vida. Y yo tampoco. Sus arterias y venas se reconstruían
solas, como si tuvieran vida propia. ¿Y a que no saben que es lo primero que le
dijo a su mujer al recobrar la consciencia? ─ Los espectadores del otro lado lo
miraban impacientes por saber que dijo. Pero Liborio les dio unos segundos
mientras los miraba curioso, haciendo la espera más tensa. ─ Pues va y le dice.
“Esa criatura que llevas en tu vientre es mío.” Lo que indica que esto puede
ser un extraño factor evolutivo o hereditario. ─
─ Eso también lo debemos tener en
cuenta. Debemos analizar todos los factores por separado y luego ver como
armonizarlos para que todo tenga sentido, o pueda ser mensurado crítica y objetivamente.
Pero sobre todo debemos ser prudentes y no aventurarnos con creencias ciegas.
¡Hay que analizarlo todo pragmáticamente, para evitar vicios de forma y
contenido. ─ Sostuvo el profesor Jan.
─ No soy yo el más indicado para hablar
ya que mi fe se basa en milagros, pero no comparto las creencias esotéricas ni
milagros sin sentido. ¡Doctor García, debe de haber una explicación más lógica
y razonable que un milagro! Seguramente será algo más prosaico y natural, con
poca intervención divina. ─ Debatió el padre Santos.
─ Me sorprendes Santiago, se supone que
tu serias el más acérrimo defensor de los milagros. ─ Dijo sorprendido el
psiquiatra.
─ No es eso. Pero supongo que todo
tendrá una explicación más lógica que la que ustedes apuntan. Ya sé que es un
cumulo de casualidades y causalidades, con difícil explicación. ¡Ya lo sé! Pero
no debemos perder de vista, el más común de los sentidos. ¡El sentido común!
Que aquí parece que se está perdiendo. ─
─ No es eso que estás pensando. Nosotros
lo que estamos investigando es para poder explicarlo todo de forma racional. ─
Le rebatió el profesor. ─
Al otro lado de la pantalla el doctor
Liborio García los observaba atentamente. Mientras alguien llamaba a la puerta
de su despacho.
─ Sí…, adelante. ─ Ante estas palabras
de permiso una enfermera entró.
─ Doctor Liborio, Marta quiere hablar
con usted. ─
─ ¿Marta, que Marta…? ─ Se la quedó
mirando unos segundos confuso. ─ ¡Ah…! Si, sí que estoy algo despistado, dígale
que entre. ─
Marta, entró seguidamente por la puerta
blanca, decorada con posters de imágenes esquemáticas de cómo es el interior
intimo femenino, saludando al doctor.
─ Buenas, otra vez. Solo vengo a decirle
que me tengo que ir. Tengo a mi hija con una vecina y debo recogerla para casa
y atenderla. Como dejo a Toni solo quería preguntarle ¿si le podría echar un
vistazo mientras yo estoy ausente? En cuanto arregle a la nena, la dejare que
pase la noche con una amiga y vendré para atender a mi marido por la noche. ─
─ No se preocupe, Marta, realmente no
hace falta que este aquí. Las enfermeras y los médicos lo atenderán muy bien.
Usted relájese; que en su estado es primordial, atienda a su hija y mañana por
la mañana vuelva. Ahora no es necesaria su presencia, y solo pasará una noche
incomoda. No nos ayudará en nada. Descanse, Toni queda en buenas manos. Piense
que lo van a sedar para que no sufra y descanse por la noche, y si pasase algo,
el equipo médico lo atendería muy bien, no olvide que está en la unidad de
cuidados intensivos, que por cierto no permite visitantes. Así que le aconsejo
que se vaya a casa, cuide a su hija pequeña, y ya mañana descansada regrese. ─
Le informó el médico. ─ Y si esto la tranquiliza, echare un vistazo a su marido
de vez en cuando mientras dure mi turno. ─
─ Muchas gracias doctor. ─ Le agradeció
Marta al despedirse. ─ Adiós doctor, hasta mañana. ─ se fue cerrando la puerta
tras de sí.
Ella revisó en el bolso si tenía las
llaves del coche y el billete del aparcamiento, comprobándolo, irguió la cabeza
y con paso rápido fue al lugar en el que estaba su coche. Sentada en el asiento
del conductor, introdujo la llave en la ranura. Pero antes de arrancar, rompió
en llanto. Otra vez llorando, se sentía culpable y aliviada al mismo tiempo.
Toni lo había dicho por segunda vez, sin importar que, este hijo seria suyo.
Era de él.
Se enjuagó las lágrimas, con un pañuelo
de papel al terminar, respiró hondo y arrancó el coche. Salió de la rotonda y
enfiló para Alcudia. Se le hizo largo el trayecto. Deseaba ver a Noemí, su
hija.
No sabía cómo contarle los
acontecimientos del día, pero de alguna forma tendría que hacerlo. Los
quilómetros pasaban mientas ella pensaba en cómo decírselo a su pequeño tesoro.
Se imaginó infinidad de situaciones, pero el actual estado de ánimo no la
ayudaba mucho. Al fin llegó a la población, sin tener nada en claro.
Encontró pronto un sitio para aparcar.
Al bajar del coche se dio cuenta de que no estaba preparada para afrontar lo
peor, y eso podría pasar. Pero no, no, no quería pensar en eso, esa posibilidad
nunca. Entonces se decidió a aplicar los consejos que leyó en multitud de
libros de ayuda. Camino, a casa de la vecina, que acogía a su hija, le solicitó
al universo por ayuda para salir de este trance. En ese preciso momento sintió
un retortijón en su abdomen. Echándose las manos a este, lo sujetó con fuerza,
y encogiéndose de dolor. Ella no lo sabía,
pero el creador, ya había preparado esta situación hace miles de años, una
cantidad de tiempo insignificante para él, pero, enorme para nosotros. Llamó al
timbre de la casa, le respondió una voz femenina distorsionada.
─ ¿Quién es? ─
─ Hola, soy la madre de Noemí. ─
─ ¡Ah! Marta. Sube. ─
─ No, no, tengo prisa. ¡Mándamela para
abajo! Porque si subo me enredaré mucho y se me hará tarde. ─
─ Vale ─ Le dijo la voz a través del
aparato, al tiempo que se escuchaba por él. ─ Noemí coge tu mochila. Tu mamá
está esperándote abajo. “Vale ya voy” “chao nos vemos mañana Lucia.” ─
Escuchaba Marta la conversación de despedida. Al rato vio como su hija bajaba
las escaleras apresuradamente. Marta temió por si se caía la niña. Pero al
final no pasó nada. La niña abrazó a su madre con fuerza y le dio un par de
ósculos sonoros en las mejillas.
─ Sabes mamá, en las noticias han dicho
que un cometa, que no es cometa se aproxima a la tierra, que es un viajero
interestelar. Viene de más allá del sistema solar ─
─ ¿Y eso que es? ─
─ Se llama Omuamua. Y yo pienso que es
un meteorito gigante como el que mató a los dinosaurios.
─ No te preocupes, Noemí, será como los
otros que pasan de largo en su órbita, se acercan y se alejan del sol. ─
─ Pero mamá este no es igual, alguno ha
dicho que puede ser una nave alienígena, o algo parecido. Estos le llaman el
caballero negro, pero es rojo. ¿Te imaginas mamá, que vengan extraterrestres? ─
─ Noemí, eso solo ocurre en las
películas. ─
─ Mamá, el hermanito que está en tu
barriga me dice que mi papá está muy malito, pero que pronto estará bien. ─
La mujer la mira fijamente, y con miedo
le pregunta, aunque la había escuchado claramente, por si acaso.
─ ¿Quién? ─
─ Mi hermanito, que está dentro de ti. ─
Respondió, inocente la niña del pavor, que invadió el corazón de la madre. ─ Que
no me preocupe que papi se va a curar rápido. ─
─ Pues claro Noemí, se curará pronto. ─
Le decía a su hija, mientras su mente intentaba encontrar alguna explicación
lógica.
Marta llevaba de la mano a Noemí hasta
el aparcamiento. Cruzándose por el camino con una joven y su perro. El cánido
se la quedo mirando fijamente. Marta vio los ojos del animal y sintió una
extraña sensación de familiaridad.
─ ¡Mamá, mamá! Has visto que perrito más
lindo, yo quiero uno también. ─ Pidió la niña.
El perro se acercó a ellas, las olfateó,
e intento lamerlas. Las había olido antes y le dijo a su compañera que se
acercase a estas personas.
─Vamos Bufon, acerquémonos a esas
personas. Su aroma me resulta muy familiar. ─
─ ¿Porque Azariel? ─ Le respondió la
joven.
Pero Azariel no respondía, su corazón latía
aceleradamente. Los ojos de esa mujer, su aroma eran irresistibles, para él.
