jueves, 11 de agosto de 2011

UN NUEVO UNIVERSO

    ( " Advertencia:
Todos los personajes y hechos relatados en esta obra son ficticios. Cualquier parecido con la realidad podría ser una simple coincidencia. ¿O no?  ")                                                             




 EL NUEVO UNIVERSO



                                            EL NUEVO UNIVERSO


                                                                    EL FIN DEL PRINCIPIO.

                                  PROLOGO.

El bien, el mal, la luz, la obscuridad, la materia, la antimateria…
Los polos opuestos, siempre enfrentados en el universo infinito, en una danza que se perpetúa en el tiempo. Solo puede tener un desenlace último, la desintegración del mismo universo.
Todo lo conocido y lo desconocido serán reducidos a la nada absoluta. El creador lo sabe..., no lo desea..., no puede evitarlo.
En un lejano confín del universo, una galaxia minúscula con unos pocos billones de astros, alejándose a una velocidad astronómica del centro del universo. El creador generó, en un recóndito planeta escondido, unos seres a los que otorgo el poder de cambiar eso.
Se siente defraudado con ellos. Concentró en ellos todos sus poderes y se los entrego, pero también les dio el don de perecer.
 Viendo con horror, que es el que más les agrada usar. Todos los días, le retornan a él, ingentes cantidades de almas descarnadas por sus propios congéneres de formas violentas, muchas de ellas con sus misiones inconclusas.
Está harto, de tanto sufrimiento inútil. A partir de ahora va a actuar de forma distinta.
Ha decidido conquistar el universo. 

 

 

 

 

  


 

 

¿Qué haces dibujante de letras?

Escribo palabras al viento, que un papel, ha de guardar. Caligrafía pura, para crear tus sueños.

 Mi escritura, es magia que dibuja tus pensamientos, con trazos sin color, fantasías nacidas de mis manos, sembrando en tu mente, mis sentimientos.

                                                                               El Creador

 

 

 

Un nuevo universo

    Vol. II

 

 

 

 

 

 

 

EL RENACER DEL UNIVERSO

                    PARTE 2

 

 

 

 

 

 

 

J.M. Fontán

 

 

 

Continuando donde lo dejamos.

 

 

 

 

 

E

l barco cabeceaba suavemente, navegando río arriba, el frondoso paisaje de cultivo de palma alcanzaba más allá de la vista. Las personas hacían su vida cotidiana en la orilla.

 Había pequeñas canoas de pescadores humildes faenando, a su lado, lanchas pasaban raudas, levantando olas que irritaban a los tripulantes de las canoas. Estos erguían, fútilmente sus puños de forma amenazante. La joven observaba esto desde la cubierta del barco.

La voz del caballero le hizo volver su rostro para mirarlo.

−Encantado de conocerla ¿señorita? –

 − Señor Macallister. Yo, –Titubeó la muchacha. – Me gustaría que no me molestara. No tengo ningún interés en relacionarme con usted. Por favor no insista más, señor. –

La muchacha giró sobre sus talones y se alejó del caballero.  Algo se deslizó de ella hasta el suelo.

Este la siguió con su mirada. Recogiendo la hoja de papel que dejo atrás la joven.

 − ¡Humm! Sospechosa…  −   Murmuró entre dientes para sí mismo el caballero – Seguramente nos volveremos a encontrar señorita. –

La joven, con el corazón acelerado, por el miedo a que alguien la descubriera. No viajaba con ningún varón, y eso estaba muy mal visto aquí. Estaba buscando a su amante, después de hacerse pasar por muerta y tomar una nueva identidad.

Por fin había llegado hasta aquí. Había viajado de polizón en un barco y caminado cientos de quilómetros a través de pistas forestales. Atravesó plantaciones de palma, selva y pantanos. Evitó pasar todo lo que pudo por aldeas y poblados, solo entró en algunos para proveerse de víveres.

Ahora que estaba tan cerca de Nicklas, no quería que sus planes se vieran truncados por un extraño. Sabía, por las noticias, que su marido no la perseguiría, al parecer había sido víctima del terremoto. Pero, por si acaso, ella debería mantenerse al margen. No le interesaban herencias ni nada, aunque sus ganas de vengarse de quien ordenó matarla, estaban muy presentes en su mente, pero ya no había de quien vengarse. Ahora solo deseaba pasar desapercibida.

Hamsa se sentía estresada, no sabía nada de Nicklas desde el día que fingieron su asesinato. 

En cierta manera, tuvieron suerte al encontrar el cadáver de aquella joven prostituta.

  Ella, estaba presente, mientras Nicklas le cambiaba sus ropas, por las de ella. Le resultaba repugnante, las náuseas la invadieron varias veces mientras contemplaba lo que él hacía.

Suplantando la identidad, de la difunta, ella seria libre de ir a Brunei. Ella se vistió con otros ropajes más simples, como si fuese una mendiga, para pasar desapercibida entre el gentío.

Dejaron el cadáver de la mujer en ese barracón y la acompañó hasta un ferry que se dirigía haciendo cabotaje hasta Singapur.

El plan consistía, que dentro de cuatro horas él le dispararía a los restos mortales, que se pasarían por ella, cerca del puente, bajo el que se refugiaban los cocodrilos.

Ella deseaba que todo fuera según lo planeado.

   El viaje en el buque fue tranquilo durante los días siguientes. Pero la noche del quinto día las alarmas del buque se pusieron en marcha. Los pasajeros salieron de sus camarotes y butacas preguntando qué ocurría. La voz del capitán sonaba por los megáfonos, pero el sonido de la alarma no dejaba entender lo que decía.

Empezó a sonar un rumor que empezó a tener más intensidad, un maremoto.

− ¡Tsunami!... ¡tsunami…! – Empezó a gritar el pasaje.

Hamsa se asustó. Mas que nada porque ahora que tenía tan cerca su libertad, podría perderlo todo.

El capitán intentó tranquilizar a los pasajeros, insistiendo que en alta mar donde estaban, apenas se notaría cualquier tsunami.

Pero las personas, asustadas, no se tranquilizaban, más bien, lo contrario. Personas llorando, con temor en sus rostros. Hombres con el miedo brillando en sus ojos abrazando a sus familiares, intentando tranquilizarlos.

Hamsa enredada en el tumulto, no sabía qué hacer, desconocía todos los protocolos de salvamento marítimo. Sin darse cuenta la habían arrastrado hasta los botes de salvamento. No sabe por qué, pero eso la tranquiliza.

Mira el tumulto a su alrededor, mira niños y niñas llorando. Sus padres intentando consolarlos. Pero sus caras aterradas asustaban más que tranquilizaban, a los pequeños.

  Un muchacho jovencito, un adolescente desgarbado, en pleno crecimiento, con el vello facial incipiente, sujetaba en sus brazos a dos chiquillos con fuerza, estaban llorando, una mujer cubierta con una especie de burka negro, lo agarra por su ropa a la altura de la cintura.

Hamsa no sabría distinguir si esta mujer, era su esposa o su madre. Lo que si vio era la lucha del muchacho para mantenerse en esa posición.

Pasó la noche y no resultó en nada serio en la embarcación.

A la mañana siguiente todas las emisoras de radio y televisión, redes sociales, despertaban con la noticia de tan terrible terremoto.

Contaban las victimas por millares, primero en la isla de Timor y después por los efectos de los tsunamis que había afectado a las islas adyacentes.

El dolor, de pérdida, golpeó el pecho de Hamsa, cuando escucho hablar de la muerte de su marido, y de casi todo el personal, que lo acompañaba en el derrumbamiento del hotel donde se hospedaban.

El dolor no fue por la pérdida de su esposo, este no le importaba nada. Sobre todo, ahora que sabía de sus aviesas intenciones.

Le dolía la pérdida del hombre que amaba.

− ¡Nicklas…, Nicklas…! – sollozaba, las lágrimas escaparon por fin de sus cuencas. El pecho le oprimía. El amor de su vida, ahora que lo había conocido, lo perdió en esta catástrofe.

− ¿Por qué? ¡¿Por qué?! – Gritó su corazón roto. Pero solo le respondió el arrullo de la brisa, que enfriaba el sendero que las lágrimas dibujaban en su faz.

¿Qué iba a ser de ella ahora? Se preguntaba. ¿A dónde iría?. Sus planes se arruinaron.