Presentía algo, algo se le escapaba. No sabía porque pero tenía todos sus
sentidos puestos en ella, y en la niña que la acompañaba, le despertaba una
alegría intima, reconocía de forma distante los latidos que resonaban en el
interior del cuerpo de la mujer.
─ ¡Mamá, mamá! Has visto que perrito más
lindo, yo quiero uno también. ─ Escuchó como decía la niña.
El cachorro, se acercó a ellas para
olisquearlas mejor, le sorprendió que la niña extendiese la mano para
acariciarle la cabeza. La sensación tan agradable que sintió hizo estremecer su
recién adquirido cuerpo de animal. Pero cuando la mujer lo acarició con tanta
ternura y dulzura eso fue el sumun de las delicias.
─ Has visto que lindo es mamá. ─ Repitió
la niña entusiasmada mientras acariciaba el dorado pelaje. Pero su madre tenía
otro sentimiento que la abrumaba.
Bufon, en el cuerpo de mujer, miraba la
escena sintiéndose fuera de lugar. Parecía la reunión familiares que no se
veían desde hace tiempo. Pero empezó a intuirlo. Mejor no causar problemas
pensó, se acercó al cachorro, lo asió del collar.
─ Lo siento mucho si mi perro las
molesta, es muy dócil. Pero, es la primera vez que se deja tocar por extraños,
mejor dicho que él se acerca a gente extraña. ─
─ ¡Oh …! No pasa nada dijo Marta. ─ Es
tan bonito y me resulta tan familiar. ─ “Si muchas emociones fuertes en un solo
día.” Pensó para sí.
─ ¡Vamos Azariel, vamos! ─ Llamó la
dueña de cánido.
─ ¿Como has dicho que se llama el perro?
─ Preguntó la mamá de Noemí sorprendida.
─ Normalmente nunca lo llamo por su
nombre. ─ Dijo la propietaria del animal. ─ Se llama Azariel. ─
Al volver a escuchar ese nombre su pecho
se sobresaltó, instintivamente llevo su mano al bolso que portaba, buscando el
bolsillo que guardaba un trozo de papel doblado. Tocándolo con la punta de sus
dedos se tranquilizó.
El dorado animal se alejó trotando
alegre con su dueña, pero de vez en cuando echaba miradas llenas de pesar a
medida que se alejaba.
─ ¿Sabes, Bufon, creo que esas personas
que me acariciaron son mi hermana y mi mamá? ─
─ ¡Ya! ¿Y no te has dado cuenta de una
extraña presencia formándose en su interior? ─
─ Si Bufon, parece que tiene un espíritu
muy poderoso. ─
─ ¿Un espíritu poderoso? ¿Un espíritu
poderoso dices? ¡Pero no te has dado cuenta de que es el alma del creador! ─
─ ¡Ah…, ya entiendo! No es mi madre, es
la esencia del creador lo que he sentido. ─
─ Bueno. ─ Dijo Bufon, rascándose
pensativamente la cabeza intentando ordenar sus pensamientos. ─ Y lo otro
también. ─
─ ¿Lo otro? ─
─ Bueno, sí, también es posible que haya
sido tu madre. ─
─ No lo entiendo Bufon. ¿Cómo es posible
que me pueda comunicar contigo y no con las otras criaturas que me rodean? ─
─ Tal vez porque nosotros somos entes
espirituales de base, y seguimos manteniendo nuestro sistema comunicativo
intacto. Me cuesta comunicarme todavía con la dueña de este cuerpo. Debo
fusionarme con ella, para entrar en sintonía con la forma de vivir aquí. ─
─ Creí que ya estabas totalmente… ─
─ ¡Que va! ¡Para nada! ─ Le interrumpió
la chica que guardaba dentro de sí, el ente espiritual de Bufon. ─ Creo que
cuando me fusione totalmente, no podremos comunicarnos. ─
─ Era mi mamá, y mi hermana, si fuese
físico, tal vez pudiese ir de su mano, como mi hermana. Ne gusto mucho sus
cálidas caricias. ─ Elucubró el perro. ─ quiero estar con ellas. ─
─ No te inquietes lo principal de la
misión encomendada ya la hemos resuelto. Hemos encontrado donde está el
creador. Y él está en ella. ─ Se calló un
momento. ─ ¿Dónde estarán Alduy y Issay? ─
La niña miro a la madre con ojitos
tiernos haciendo pucheros, preguntándole. ─ ¿Podemos tener un perrito mamá?
Porfa…, Porfa…, quiero un perrito como ese. ─
La madre todavía sobrecogida por los
acontecimientos recientes; los comentarios de Noemí, el encuentro con el perro
ese, que la desconcertó, el accidente de su marido, su solicitud de divorcio.
Era todo muy, pero que muy irracional.
─ Si, pero cuando seas un poco más mayor.
Pero por ahora no. Tu papá tuvo un accidente y está muy mal. Y yo estoy muy
preocupada. ─ Le respondió a su hija. ─ De todos modos este perrito tenía algo
especial, como si lo conociera, o nos conociera. ─
─ A que sí, mamá, cuando me miraba me
recordó a ti que me mirabas así muchas veces. ─
─ Si, sería eso, que tiene una mirada
muy humana. ─
─ Quisiera volver a verlo para jugar con
él. ─
Escucharon un ladrido detrás de si y al
volver la cabeza. El perro moviéndose juguetón estaba a su lado.
I |
van regresó de hacer lo que le
dijo su abuela, con el extraño aparato, en forma de garrote o bate de beisbol.
Parecía hecho con una tecnología desconocida, pero de una manufactura muy
buena.
─ ¿Cómo se usará esto? ─ Se
pregunta en voz alta mientras lo ve de reojo. A simple vista se ve muy frágil,
pero esa percepción es engañosa. Es un arma; por lo tanto es peligrosa, su uso
ya está olvidado. Según, la visión que tuvo, es como una espada. Pero él no tenía
ni idea ni conocimientos de cómo usar el arma de Pygrychum. El retorno de la montaña sagrada Yalping Nyeri,
fue más fácil que el ascenso. Los monolitos impresionantes que allí hay, solo
se aprecian realmente al estar allí frente a ellos, su imponente,
majestuosidad. Pero la leyenda, que encierra el mito, hasta cierto punto fue
real, el mismo tenía la prueba en el asiento de al lado.
Conducía con cuidado, pero
curiosamente no estaba cansado. Recordó entonces las palabras de su ciega
abuela: “─Iván, ahora ya no eres de este mundo. Tu lugar ya no está
aquí. Estas muerto... no me mires así hijo mío, el demonio de la muerte te rozó
y se llevó tu vida, aunque te parezca que estás vivo, es tu espíritu el que
vive, te darás cuenta pronto, de que ya no eres quien tú crees. –Iván intentó
responder algo tranquilizador a su abuela, pero estaba mudo, las cuerdas
vocales no le respondían. – Tranquilo hijo mío, ahora todo es nuevo para
ti. Sí, Iván has despertado al mundo espiritual. Eres como un alma viva
consciente. Tendrás que volver a comunicarte con tu cuerpo. ─” Esas palabras
que le causaron tanto desasosiego, miedo mas bien. Empezaba a entenderlas.
Ahora mismo
veía incluso con los ojos cerrados, como si estuviesen abiertos. Una voz
interior muy intensa lo obligaba a marcharse de allí, a otro país. Quería
hablar, pero de su garganta no brotaba sonido alguno. No respiraba, lo hacía,
pero si no respiraba, tampoco se asfixiaba. Aunque poco a poco iba recuperando
algunas funciones de su cuerpo. Ya podía orinar conscientemente, antes se le
escapaba solo, sintiéndose avergonzado. Otro motivo de preocupación era el
color naranja de su piel. Él era de un color de piel muy blanca y este color
naranja que veía en sus manos lo inquietaba. También lo inquietaban esos entes
que veía revoloteando por ahí, eran de todos los tamaños, desde el tamaño de
diminutos insectos hasta enormes como bestias míticas. Al principio pensó que
eran alucinaciones. Pero ahora entendía a su madre cuando decía que la abuela
se comunicaba con los espíritus. Pero él no estaba preparado para esto. Pensar
que toda su vida, estuvo rodeado de maalaqs, simplemente le resultaba
increíble. No sabía si se podía comunicar con ellos, por si acaso los evitaba,
no fuese que lo persiguieran.
Tendría que
hacer algo al respecto, no podría pasear por ahí con este aspecto tan
llamativo. Pensando, se le ocurrió una idea que quizás pudiese funcionar. ¡El
maquillaje! Ahora sí, no tenía noción alguna sobre este asunto, y la amiga más
cercana, con la que tenía la suficiente confianza para preguntarle por esto
estaba lejos, en Moscú. Estaba ahora cruzando Komi, y se dirigía a Perm.
A ambos lados
de la carretera, destrozada por el clima, solo había un interminable, bosque de
coníferas. Apenas se había cruzado con nadie en los cientos de quilómetros que
llevaba recorridos. Le quedaba poco combustible, y la señal de gasolinera le
indicaba que la más próxima estaba a una hora. Siguió rodando preocupado en
como disimular su color exótico.
A medida que avanzó en su recorrido a lo lejos
vio la tenue iluminación de un poblado, la noche se le echaba encima, pero no
se quedaría a dormir allí. La gasolinera estaba al lado izquierdo de la vía,
por lo que se vio obligado a cruzar la carretera.
Un hombre
grande y grueso estaba en el mostrador. Con señas como si fuese mudo Iván
intentó comunicarse con él.
─ Buenas
tardes. ─ Dijo el hombre. ─ ¿Qué desea? ─
Iván con el
gesto de la mano lo saludó, y como mejor pudo, armándose de paciencia ante la incomprensión
de su interlocutor, trató de decirle lo que quería; unas bolsas de patatas
fritas, caramelos, una botella de refresco grande, y llenar el depósito de
combustible.
El hombre se lo
quedó mirando fijamente y como si se avergonzase de algo, apartó su mirada.
Iván extrañado
por la reacción del tipo se preocupó. Una vez que todo estaba servido, aprovechó
para pedir un café. ¡Otra vez el mismo problema con los gestos! Recordó, de
cuando era niño, los juegos de hacerse entender sin decir palabras. Como así no
llegaba a ningún otro lado, que el de perder la paciencia. Tomó prestado un
bolígrafo que estaba en el mostrador y escribió, no sin dificultad lo que
quería. Al leerlo el dependiente exclamó en voz alta.
─ ¡Ah…, café!
Lo siento. ─ Dijo con su vozarrón. ─ Por no entender las señas. ─ Acto seguido
le preparó el café.
Iván se sentó
en una mesita para disfrutar de la bebida caliente, con el frio que hacía
sentaba bien, y evitar la somnolencia que podría afectarle durante el viaje,
distrayéndose de sus cuitas. Si pretenderlo escuchó una conversación telefónica
del dependiente.
─ ¿Hola? ¿La
policía?. ─ Un momento de silencio. ─ Hola llamo desde la gasolinera de Syktyvkar.
─ Otro silencio. ─ Llamó porque tengo delante de mí, un hombre naranja. ─
Otro silencio este más largo, mirado por el rabillo del ojo, vio como el
dependiente asentía con la cabeza. ─ Si, no puede hablar, posiblemente es mudo.
¡¿Cómo?! ¡Qué es un muerto viviente! ¿Un zombi? ¿Si no es un zombi que es? ─
Al escuchar
esto casi se atraganta con el café. Se levantó para irse, momento En el que
escucha como el dependiente cuelga el teléfono. Iván se apresura para abandonar
el lugar con sus compras, pero es rápidamente interceptado por la enorme masa
humana del dependiente. Este intenta agarrarlo, pero Iván se echa para atrás,
esquivando el agarre. Intenta pasar por el lado del sorprendido hombre, pero
este velozmente le sujeta el brazo con fuerza. “Duele” sintió Iván, por acto
reflejo este, retrajo el brazo atrapado arrastrando al gigantón, arrojándolo al
suelo. El sorprendido ahora fue Iván no esperaba este resultado. Los camioneros
que empezaban a llegar al lugar miraban curiosos la extraña lucha.
Iván decide
escapar ahora, pero el dependiente desde el suelo, estira una pierna haciendo
que el muchacho caiga al suelo. El Dependiente salta sobre el caído poniéndose
encima para que no se mueva. Iván lo empuja y lo hace volar unos metros.
─ ¡Deténganlo!
─ Grito a los allí presentes. ─ ¡Es un ladrón! ─
Iván haciendo
señas de negación a estos intentó salir por la puerta, pero estos no le dejaron
paso. Los empujó violentamente, arrojándolos al suelo unos metros más allá.
Se miraba
sorprendido, “¿De dónde había salido tanta fuerza?” No se paró a pensar mucho
en eso. Entró en el coche, los perseguidores casi lo alcanzan. Arrancó el
vehículo, metió la primera marcha, pero las personas rodeaban y le golpeaban
fuertemente el coche. El temor se apoderó del muchacho y este aceleró llevándose
por delante a varios.
Salió del lugar
y tomó la carretera principal. Al hacer el estop, vio que varios vehículos lo
perseguían. Aceleró cruzando la carretera con la esperanza de despistarlos.
Notó algo raro
en el coche, como si no estuviera solo. Miró por el espejo retrovisor.
Ahí estaba el
responsable de esa percepción.
─ Hola
muchacho. ─ Saludó.
─ ¿Q…Q…Qu…Quien
eres tú? ─ Tartamudeo el muchacho. ─ ¿Eh…, puedo hablar por fin? ─
Sorprendidísimo.
─ Si, puedes
hablar. Yo soy tu instructor, a partir de ahora. ─ Mientras decía esto, como si
fuese humo, se deslizó al asiento del acompañante.
Iván, con los
ojos abiertos como platos, estaba a punto de entrar en estado de embotamiento o
estupor.
─ Atiende a la
carretera o nos estrellaremos. ─ Le dijo el acompañante haciendo que volviera
en sí. ─ Menos mal que tienes tu coche bien cuidado, porque nos hará falta. ─
Mirando por el
retrovisor, parece que dos coches lo perseguían.
─ ¿Quién eres?
─
─ ¿Te refieres
a mí? ─
Iván lo miró de
reojo, la sorpresa y temor inicial estaban dando paso al enojo. ─ ¡Si, me
refiero a ti! ¿Cómo has entrado en mi coche? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué es eso,
de que eres mi instructor? ¿Por qué me persiguen? ─
Ante la
retahíla de preguntas que le formuló, el ente con forma humana le sonrió.
─ Mucho quieres
saber. Responderé a tu primera interrogación. ¿Quién soy? Cuestión difícil de
explicarte. Aun eres un novato en esto, ¿Cómo te diría yo? ¿Cómo puedo
explicarlo? Soy un Maalaq, una especie de espíritu, algo similar a lo que
conoces por ángel guardián. Mi nombre, ha sido olvidado en el tiempo, por lo
tanto puedes llamarme como te plazca. Esto debe haber respondido a tus
preguntas. ¿Por qué te persiguen? Iván, porque eres diferente. Y como soy tu
guardián, tengo la obligación de velar por ti. De que no te pase nada hasta que
cumplamos nuestra misión. ─
─ ¿Misión? ¿Qué
misión? ─
─ Veamos Iván
¿Cómo te lo explico? ─ Tras unos segundos de silencio prosiguió. ─ Has sido
escogido para ayudar al creador en la protección de una criatura que lo
portará. ─
─ No te
entiendo. Sí, entiendo lo que me dice. Pero no comprendo porque yo. ─
─ A eso no
puedo responder, porque no lo sé. ─ Respondió el acompañante.
Se cruzaron con
dos vehículos policiales que se dirigían a la dirección por la que ellos habían
venido. Pero, cuando alcanzaron a los vehículos perseguidores, se unieron a ellos.
Poniendo en marcha el sistema acústico de urgencia. Iniciaron la carrera. Hasta
este momento Iván conducía moderadamente rápido. Ahora estaba a punto de
detenerse para cumplir con las autoridades. Inició la reducción de velocidad.
─ ¿Qué haces?
¡Acelera! ¡Rápido! ─ Le ordenó el maalaq.
─ ¿Qué? ¿Por
qué? ─
─ Porque si te
detienen acabarán contigo, pues saben lo que eres. Y no quieren permitir que
entes como tu existan. ─
─ Pero si yo no
hice nada… ─
─ No, no has
hecho nada pero lo vas a hacer. Y precisamente eso, es lo que no quieren los
demonios superiores, que controlan este planeta, que ocurra. ─
─ ¿Demonios?
¡Eso no existe, no son nada más que tontas supersticiones! ─
─ ¡Bpuf! Dios
mío, que arduo trabajo me espera con este crio. ─
─ ¿No me irás a
decir que los demonios son reales? ─
─ ¡Ea…! Pues
sí. ─
─ ¡Eso es
imposible! ¡Son supersticiones que la ciencia lógica erradicará! ─
─ ¡Iván, mira a
tu alrededor! ¿Qué ves? ─
Iván lo miró a
él diciendo. ─ Veo alucinaciones, pero con algún medicamento dejaré de verlas.
─
─ No son
alucinaciones. ─
─ ¡Si! ¡Tienen
que serlo, tú también eres una alucinación! Me estoy volviendo loco. ─
─ Por
desgracia, Iván, no te estás volviendo loco, precisamente, ahora mismo tu eres
la persona más cuerda que existe en el mundo. Y también, la que será más
consciente de lo que está aconteciendo en el más allá. ─
Las sirenas de
la policía se oían más próximas, Iván aceleró un poco más, pues durante la
conversación sostenida había dejado de hacerlo. Ya estaban dejando atrás la
zona urbana de Syktyvkar. Por otra callejuela otros dos vehículos
policiales, querían cruzarle el paso, para obligar a detenerlo.