Ella, era valiente, tenía mucho coraje y aceptó el plan de Nicklas. Y ahora se terminó todo, así, en un momento… el dolor de su pecho, aumentaba de intensidad a medida que pensaba. Sus labios, solo podían decir y repetir el nombre de su amado, una y otra vez. La congoja la dominaba ya, dolía, sí, le dolía mucho.

Se preguntaba una y otra vez por qué. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué le tenía que pasar a ella? ¿Tan terrible era su culpa?

Como una zombi, continuó su viaje, como planeara con Nicklas, hasta llegar al sitio de la reunión. Él le había dicho que lo esperara en su casa, al lado del río Sungai Temburong.

 Recordó su llegada a Singapur.

“Ella miraba a menudo el ajado trozo de papel, con la dirección escrita por Nicklas. Esto la tranquilizaba y consolaba. Mantenía viva su llama de seguir adelante, le daba esperanzas. Pensaba que, si perdiese ese trozo de papel, se volvería loca. Era todo lo que le quedaba de su amado, su único recuerdo, su tesoro más valioso. Preferiría perder la vida a perder este pedacito de papel.

Levantó la mirada y sus ojos llenos de pena miraron la isla de Singapur.

 Allí dentro de dos días subiría al buque que la llevaría a Brunei.

Al pensar esto el corazón le dio un vuelco, sus piernas le fallaron. Intentó asirse a algo para no caerse y el viento en ese momento le arrebató el pedacito de papel escrito…

Pero reaccionó rápido y lo atrapó al vuelo. Ese gesto la trajo devuelta a la realidad, guardó su tesoro más preciado en su pecho, en su seno, encima de su corazón dolorido…”

Ahora, en el momento presente, sofocada por la pequeña carrera, para huir de ese hombre, se escondió.  Estaba remontando el rio Sungai Temburong. Ya había dejado atrás la capital. Con sus mansiones y palacios fastuosos. Llevó su mano al seno izquierdo donde guardaba el recuerdo de su amado. Las instrucciones de cómo llegar a su vivienda.

Durante unos instantes recordó su cara, su voz…

Pero sus elucubraciones pronto se desvanecieron…

 El señor Macallister, la encontró. La voz de él rompió su sosiego.

− Señorita. Perdone que la interrumpa. Pero se le ha caído esto. – dijo casi sin aliento, entregándole una nota de papel.

Ella sorprendida mira al varón y a las manos de este alternativamente, con delicadeza sujetó la nota.

− ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Señor. – respondió ella alterada. – No se imagina usted de lo agradecida que estoy por su amabilidad. No me di cuenta que lo había extraviado. Casi me salva la vida. –

La sonrisa de alivio y agradecimiento que expresaba su rostro fue puesta al descubierto por una ráfaga de viento que le voló el velo.

El hombre al ver la hermosa faz de ella, interrumpió el comentario que estaba a punto de salir de sus labios. Quedando absolutamente anonadado, por la singular belleza que descubrió.

Así con la boca entreabierta, como alguien que pierde la noción del tiempo, del lugar, de todo… En total, se quedó paralizado del asombro unos segundos…

− No, no ha sido nada. – Dijo, cuando pudo articular las palabras. – Creí que esta dirección sería importante para usted. –

− Pues sí, es muy importante. Es la dirección de unos parientes a los que iba a visitar, para que me puedan ayudar a encontrar algún trabajo. – Mintió ella.

− ¡Ah!... ya veo. Pues me alegro mucho de que mi esfuerzo le haya servido de ayuda. –

− ¡Oh! No sabría como agradecerle este detalle de que me buscase para devolverme esta dirección. La verdad que me hubiese sentido perdida sin ella. –

Hamsa, se sentía muy agradecida por ello, pero también quería alejarse de ese personaje. Pues las miradas inquisitivas, que le dirigía la incomodaban. Pero, no sabía deshacerse de él, cortésmente, cuando este le dijo.

− ¿Ha dicho que estaba buscando trabajo, señorita? –

Ella se quedó un momento en silencio mientras pensaba que respuesta darle.