─ ¡Toma esa
salida a la derecha! ─ Ordenó el maalaq.
Iván tomó el desvío,
al tiempo que los dos vehículos policiales le cortaban el paso delante, pero el
brusco cambio de dirección del coche perseguido hizo inútil su maniobra.
Iván conducía
ahora por una callejuela estrecha llena de trastos a ambos lados. El maalaq, se
esfumo ante sus ojos. Por el retrovisor miro como unos palés de madera vacíos,
cajas y contenedores de basura diversos, se cruzaban solos en la calle haciendo
barricadas provisionales. Tal como desapareció, una neblina surgió en el
asiento del acompañante, haciéndose más espesa cada vez hasta tomar la forma
del extraño visitante.
─ Ahora los
entretendremos por un rato. Gira a la izquierda ahora y vuelve a la carretera
principal. ─ Dijo cuando terminó la transfiguración.
Iván lo
obedeció sin rechistar. Las alucinaciones que veía lo estaban trastornando,
pensaba.
─ Tranquilo
Iván, tranquilo. No te estás volviendo loco. No, solo estás viendo el mundo
real, tal cual es. Lo que algunas personas intuyeron, pero solo unos pocos
elegidos pudieron ver. ¡Y tú, eres ahora uno de esos privilegiados. No te
preocupes, yo te guiaré y te enseñaré en tus primeros pasos, en tu realidad
actual. ─
─ ¡Que me está
pasando! ─ exclamó Iván. ─ ¿Qué está pasando conmigo? ─
El acompañante
no le dio ninguna respuesta, permaneció callado. Esa acción puso a Iván en
tensión, el silencio lo molestaba, encendió la radio, estaba terminando un tema
musical. El locutor interrumpió la canción. “─ Tenemos una noticia de última
hora, un ladrón ha asaltado la gasolinera de Luc, al norte de la ciudad, lo está
persiguiendo la policía actualmente. Puede ser peligroso, en su huida ha
causado destrozos importantes en las calles por donde pasó. Si lo ven. ─ El
locutor describió el coche y su matrícula, también describió a Iván, como un
monstruo muy peligroso. ─ Aléjense de él y llamen a las autoridades. ─ Después
de dar este reporte el locutor dio paso a una nueva canción de la década de los
noventa del siglo anterior.
─ Eso es todo
mentira. ─ Dijo el muchacho defendiéndose de esas acusaciones.
─ Iván, dirán
cosas peores de ti más adelante. No iremos a tu casa a Perm, es peligroso
ahora. Te busca la policía, y no tardará mucho en perseguirte el estado ruso.
Tendremos que abandonar el vehículo en algún lugar. Tomar otro, e ir hasta
Moscú. Pero antes tengo que entrenarte.
La noche se
hizo presente en medio del bosque que los rodeaba. Por el retrovisor les pareció
ver a lo lejos los destellos de un coche de policía.
─ Parece que
son persistentes. ─ Comentó el maalaq.
─ Nos estamos
quedando sin combustible. Me llama ladrón a mí, y resulta que el ladrón es el.
─ Afirmó Iván.
En la estación
de servicio que habían dejado atrás el inspector de la policía interroga a los
testigos.
─ ¿Por qué le
ha vendido gasolina al sospechoso? ─
─ Solo le puse
menos de la mitad de lo que el pidió. ─ Intentaba explicarle el dependiente. ─
─ ¡Y cómo te lo
pidió! ¿Si has dicho antes que era mudo? ¡Has hecho bien! Pero eres un idiota.
Eso puede perjudicarnos si lo atrapamos y va a la corte de justicia. ¿Sabes que
pueden desestimar tu caso por estafa consumada? Por tanto el será exonerado de
los cargos de ladrón porque usted fue quien lo estafó. ─
─ Ya le dije
que por señas. Pero señor, yo no los llamé por ser ladrón, sino, porque es un
hombre naranja… ─ Explicó, el maltrecho dependiente, siendo interrumpido por el
inspector.
─ ¡Cállese!
¡Hable bajo! Nadie debe de enterarse de eso… ─
─ Pero si todas
estas personas vieron que era de color naranja. ─
─ Sí, pero esas
personas no saben lo que se oculta tras esa condición, pero, ustedes sí. Así
que tengan la boca cerrada y no nos causen más problemas. ─ El inspector dejo
de hablar con el dependiente e hizo un gesto a los sanitarios para que lo
atendieran. Con el radio comunicador en la mano dio la orden a los
perseguidores. ─ ¡Síganlo, hasta que se quede sin combustible! Según el
dependiente de la gasolinera, solo tiene combustible para doscientos
quilómetros. ─
Los policías
que justo iban detrás del coche fugitivo lo seguían manteniendo una distancia
prudencial. Al recibir la orden encendieron la iluminación de emergencia, pero
no activaron el sonido.
─ ¡Bien, vamos
allá! ─ Dijo el conductor.
─ No te fíes
compañero. ¿No te parece extraño, que para un simple ladrón de una gasolinera,
muevan a todas las patrullas en su persecución? ─
─ No creo que
sea un ladrón cualquiera. Escuche algo así como que es un hombre naranja ─
Comentó el conductor.
─ ¿Un hombre
naranja…? ¿Un extraterrestre…? ─
─No, hombre… es
un individuo que fue afectado por la maldición de Mundia. ─
─ ¿Mundia…? ¿Y
ese quién es? ─
─ Es el ángel
de la muerte según los nativos de esta zona tanto para los Komi, como para los
Mansi. Cuentan que si sobrevives a su encuentro, te transformas en un muerto
viviente… ─
─ ¡Un zombi! ─
Le interrumpió su acompañante, impidiéndole terminar la frase.
─ No, no es un
zombi, como en las películas americanas, más bien es un berseker, como
en la mitología vikinga. Un ser salvaje sediento de sangre y muerte. ─
─ ¡No me jodas,
un monstruo superhéroe! ─
─ Sí, algo así.
Pero real. Yo fui testigo de cómo abatieron a uno hace algunos años, en Raduzhni.
Fue algo demencial. Mató un montón de soldados armados hasta los dientes, y ese
tipo no llevaba nada, estaba completamente desnudo. Lo acribillaron a tiros y
solo se caía para volver a ponerse en pie. Sus golpes eran impresionantes.
Destrozaba paredes de edificios a puñetazos. ─ Se detuvo un momento en la
historia, pensativo, recordando esos momentos de su vida. ─ Lo cierto es que yo
estaba muerto de miedo. Mi unidad estaba a cierta distancia, pero al ver como
destrozó un carro blindado, a puñetazos, nos impactó. Según el informe oficial,
el teniente al mando de ese carro, dio la orden de detonar los explosivos. Pero
yo pienso, que del pánico que sentían dispararon el cañón. Pero, como este
estaba doblado, explotó el obús en el interior causando la muerte de los
ocupantes. Y el destrozo de ese monstruo. ─
─ Joder que
historia. ¿Entonces este tipo es igual? ─
─ No lo sé… ─
Detuvo la frase por que llegaron a una curva muy cerrada que le obligó a
reducir bruscamente la velocidad.
En el vehículo
de Iván unos momentos antes.
─ Iván ahí delante
hay una curva cerrada, e inmediatamente des pues hay un senderillo, ocultemos
ahí este coche, y cojamos el que nos sigue. ─
─ ¿Pero cómo
voy a hacer eso? Es peligroso. ─ Protestó este.
─ Tranquilo,
confía en mí. Aprovecharé que tienen que reducir mucho la velocidad, penetraré
en el vehículo y lo detendré, ellos bajaran para repararlo, o al menos para ver
qué le pasa. Ahí tu entrarás procurando que no te vean, y nos llevaremos su
vehículo. ¿Qué te parece la idea? ─ Dijo el maalaq con una sonrisa de oreja a
oreja.
─ ¿Qué? Que
estoy loco, por hacerle caso a un ser imaginario, de mi propia alucinación. ─
─ ¡Que no soy
ninguna alucinación, ni tú estás loco! Entiendo, que te sientas confundido,
pero… ¡Reduce la velocidad, y toma el sendero que está ahí! ─
Sorprendido
Iván así lo hizo, entró por el sendero, lo suficiente para no ser visto desde
la carretera. En ese mismo momento el motor inició los fallos característicos
de cuando se queda sin combustible.
─ ¡Rápido,
bajemos del coche y preparémonos para emboscarlos! Tenemos muy poco tiempo. ─
Dijo presuroso el maalaq saliendo por la puerta sin abrirla, corriendo a continuación
por el sendero, Iván lo siguió como un autómata.
Se dio cuenta, que antes con esta carrera, se
quedaría sin aire, era un pésimo deportista, pero ahora no sentía molestia ni
cansancio alguno.
Cuando llegaron
a la carretera, escucharon el ruido del motor del coche que los perseguía. No
podían verlo por la espesura de la vegetación circundante. De repente el haz de
luz del vehículo iluminó el borde de la curva haciéndola visible. Se escuchó el
chirrido del frenazo brusco, y la reducción de la velocidad, hasta casi
detenerse. El destello, de las luces centelleantes daban un cierto colorido
irreal a la escena. El maalaq desapareció de su lado súbitamente diciéndole,
─ Ahora,
prepárate. ─
Los policías
dentro del coche patrulla, se vinieron hacia delante por la inercia tras el
frenazo brusco.
─ ¡Estas loco!
─ Le increpó al conductor. ─ Casi nos matamos ahora. Pon más atención ¡Por
Dios! ─
─ ¡Joder,
maldita curva inesperada! ¿Quién sería el burro que decidió ponerla aquí? ─ Se
quejó el conductor.
─ ¡Y ahora que
pasa! ─
─ Se caló el
motor. ─
─ ¡Pues
arranca! Que estamos en medio de una curva peligrosa. ─ Le gritó su
acompañante.
─ Eso intento,
pero no arranca. ─ Dijo el aludido haciendo ímprobos esfuerzos para arrancar el
motor, pero este no daba señales de querer funcionar.
Bajaron del
coche para empujarlo y apartarlo de la vía. No se percataron de una sombra
oscura, que silenciosamente se aproximaba a ellos, mientras se esforzaban en
aparcar el vehículo en un sitio más seguro.
El conductor le
dio a la manilla para abrir el capó y dejando la puerta abierta, fue a la parte
delantera para abrirlo. Miró a su compañero ahora silencioso. Estaba con la
boca abierta sin poder articular palabra, los ojos fijos en algo, a punto de
salírsele de sus orbitas. Siguió la dirección de su mirada.
¡Un oso enorme
los estaba viendo! Con todo el nerviosismo del mundo, intentó echar mano a la
pistola. “─ Mierda. Como me molesta, para conducir, me quité el cinturón,
dejándola en el asiento trasero. ¡Mierda! ¿Y ahora qué? ─” Se dijo para sí,
rememorando lo ocurrido.
Del lado
opuesto a donde estaba el oso, una sombra saltó por encima del coche atacando
al oso.
Los ojos de los
policías no daban crédito a la escena irreal alumbrada por las luces
intermitentes naranjas y azules del techo del vehículo policial. ¡Un hombre
estaba peleando con un oso, a mano desnuda!
El animal,
pillado por sorpresa, por un ataque inesperado se acobardó e hizo el amago de
retirarse, pero de repente se alzó sobre sus patas traseras dejando libre sus
poderosas zarpas. Intentó repeler el ataque. Un zarpazo alcanzó a Iván en el
costado, el dolor causado lo volvió loco y temerario. Atacó al oso con una
furia, desconocida para él, ensañándose a puñetazos brutales contra el animal.
Los
espectadores inmóviles, contemplaban como un ser humano de la mitad del tamaño
del oso, le estaba dando una paliza de muerte al animal.
El oso sufría,
pretende huir, pero la criatura que lo está atacando no cede. Ante el incesante
golpeteo al que está sometido el oso se enfurece más, intenta golpear a Iván,
pero este le detiene sus intentos de zarpazos. Los ojos de Iván están
inyectados en sangre, la misma que recorre su costado herido. Saltando por la
parte posterior del oso lo aferra por el cuello como un profesional de la lucha
intentando estrangular al animal, tiene una oreja a la altura de su boca y la
muerde con violencia, arrancándosela de un bocado como un tal, Tyson. El Animal
herido ruge de dolor, sacudiéndose para sacarse de encima al molesto humano que
le está haciendo tanto daño.
Pero, la fuerza
de la presa de Iván, aumentaba exponencialmente, ahogando al oso. Ya no fluía
aire para sus pulmones, el oso se sentía impotente, se asfixiaba. Se sacudía
fieramente, pero no derribaba a su indeseado jinete. Iván, no lo dejaba
respirar, y seguía aumentando la presión en sus brazos, hasta romper el cuello del
animal.
¡El oso cayó
muerto!
Todo esta
acción ocurrió en menos de un minuto. Los espectadores estaban atemorizados por
lo que acababan de presenciar.
Iván los miró
con sus ojos inyectados en sangre de la furia que sentía. Eso los asustó más.
Uno de los policías el primero en ver el oso, olía bastante mal. El terror le
jugó una mala pasada. Pero él todavía no era consciente.
Una voz
proveniente del vehículo rompió el ambiente místico que rodeaba la escena.
─ ¡Vamos Iván,
ya está bien! ─ Le ordenó el Maalaq con voz poderosa. El joven entró
obedientemente, arrancó en coche y se alejaron de allí, dejando como testigos
de lo ocurrido a los dos agentes de la ley y el cadáver de un oso, que se había
acercado a curiosear lo que pasaba en sus dominios…
A unos cuantos quilómetros de donde ocurrieron
los últimos sucesos, el maalaq, miró al silencioso Iván, sus ojos, antes rojos,
retomaban su color natural. Su piel perdía ese brillo, volviéndose más mate.
Este a su vez miro también al maalaq, en silencio.
Desconectó la
iluminación de urgencia del vehículo de la policía y siguieron su marcha.
─ ¿Con que a
Moscú…? ─ Iván rompió el silencio.
─ No. Ahora ya
no. Ya te han descubierto. Te buscaran por todos los lugares del mundo, hasta
darte caza como un animal peligroso, Iván. ─
─ ¿Pero por qué?
─ Volvió a preguntar sin entender todavía nada el joven. ─ Si yo no he hecho
nada malo. ─
─ Iván, no es
por ti. Es por lo que ellos creen de ti. ─ El maalaq lo miró con infinita
tristeza. ─ Por lo que acabas de hacer, matar el oso con tus manos vacías.
Aunque no le hayas hecho nada a las personas, eso les da igual. Te consideran
peligroso y ya está. Yo pretendí alejarte de situaciones como esta, pero no
contaba con la aparición del oso… pobre animal inocente. ¡Bueno, ya está hecho!
Que se le va a hacer. ─
Iván lo mira.
Su nuevo compañero es así como un fantasma, no, como un ángel custodio. Su nuevo
compañero…
─ Como se han
cambiado nuestras prioridades, tenemos que actuar de otra manera. En la
población más cercana, abandonaremos el coche. Viajaremos a través de la taiga
hasta que nos sintamos seguros, evitaremos todo tipo de contacto con los poblados
y las personas, para que no puedan dar parte de nosotros. Bueno de ti. A mí no
pueden verme si yo no quiero. ─
─ ¿Y la comida
y eso? ─ Preguntó el joven.
─ No te hace
falta comer ni beber, a mí tampoco. ¿Por qué preocuparse por algo inútil? ─
─ Pero si yo
tengo hambre y …─
─ No. Solo
tienes la costumbre, y tu mente, aun siente necesidades. Pero ya no son
necesidades reales. ¡No te preocupes, ya te acostumbraras a tu nuevo ser. ─
─ ¿Y esta arma?
─ Inquirió.
─ Para eso
estoy contigo, para enseñarte a usar la espada nefilim de Werthandi. ─
─ ¿Werthandi? ─
─ Si, la espada
que divide el presente, del pasado y del futuro. ─
─ No entiendo.
─
─ Son tres las
armas divinas guardadas en este mundo. Estas armas controlan el tiempo del
universo. Y están aquí, en este planeta. Yo te entrenaré en su uso. Y si, las
otras armas ya han encontrado a sus propietarios. ─ Y como hablando para sí, se
dijo. ─ Ya falta poco, muy poco. Y tienes tanto que aprender… ¡Pronto de
reunirán todos para iniciar la sagrada misión divina! O ¡S.M.D.! ¿A que suena
genial? ─
Iván lo mira
incrédulo. ─ ¿Genial, dice? ¿¡Pero tu estas tonto o que!? ¿Qué tontería es esa?
─
─ ¡Jo…! Yo
pensé que estaba genial. ─ Se defendió el maalaq.
─ No me has
dicho como te llamas aún. ─ Le requirió Iván
─ No tengo
nombre alguno, solo soy tu espíritu guardián. ─
─ ¿Entonces, es
cierto que te tengo que poner el nombre yo? ─
─ Si quieres sí,
me da igual, no soy más que tu alter ego. ─
─ Vale, de
acuerdo. ─ Pensó un momento. ─ Te llamaré Joe. ¿Te parece bien? ─
─ Me da igual
que me llames, Joe o Eric. ─
─ ¿Cómo supiste
que el otro nombre que barajé fue Eric? ─
El maalaq
echándose la mano a la frente, con desesperación, le replicó.