− Sí, estoy buscando trabajo, por eso vengo hasta la casa de estos parientes. –

− ¡Qué pena! Yo podría facilitarle encontrar un trabajo, en Bandar Seri… ¡Claro está! Solo si usted lo desea. – Le propuso el.

− Bueno… No, no. Muchas gracias por su amabilidad al ofrecerme su ayuda. Pero yo realmente no quiero ser una molestia para usted. –

− ¡Oh, no! De ninguna manera. Usted no es ninguna molestia. – Afirmó. – Así que va usted cerca de Biang. Es que lo leí en su nota. – Se disculpó él.

Siguieron conversando a medida que la embarcación iba sorteando los meandros que formaba el rio. El pequeño navío atracó en Bangar, lugar donde se apeó James Macallister.

Él le dijo que le gustaría volver a verla. En cambio, ella deseaba todo lo contrario.

Cuando zarpó la nave, ella solo pensó en sus problemas, que haría allí sola, de momento tenía bastante dinero.

Por lo menos si lo administraba bien le duraría un par de años viviendo en buenas condiciones, aparte ella sabía trabajar duro, pescar y hacer labores agrícolas.

Tendría el problema de visitas inesperadas, para evitarlos, se registró como la esposa del señor Nicklas Garssias. La siguiente parada era el lugar donde ella debía dejar el barco.

   Este seguía surcando este rio color café con leche que bajaba lentamente cruzando el bosque y las plantaciones. Por lo que le dijo Nicklas, su casita está en un tramo del rio que ofrecía una vista espectacular, y que también tenía otra pequeña vivienda que solía arrendar en el otro lado en el límite de Malaysia.

Hamsa se da cuenta de que el bajel cabecea más intensamente, no era preocupante, pero se asomó al borde para ver el motivo, del balanceo. Las corrientes en esta zona eran más briosas. Vio el pantalán donde desembarcaría.

Las tablas, crujían bajo su peso al descender del barco, ella avanzó presurosa por ellas.

  Al fondo había una caseta en la que estaban unos críos, que se quedaron viendo como bajaba del barco. El que parecía mayor, fue corriendo hasta ella. Se encontraron un poco más allá de la mitad del pantalán.

− ¿Necesita ayuda señora? – Preguntó el chaval.

− Si. Muchas gracias. – Llevaba poco equipaje. Pero, con el traqueteo de las tablas le costaba avanzar.

 El jovenzuelo asió el fardo más grande y le ayudó a cruzar la pasarela.

− A dónde se dirige señora. – Le pregunta el mozo, al tiempo que se pone el fardo a la espalda.

− A la vivienda de mi marido, El señor Nicklas Garssias. − Al decir esto el muchacho la mira fijamente abriendo los ojos como platos, literalmente.

− ¡Chicos, es la mujer de Nick! – Gritó el muchacho a sus compañeros. Estos vinieron corriendo para intentar ayudar a la joven.

Se presentaron y le dijeron de acompañarla a la cabaña de Nicklas. También le dijeron que esta se hallaba distante, de donde se encontraban ellos, algo así como a una hora de camino, desde donde estaban.

La comitiva fue avanzando entre los campos de cultivo. Algunas personas alzaban la vista para identificar a quienes se acercaban. Ponían las manos encima de los ojos para que el sol no les molestase al contemplar a los caminantes.

Vieron las primeras casa de Biang, y algunas vecinas sentadas a la entrada de sus viviendas con sus labores en marcha, saludaban a los jóvenes preguntando quien era la señora que los acompañaba.

− Es la esposa de Nicklas. – Argumentaban los jóvenes.

Mas adelante, donde iban a doblar una esquina. Un muchacho le susurró al oído.

− Cuidado, con la mujer que vive aquí. Siempre ha dicho que se casaría con el señor Nick. Le puede causar problemas porque es muy celosa. –

 − Sí. – Le interrumpió un compañero. – Le dio una paliza a su prima. – Refiriéndose al chaval que le daba el aviso. – Porque un día, Nicklas, la ayudó a mover unos enseres en su casa. En cuanto se enteró, la buscó, la agarró del pelo y le pegó. Gritando que ella no se acercara a Nick. Que era suyo y que una sucia perra como ella no tenía derecho ni de hablarle. –

Los otros chiquillos se rieron recordando el suceso. Cuando llegaron a la esquina.