─ Siempre me
comuniqué contigo por telepatía, por decirlo así, tus pensamientos, son los
míos también. ─
─ ¿Joe o
Eric,?¿Joeeric, Joric, Jeric? Si te llamaré Jeric, Yeric. ¿Te gusta? ─
─ ¿Yeric…? No está
mal. Vale me parece bien. ─
─ Pues no se
hable más Yeric. Encantado de conocerte, Yeric. ─ Se rio Iván.
Los policías abandonados allá
atrás en medio de la noche, caminando por donde vinieron, sin apenas ver el
camino, vieron a lo lejos las luces de otro coche patrulla, alegrándose de
vislumbrarlos se miraron, aunque con la oscuridad de la noche solo se veían
como sombras.
─ Ya has visto, es igual… ─
comentó el que fuera conductor.
─ Si…, es igual… ─ Replicó su
compañero.
─ Por cierto, te has cagado… ─
─ Si… ─
El primer coche
patrulla paso de largo, el segundo los recogió, el tercero los rebasó y así
continuaron la persecución del fugitivo.
Relataron lo
sucedido, a sus compañeros, informando a los mandos de cómo les sustrajeron su
vehículo y el emocionante enfrentamiento, con el oso.
─ Bueno,
entonces. ¿A dónde nos dirigimos pues? ─ Preguntó Iván.
─ Estoy intentando
comunicarme con los demás guardianes para informar de lo sucedido ahora, y
nuestro cambio de planes de encuentro. ─ Le informó Yeric.
─ ¿Encuentro…?
─
─ Si el plan
era reunirnos en Moscú con los portadores de las otras armas divinas. Pero
ahora mismo tenemos que posponerlo por un tiempo, en el que te adiestraré. ─
─ ¿Hay otros
hombres naranjas como yo? ─ Pregunta Iván.
─ ¡No, ahora
mismo eres el único! ─ Responde Yeric. ─ Pero lo que tu quizás quieres saber,
es quienes son las personas que nos acompañarán en nuestra, sagrada misión
divina. ─
─ Pues no
estaría mal saberlo. ─
─ Es muy
pronto. Pero el portador del escudo del Wskuld procede de Japón, y los
portadores de los cristales de Wrtd, proceden de la isla de Borneo. Y cuando
nos encontremos os será revelado vuestro destino. ─
La solitaria
carretera; más allá del alcance de los faros del coche, se veía negra, sin
silueta alguna, solo la oscuridad los envolvía y el bosque interminable que los
rodeaba, guardaba en su seno misteriosos secretos por revelar. Pero esos ya no
nos atañen.
─ ¡Que
exóticos, desde Borneo y desde Japón! ─
CAPÍTULO XIII
─ Yuuta.
Tenemos un imprevisto. ─
─ ¿Qué ocurre
Megami? ─
─Tenemos que
posponer el viaje por unos días, y cambiar el pasaje a otro lugar. ─
─ ¿A dónde? ─
─ A Samarcanda.
─ Dijo Megami.
─ ¡¿A Samarcanda?!
─ Respondí yo sorprendido.
─ ¡A Samarcanda!
─ Exclamó Iván. En respuesta al comentario de Yeric
─ ¿A Samarcanda?
─ Dijeron al unísono Fátima, Mariana y Nicklas. Quisieron confirmar que no
habían oído mal a Haakim.
“─ ¡Ah! ¡Hola!
¿Cómo estás? Me presento: Me llamo Hanazono Yuuta. Como estas adivinando, yo
soy el que te está narrando esta historia. Soy un japonés promedio, bueno un
poco menos. Hace unos días me dejó la mujer que amo. Me dijo; que ya no me
admiraba, que no le aportaba nada a su vida, que se aburria conmigo. En este
punto, no me voy a hacer más sangre. El caso es que teníamos un viaje pendiente
a Hiroshima. Fui yo solo.
En el santuario
Tsutsumigaura Shrine, intenté quitarme la vida arrojándome al tenebroso
mar. Pero una diosa me salvó, o eso creo. Y ahora estoy aquí, en el aeropuerto
de Nagoya Komaki preparado para coger un avión, que me llevará a Tokio.
Pero esta diosa que tengo a mi lado acaba de decirme. ¡Que tengo que cancelar
el billete a Moscú! Con el dinero perdido que eso conlleva, y canjearlo por
otro a Samarcanda en Uzbekistán. Un lugar del que no he oído
hablar nunca. ─
─ Yuuta, en
realidad no soy ninguna diosa. ─
─ ¡Eh! ¿Qué estás
diciendo ahora? ─
─ Soy un
maalaq. ─
─ ¿Un mal… que?
─ “Pero que me está diciendo esta diosa ahora”
─ Soy un
maalaq, una especie de ángel. ─
─ ¿Antes, una
diosa. Ahora rebajas tu categoría y eres un ángel? ¿Me estás tomando el pelo? ─
─ No. Tenemos
que reunirnos con ciertas personas. Pero han ocurrido unos hechos inesperados
que nos obligan a cambiar de planes… ─
─ Ya ves, estoy
siendo escoltado por una diosa inútil. ¡Ah, no, que ahora resulta ser un ángel!
─
─ Yuuta, no te
lo tomes así. Tienes dinero de sobra, mira tú saldo del banco. ─
Hago esto que
me dice inmediatamente. Si, me han reintegrado el dinero del viaje a Moscú, y
hay un ingreso importante de una cuenta que desconozco. Y esto, sí que me
sorprende.
─ ¿Y esta
absurda cantidad de dinero…? ─
─ Es para los
gastos del viaje. ¿No querrás que yo viva como una pobretona, no? ─
─ ¿Entonces
suspendemos el viaje a Tokio, no?
─ ¡Tu estas
tonto! ¡Mira tus billetes y tu visado! ─
Eso hago, y
para sorpresa mía el visado es a Uzbekistán, y el vuelo desde Tokio
a Samarcanda con transbordo en Ulán Bator. No sé cómo lo ha
hecho, retiro lo de diosa inútil, o lo que sea. Creo, que la cara de sorpresa
que tengo; pues esto me ha dejado perplejo, la está haciendo reír.
El vuelo tiene
varias escalas; Seúl, Beijing, Ulán Bator. Ali haremos transbordo a otra
aeronave que nos llevará a Tashkent. Otro transbordo y a Samarcanda.
Lugar en el que nos reuniremos para iniciar la misteriosa misión.
─ ¿En qué
piensas Yuuta? ─ Preguntó megami.
─ En que esto,
es una locura. ─
─ Una locura es
quitarse la vida por una tontería. ─
─ Si no lo
hubiese hecho, no te habría conocido, megami. ─
─ Por favor, mi
querido Yuuta, no me llames megami, me hace sentir incomoda, llámame por
mi nombre. ─
En este punto,
el que estaba incómodo era yo. Las personas que me rodeaban me miraban de forma
extraña. Podían pensar que estoy hablando solo, o que quizás por teléfono. Pero
lo cierto es que estoy hablando con alguien invisible, si, invisible. Y ahora
pretende que la llame por su nombre de diosa.
─ No puedo llamarte así. ─ Le dije entre
dientes.
─ ¿Es que no te
gusta cómo me llamo? ─
─ No es eso. Es
que tu nombre es muy particular. ─
─ Ah. Ya veo…
así que es eso… tienes vergüenza… ─
Fue
interrumpida por la megafonía llamando para el embarque de mi vuelo. Si, viajo solo, aunque me acompañe un ángel,
este no existe para las demás personas. Solo yo puedo sentirlo. Dentro del
avión, la azafata da la charla sobre seguridad, que si el chaleco salvavidas,
que si la mascarilla que cae del compartimento superior, las salidas de
emergencia. Durante esta charla yo apoyo mi cabeza en la ventana viendo el ala
del avión. Inicia su recorrido para entrar en la pista de despegue. La emoción
de iniciar un nuevo viaje, se combina con un intenso temor a lo desconocido.
“¡Hala! Tenía
que pasar, lo sabía, tenía que hacerlo. ¡Esta diosa! Está al otro lado de la
ventana, con los brazos abiertos, al viento, sonriendo, mirándome, mientras el
avión despega. Yo esperaba que con la resistencia del aire, se le deformaría la
cara. Pero no.” El aparato rápido se
puso en vuelo. Prácticamente, no tuve tiempo para meditar ya que el aterrizaje
en el aeropuerto de Haneda, fue inmediato.
Como aún
faltaban seis horas para el vuelo a Seúl decidí recorrer Tokio
por los alrededores del aeropuerto. Por supuesto escoltado por mi “sombra”.
─ Amateratsu,
¿Podría llamarte de otra manera? Para que la gente que me escucha no se sienta
incómoda a mi alrededor.