− ¡Mira, es ella! ¡No digáis nada de que esta, es la esposa de Nick! – Se dijeron unos a otros.

  La mujer la vio. Luego se fijó en los chavales y curioseó, a ver si le decían algo de esa forastera. Esta mujer, no era muy agraciada de cara, que por cierto la tenía descubierta. Pero los muchachos pasaron de largo casi arrastrando a Hamsa.

Llevaban un par de centenares de metros andando, cuando escucharon a una persona hablar en voz alta.

− ¡Haji…! ¡Esa, esa! que va ahí… ¡Es la esposa de tu querido Nicklas! No te parece increíble. –

 Los chiquillos apresuraron el paso riéndose. Y así, paso a paso, la llevaron delante de una casita muy mona. No era muy grande, pero tenía una presencia cuidada y hermosa, con su jardín muy elegante. La llevaron a una entrada y allí la dejaron. Ellos se alejaron entre risas y bromas después de aceptar la propina que ella les dio.

Ella buscó en su bolso la llave que le dio Nick.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

          

 

 

          

 

 

 

           CAPITULO IX

 

 

 

 

                 

 

 

 

 

                 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Un reencuentro

 

B

ueno Haakim en unas horas llegaremos a mi casa de veraneo.   Espero que os sintáis cómodos. – Les informó Nicklas.

Unas horas más tarde divisaron un claro en el bosque al lado del rio, Nicklas redujo la velocidad de la lancha, desplazando está a babor.

Mariana y Haakim miraron curiosos la orilla. Sin árboles, separada del rio por un muro de rocas mordidas.

Los ocupantes de la pequeña embarcación todavía estaban impregnados de la tintura dorada, y cubiertos con los mismos ropajes que les otorgaron los monjes budistas.

−Vaya, que pintas tenemos. Parecemos los participantes de un festival hindú. – Rompió el silencio Mariana.

−Menos mal que no hay nadie por los alrededores. – comentó Nicklas. – La población está a unas dos horas de camino andando. Y normalmente hay pocas visitas, y casi siempre es alguien que necesita de mis habilidades para algo. Por lo tanto, estaremos tranquilos. –

− Y te podré cuidar, dándote atenciones de más calidad. – dijo Mariana a Haakim.

− Creo que será necesario acercarlo a un hospital. Allí le tratarán mejor que en casa. – Le acertó a decir Nicklas.

 − ¿Hay algún hospital cerca? – Pregunta Mariana.

− Realmente no, en Bukok hay un pequeño puesto médico, que está bastante bien. Pero aquí en tenemos un puesto veterinario, al que acudimos en caso de urgencia o de curas rápidas. 

Mariana lo mira como preguntándose si habla en serio o no.

Desembarcaron, guardando la lancha tras un pequeño remanso, formado por una mini playa, guarnecida por rocas. Si no conocieses el sitio no se vería, cobijado por las ramas bajas de los árboles, defendida por las rocas, era prácticamente invisible.

Nicklas apartó unos matojos dejando al descubierto una senda no muy usada.

Siguiendo la senda, llegaron a la muralla. En esta había unas escaleras talladas en piedra. Una verja la coronaba.

Nicklas abrió la cancela, entrando a una especie de jardín. Avanzaron un trecho por este sendero, al final de este estaba una casa de arquitectura tradicional, pero con arreglos modernos. Dándole un aspecto elegante y rústico. Se acercaron por la parte trasera, entre unos matorrales había una figura similar a un brocal, él se agachó sobre borde y cogió las llaves.  Desde allí accedieron a la casa.

− ¡Bienvenidos a mi casa! – Dijo Nicklas. – Al cruzar el pasillo estamos en Malaysia. –

− Es muy bonita. – Le dijo Mariana. – Casi parece una casa de cuento. –

− Me alegra que te guste. – Contestó el aludido.

El anfitrión les mostró la vivienda orgulloso de ella. Dejaron a Haakim en la primera habitación al lado de la cocina.

En un falso techo guardaron los objetos que les habían entregado los monjes budistas.