─ Si…, si te parece bien, llámame Ōhiru-menomuchi-no-kami. ─
─ ¿Ōhiru-menomuchi-no-kami? ─ La miré, pero no vi
nada, la presentía a mi lado. Nos comunicamos por telepatía. No, más bien por
comunicación intermental. Nos hablábamos con la mente. ─ ¡UN NOMBRE NORMAL! ─
Le grité. ─ Un nombre que no levante suspicacias. ─
Sentí como se estaba
riendo de mí. ─ ¿Podrías hacerte visible? ─
─ ¿Visible? ¿Cómo, de esta manera? ─ Apareciendo ante mi como
un gorrión común, que se alejó volando hasta una valla, en la que se posó. ─ ¿O
así? ─ Transformándose en una linda garza blanca. ─ Esta es la presencia que más
me gusta usar, cuando hay niños cerca. ─ Me dijo. ─ ¿O esta? ─ Posándose en el
suelo, transformándose en un zorro, moviéndose lentamente a mi alrededor. ─ ¿O
quizás esta otra? ─ Convirtiéndose en un gato negro, enredándose entre mis
piernas, irguiendo su cola. ─ Esto me trae buenos recuerdos de cuando tú eras
un mocoso y me acariciabas con tus pequeñas manitas…, ─
─ ¡¿Qué?! ─
Cambió el color negro de su pelaje por uno arlequinado,
negro, blanco y anaranjado, con los ojos azules. Los recuerdos de mi infancia
volvieron.
“Era una gatita callejera, que veía al salir de la escuela.
Todos los chiquillos la querían acariciar. Pero ella simplemente huía de ellos,
con un elegante salto.
Siempre estaba allí, como si esperara a alguien. Ese día el
abusón del cole me había golpeado muy fuerte. El dolor del puñetazo en la
barriga fue muy intenso, me dejó sin aliento, pero, al caer al suelo, me hice
mucho daño en la espalda. Él y sus amigos se alejaron riendo mientras decían. ─
Apártate de mi camino, debilucho tonto. ─
Y yo, llorando en el suelo dolorido y humillado por esos
abusones. Intenté levantarme pero el dolor era tanto que no podía moverme. Vi
otros chicos que pasaban a mi lado; me veían en el suelo, sucio y llorando,
pero ninguno vino a ayudarme, en pocos minutos, ya no había nadie.
Es entonces, cuando esa gatita multicolor, me miró con esos
ojitos tan azules como el cielo. Dio una vuelta alrededor de mi rozándome con
su lomo, se acercó y lamió mi cara. Yo me sorprendí, no me di cuenta en ese
momento, es cierto, pero el dolor desapareció. La acaricié, esa fue mi rutina
todos los días de ir a la escuela, acariciar a esta gatita. A partir de
entonces me hice más popular, todos los chiquillos queríamos acariciar el gato
de ojos azules, pero solo me lo permitía a mí, las niñas se me acercaban para
acariciar también al gatito, y le llamamos. ─ Aoi, Hitomi Aoi. ─” El
nombre recordado lo dije en voz alta.
─ Que bien suena, …cuantos recuerdos me trae…, ─
─ ¿Eras tu…? ─ Pregunté ya intuyendo la respuesta.
─ Si mi querido Yuuta, era yo, siempre te he vigilado y
protegido…─ Me confirmó mi sospecha de recién.
─ Siempre me pregunté por qué desapareciste de repente. ─
Pregunté.
─ Bueno, realmente no desaparecí, solo cambié mi forma… ─
Decía mientras se iba transformando… ─ de acercarme a ti. ─ …en una chica.
Mi boca se abrió de par en par, mis ojos no podían dar más de
sí. La cabeza, apunto de explotarme, y yo, sin palabras. Era la estudiante
extranjera de mi curso de secundaria, Miranda Blueyes, la chica popular, de la
que yo estaba enamorado secretamente. Nunca le hablé directamente, me daba
vergüenza de tanto como me gustaba. Su ondulado cabello castaño claro, sus ojos
azules, su rostro tan blanco y tan lindo. ¡Una belleza!
─ ¡Tu! ─ Solo acerté a exclamar al reconocerla… esto es
increíble, tan cerca, tan lejos. Que tonto fui.
─ Si, soy yo, también. ─ Me dijo Miranda, entrecerrando los
ojos, dedicándome esa mirada por la que tanto suspiré, tan seductoramente.
─ Sabes, me estás haciendo sentir, como un idiota. ─
─ ¿Sí? Pues no ha sido esa mi intención. ─ Me mira de frente,
abanica sus pestañas, y mi corazón da un vuelco, recordando esa época de mi
vida, en la que estaba enamorado perdido. ─ Solo quería demostrarte las formas
en que he estado vigilándote a lo largo de tu vida… ─ Y se transformó en un
cervatillo.
─ Supongo que nadie puede verte ¿No? ─ Le dije preocupado.
─ ¡No! ─ Me dice. Presentándose delante de mí en forma
física, corpórea, pero esta vez convirtiéndose en una mujer de mi edad, no la
niña anterior.
No me quedó, más que decirle, la tan trillada frase de…
─ ¡Has mejorado mucho con la edad, y eso que estaba el listón
muy alto! ─
─ ¿Te gusto mas así…? ─ Su expresión picara y seductora fue ampliada
con la madurez de su presencia.
─ ¿Puedo tocarte? ─ Pregunté, al tiempo que me arrepentí de solicitar
tal atrevimiento. Ella; me miró con una expresión, de chica traviesa, atrevida
y de sorpresa por mi osadía.
─ Si, si no haces nada pervertido… ─ Me responde en un
susurro sensual, muy provocativo, dibujando sus labios una sonrisa
deslumbrante. Nunca una curva hizo a una mujer tan bella.
Me quedé paralizado mirándola fijamente. Mis manos empezaron
a dirigirse hacia su faz, lentamente, deteniéndose a escasos milímetros de su piel.
No me atrevía a consumar tal sacrilegio, pero, ella tomó los dorsos de ambas
manos y los apoyó en su cara. Su piel es suave y tersa. ¡Ooooh! Es un tacto
divino. Me pongo colorado. Me siento cohibido ahora, no sé qué hacer. Intento
retirar mis manos, ella las sujeta con firmeza impidiendo que mi débil gesto se
realizase. Ella acarició su cara con mis manos suavemente, mientras ocultaba
esas pupilas índigo, tras sus parpados. Deslizó mis manos por su cuello,
liberando un suspiro de bienestar, empezó a ronronear como una gatita, al ser
acariciada. Fue guiando mis manos por sus hombros. En su cara apareció de
pronto una sonrisa, de esas que ponemos cuando imaginamos hacerle una trastada
a alguien.
Sus manos estaban guiando a las mías hacia sus senos, al percatarme
retiré mis manos con premura, arrancándole una carcajada.
─ ¡Sabía que lo harías! ─ Me dijo entre carcajadas.
─ Parece que también te causa placer burlarte de mí… ─
Suspiré.
─ No…, no es eso. Pero, es que eres tan fácil de leer, que no
me puedo resistir. ─Me dijo. ─ Pero, tal vez esa actitud tan mojigata tuya, es
la que hizo que tu exnovia te dejara. Esa actitud al principio, es tan linda,
pero después una mujer quiere a alguien varonil, no a un niñato… a su lado.
Alguien que la escuche; la entienda, se preocupe por lo que siente, si, que sea
amable como tú, pero que también la sepa tratar como a una hembra, no solo como
a una princesita. ─ Me está leyendo la mente literalmente. ─ Pero sabes, la
amabilidad es muy aburrida… ─
─ ¿Por qué no me lo dijiste antes? ─ Exploté. Es que las
heridas aún son recientes.
─ Te lo fui indicando de muchas maneras. Cuando tus amigos no
te recomendaban su compañía, cuando tu madre te decía que no le gustaba, cuando
tu compañera de clase te decía que tenía algo raro, etc. Y ahora también puedo
decirte que te fue infiel, bueno, ahora está con Kitaro, tu amigo de la
universidad. ─
─ ¿QUEEEEE? Pero si ese tipo es un coleccionista de coños. ─
─ Ya, pero a veces las damas prefieren a alguien así, que a
un torpe niño idiota. ─
─ ¡Oye! Te das cuenta de que me estás humillando. ─
─ No… no te estoy humillando. Si lo quieres tomar así, tómalo.
Lo que pretendo es abrirte los ojos. Aunque yo, particularmente te prefiero,
así, amable y tranquilo. ─
Me agarró de las manos y se aproximó a mí, rozándome con su
cuerpo. Levantó su mirada, mirándome a los ojos, entreabrió sus labios.
“¡Espera, espera! ¿No estará, pretendiendo que la abrace? ¿no?
¿Qué la bese? Ja, solo quiere tomarme el pelo, seguro.” Pensé en esta
situación.
Me envuelve con sus brazos por la cintura, y se aprieta
contra mí, yo sorprendido me hecho hacia atrás, pero ella me aprieta contra sí,
me abraza, pero no es un abrazo romántico o sensual, lo siento más como un
abrazo, maternal… como la madre que abraza cariñosamente a su hijo lastimado…
suspiro llenando mi pecho de aire y exhalándolo muy lentamente. No sé por qué,
pero las lágrimas se escaparon de mis ojos…
─ Llora, Yuuta, llora, desahógate de eso que te ha hecho
tanto daño a lo largo de tu vida. ─
Y si…, lloré. Lloré como cuando era un niño. Lloré por todo
lo perdido y por todo lo conseguido, si, lloré como nunca.