Se acomodaron decidiendo esperar a que el joven sanase de sus heridas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 En otro lugar a miles de quilómetros de allí, dos hombres contemplaban un árbol característico. Su grueso tronco formado por varias ramas, cubierto de musgo que apenas dejaba ver el color del tronco.

 − Fueron dieciséis quilómetros, pero valió la pena. – Dijo uno de ellos.

− ¡Pero…! ¿Qué dices? Toda esta caminata, para ver un árbol hueco en medio de la nada. – Se quejó el otro.

Otras personas más se acercaron al veterano tejo. Unos mil novecientos años los observaban. El majestuoso tejo, creciendo sobre unas rocas cubiertas, por el verde musgo, extendía sus ramas, hacia el cielo. Pero, guardaba un secreto y estos dos hombres venían a desvelarlo.

− Tendremos que esperar a que los senderistas se alejen. – Comentó el que parecía el líder.

− Ciertamente, doctor Jelinecki, no tengo muchas ganas de cavar, cuando anochezca. –

−Doctor Müller, la idea fue suya. Y desde luego el lugar invita al misterio. Pero tenemos que encontrar el misterioso objeto que se haya aquí. –

− Lo sé. Pero ya no estoy acostumbrado a estas largas caminatas. – Se quejó este.

− ¿Cómo quedó con el cura? –

− ¿Qué? ¡Ah, ya! – Se sorprendió, este mientras recordó. – Dijo que llegará hoy al anochecer. Pero aquí no tengo cobertura para advertirle que no estaremos en el hotel. –

− Realmente pienso que es mejor regresar y volver mañana. Al no ser fin de semana, seguramente no habrá tantos deportistas y curiosos. También podemos conseguir herramientas más adecuadas. Y al ser uno más podríamos avanzar más raudos. –

− ¡Ja, ja, ja, ja,! – El otro estalló en una carcajada atronadora.         – Solo con imaginarme al padre Santos haciendo esta caminata me entra la risa floja. – Remató el Dr. Müller.

− ¿Y eso por qué? –

− ¿Se acuerda usted de las películas de Bud Spencer? – Preguntó

− Hombre, pues sí, claro. – Respondió.

−Pues el padre Santos es su doble actual. – Se río

− Me sorprende su sentido del humor, doctor. –

Decidieron, pues, posponer el proyecto hasta que estuviesen todos reunidos.

 Tras volver sobre sus pasos, los dos, llegaron a la Posada del Campanario, donde estaban alojados.

Como no tenían ganas de irse a la habitación, hicieron tiempo en el bar tomándose unas cervezas, a las que acompañaban unas tapas.

− Bueno, Hans, ya hemos visto, por fin el árbol milenario. Pero lo que no sé, es donde está escondido el susodicho objeto, ni lo que es. –

− Sí, lo cierto es que es intrigante. Para entender a los íncubos tener que venir aquí a buscar un objeto que no sabemos lo que es. –

− Sé, que es esperar mucho, que el padre Santos, sepa que es, o como sería esa cosa. –

− No lo sé, pero ese sacerdote siempre da la campanada. – Replicó Hans.

− ¿Qué quieres decir con eso? – Inquirió el profesor Jelinecki confuso.

− No sé cómo se las arregla, pero sorprendentemente, siempre encuentra la solución a cualquier enigma que se le ponga por delante. – Contestó. − ¡je, je,! – Con una risa misteriosa continuó. – Sé cree el sucesor de Alan Turing, el descifrador de la maquina Enigma.  Ja, ja, ja. –

− Realmente es una pena que lo hayan condenado y asesinado por homosexual. Y la exoneración de culpa llegó muy tarde. ¡Si, quedó libre de cargos! Pero muy tarde, en la noche buena del dos mil trece. – Dijo exacerbado el profesor. – Todo demasiado tarde después de ser humillado, torturado, vilipendiado. Igual que hizo que la segunda guerra mundial durase cuatro años menos. Hubiese podido avanzar la ciencia computacional una década. Pero la expoliación y destrucción de sus archivos lo impidió. –

− Si, algo parecido a lo que pasó con las investigaciones de Nicola Tesla. – Añadió Hans. – Igual que el descrédito a los investigadores de sucesos extraños, ufólogos desacreditados, parapsicólogos desaparecidos en extrañas circunstancias, investigadores asesinados o que aparecieron suicidados en extrañas condiciones, o simplemente misteriosas desapariciones. –

− Esto me hace pensar que esta investigación también puede ser peligrosa para nosotros. –

− Sí, coincido contigo, profesor. Tal vez debemos comportarnos de forma más precavida y guardarnos de momento lo que descubramos. –

A partir de ahí, su conversación bajó de volumen, hablando más bajo. Se dieron cuenta de que si aireaban su búsqueda podrían tener problemas.