─ Si, mi querido niño, llora y libérate de esta depresión que
te tiene prisionero. ─ Me decía mientras me daba golpecitos suaves en la
espalda, como dándome ánimos. Me recordaba a mi mamá.
─ Yuuta. ─ Rompió el encanto. ─ Hay alguien que nos está
observando. ─
Miró en la dirección que ella mira; y veo un caballero, con
un traje de corte clásico, como el de miles de empleados de este país, de color
gris marrón oscuro. Pero lo que realmente me llama la atención, son sus gafas
oscuras fuera de lugar, pues ya está anocheciendo. Noto como intenta ocultar su
presencia.
─ ¿Quién es? ─ Le pregunto a mi acompañante.
─ Es un “spydog”. ─
─ ¿Un “spydog”? ─
─ Si. “spydogs”, perros espías, están al servicio de
una secta gubernamental que se dedica a estudiar fenómenos no naturales y
sucesos extraordinarios. ─
─ ¿Y cómo dieron contigo? ─ Pregunté.
─ ¡No…! No dieron conmigo, dieron contigo. ─
─ ¿Cómo? ─
─ Tras el incidente de la isla de Itsukushima.
Comentaste algo de una diosa al despertar, y allí estaba un miembro de esa
organización… ─
─ ¡Ah! Ya veo, así que fue eso. ─ La interrumpí. ─ Pero por
mi culpa dieron contigo. ─
─ No, para nada. Te están investigando a ti. Supone que yo
soy un ligue tuyo. En su cabeza no cabe la posibilidad, de que un ser divino,
pueda relacionarse amigablemente con los humanos. ─ Y liberó una carcajada
suave y argentina, que me hizo reír también, aunque yo no tenía muy claro el
porqué.
El tiempo de asueto se terminó, regresamos al aeropuerto. Y
nos dispusimos a esperar para embarcar. Y allí en medio de la muchedumbre
vislumbré al individuo de antes, con el mismo traje, y las mismas gafas. Pero,
ahora yo, ya no estaba “acompañado” ella se había vuelto invisible otra vez…
De todos modos me dirigí a la puerta de embarque, liándome
con toda la documentación necesaria… ¡Que rollo, más problemático! Tanto
papeleo y burocracia, como no tengo equipaje, me dejan pasar directamente,
agradeciendo a las personas que me atendieron.
El vuelo a Beijín, transcurrió sin incidencias. Eso,
si, el avión estaba lleno a rebosar, con la incomodidad que causa. En Beijín,
no pue abandonar el aeropuerto. Así que tuve que estar nueve horas de espera
explorando las instalaciones. Aparte de que era enorme había mucho trasiego de
personas. De repente mis ojos se detuvieron en una silueta en particular. El
individuo del traje gris marrón y gafas oscuras, estaba aquí también. Pero
estaba hablando con otro, con el mismo uniforme, ¡Eran cromos repetidos!
Puede que me estuviesen siguiendo, o simplemente sea una
coincidencia. El otro asunto que me empezaba a preocupar era la ausencia de mi
acompañante invisible. No sabia si estaba, lo cierto es que no me daba señales,
ni se comunicaba.
En uno de mis paseos de ida y vuelta, a la altura del aseo
femenino, veo salir a una chica, extranjera, vestida estrafalariamente
llamativa. Mis ojos se pierden, observándola unos segundos: La blusa, con un
escote inmenso, de color rosa oscuro, combinado con un abrigo de piel, de color
gris que le llegaba un poco antes de las rodillas, unas medias de rejilla,
negras, cubrían sus muslos, unas botas, negras con motivos dorados, de tacón fino que le llegaban a la mitad de
estos, una minifalda, que apenas le llegaba
mas abajo, de la “zona absoluta”, y un bolso de color gris, fucsia, con motivos
en negro y blanco con una cadena dorada, a total juego con lo que llevaba
puesto.
Subo mi mirada hasta su cara; blanca, bien maquillada,
ocultaban sus ojos unas gafas marrones, de pasta, redondas, unos pendientes de
oro exagerados colgaban de sus orejas, los labios de color rojo intenso,
llamaban mucho la atención, sobre su cara tan blanca, todo esto enmarcado por
una pamela redonda de color blanco, con un lazo rosa oscuro, y decorado con un
manojo de flores del mismo color.
Con paso firme, parecía una modelo sobre una pasarela,
caminaba en mi dirección. Se atusó el pelo y se saco el abrigo con estilo
dejándolo reposar sobre el brazo que portaba en bolso. Por el efecto albedo, de
las luces, su falda traslucía el contorno de la figura femenina. Y mis ijares
se contrajeron, como preludio a una excitación.
De pronto me hice consciente de lo que estaba mirando, y aparte
la mirada, hacia los letreros que me rodeaban.
No me di cuenta de que se aproximaba a mí, hasta que escuché…
─ Hola Yuuta. ¿Te gusta lo que ves? ─
¡Vale mi sorpresa tal cual! Ya sabéis quien es ¿no?
─ ¿Pero…, de que te has disfrazado ahora? ─ Pregunté, aunque
ciertamente tenia miedo a saber la respuesta.
─ De acompañante de lujo. ─ Se echó a reír al ver mi cara de
desolación. ─ Tranquilo Yuuta. De momento solo tu puedes verme. Pero sentí que
echabas de menos mi presencia. Y … me… presenté… ante… ti… despampanante… ¡Pero descubrí algo! ¿Quieres saberlo? ─ Dijo,
lenta, sensual, y con voz aterciopelada, seducción pura, y yo caí.
─ Mejor no… ─ Le respondí, pero me moría por ganas de saber
lo que descubrió
Pizpireta, se bajó las gafas en el puente de la nariz y
mirándome por encima de ellas, va y me dice.
─ Te gusto de esta manera…, te resulto irresistible. ─ Y se
echó a reír, y yo me puse como un tomate.
“No se si es una diosa o un ángel, lo cierto es que se está
burlando de mí”. Pienso.
─ No, no, no. No me estoy burlando de ti. Solo te estoy
seduciendo para que te enamores… ─ Dice yéndose.
Se dirige a los aseos, con los dedos de su mano, me lanza un
beso, me dice.
─ Espera un momento… ─ Y desaparece tras las puertas.
Me quedo pensativo. “¿Por qué me está pasando todo esto? ¿Me
estaré volviendo esquizofrénico? ¿O solo son las alucinaciones de un sueño?.”
Me pellizco, duele, no estoy dormido… “es increíble una diosa bellísima me esta
seduciendo. ¡Espera!, ha estado cambiado de forma continuamente… posiblemente
su aspecto puede ser muy diferente. ¿Cuál será su ser real?”. Así perdido en
mis elucubraciones no me doy cuenta de que una persona se pone a mi lado. Y veo
una mujer que parecía brillar. Es la cosa más hermosa del mundo.
─ Este es mi yo real. ─ Me dice. La boca se abre sola,
prácticamente me llega al suelo.
─ Me conoces como Amateratsu, pero mi verdadero
nombre, por el que el creador me nombra es Yessiyá. ─
Yo me siento ahora anonadado ante esta presencia. Me da
temor.
─ No me temas, todo lo contrario, pretendo que me ames, que
me entregues ese amor, que le has dado a quien no te corresponde. Por que yo si
que te corresponderé eternamente. ─
La miró, me sacudo la cabeza incrédulo. Fijo mis ojos en
ella… Y justo detrás veo a los dos tipos del traje gris marrón y gafas oscuras
mirándonos.
La sujeto de la mano y la arrastro en una pequeña carrera y
nos escondemos en un recodo estrecho entre columnas.
─ No hace falta que seas tan brusco para buscar intimidad. ─
─ ¿Intimidad? ¡Que intimidad, ni que nada! ¡Solo estamos
ocultándonos de esos detectives. ─
─ ¡Ah, es eso, no te preocupes te van a seguir hasta Samarcanda!
Déjalos. Nos serán de utilidad mas tarde. ─
─ Pero es incómodo estar bajo vigilancia. ¡Claro, como a ti
no te conocen ni te buscan estas tranquila! ¿Pero yo… ─
─ Tranquilo, yo quiero que nos sigan, que nos investiguen. ─
Me interrumpe. ─ Eso hará que nos sean de ayuda en su momento, ellos nos
protegerán. ─
─ Yessiyá. ¿Protegernos de que? ─
─ No me llames por ese nombre, por favor sigue llamándome
Miranda. Este nombre solo debe de usarlo mi creador. Y yo quiero ser mas
cercana a ti. Nos protegerán de los otros investigadores no deseados… ─
─ ¿Jah…, pero aún hay más? ─