La conversación entre ellos se mantuvo animada, hasta que sonó el teléfono del doctor Müller.

Este viendo que era el padre Santos, le contestó.

  −Hola, padre Santos, ¿Cómo está usted? –

− ¡Que padre ni que leches, estoy de incógnito! ¡Llámeme por mi nombre, por favor! –

− ¡Bueno hombre no se ponga así! – Se excusó. − ¿Por dónde va? ¿Ya no debe de estar lejos? –

− No lo sé, me perdí, la señalización esta confusa, y en algún punto me equivoqué de camino. – Respondió el sacerdote.

− ¿Qué sucede? – Inquirió el profesor.

− ¡Nada, profesor! – Respondió el Doctor. – El cura, que se perdió. –

− ¡Que le estoy escuchando, cabeza cuadrada! – Gritó al otro lado del aparato el aludido.

− Pero hombre de Dios, ¿no sabe usar el GPS? – Le pregunta Hans.

− Lo estoy usando, pero como hay obras en algún tramo tuve que coger algunos desvíos y es ahí cuando este aparato del demonio se volvió loco. Solo sabe decir que se perdió la señal de GPS. –

− Ya veo, seguramente estas usando un aparato de la manzana mordida, ¿no? – Le pregunto Hans.

− ¿Manzana mordida? – Inquirió el aludido.

− Sí hombre, es que esa marca, no autorizó al autor a usarla. –

− ¡Aaah! ¡Ya veo! Así que es eso. ¿Y qué tiene que ver eso con que me perdiese por culpa del GPS? –

− Es que, en las zonas montañosas, los aparatos de esas marcas, no tienen buena cobertura, ya que no usan ni Galileo, ni GLONAS. –

El profesor Jelinecki se lo quedó mirando al tiempo que en auricular sonaba…

− ¿Y eso que coño es Hans? –

− Son sistemas de posicionamiento global que le indican a los geolocalizadores, donde estamos. –

− Ya me quedo más tranquilo. ¡¿PERO COMO SALGO DE AQUÍ?! – Gritó el sacerdote. 

− Pregúntale por donde esta. – Recomendó el profesor Jelinecki.

− ¿Por dónde vas ahora? – Le preguntó el doctor

− He dejado atrás Siete Iglesias y estoy llegando al Berrueco. –

−Dese la vuelta, y venga hasta Lozoya. – Le interrumpió Hans

 − Vale, ahora cuelgo. A ver si encuentro esa población. –

− Nos vemos ahora. –Dijo mientras cortó la comunicación.

El profesor y el doctor, se separaron yendo cada cual, a su habitación, quedando para verse más tarde para cenar y ver si ya llegó el padre Santos.

 Horas después, sentados en una mesa cerca de la puerta del local, mientras cenaban algo frugal.

Vieron alguien forcejeando, con la puerta de la entrada. Cuando por fin logró abrirla, vieron un individuo corpulento, cruzándola. Parecía que buscaba a alguien con la mirada.

Hans levanto la mano para llamarle la atención, el recién llegado, tardo unos momentos en darse cuenta. Cuando lo vio, su rostro preocupado, cambio por uno sonriente, el resultado fue una cara risueña. Se dirigió a ellos, tropezando con algunas sillas. Golpeándose la rodilla, se inclinó sujetando esta, y con una mueca que no se sabía si reía o sufría. Al inclinarse dejo al descubierto su coronilla calva.

El sacerdote llegó jadeando fuertemente, ruborizado, no se sabe si por vergüenza o por sofocamiento.

− Ho… la.  – Decía intentando llenar su pecho de aire. − ¡Bue… nas…, no… ches! – Consiguió terminar por fin su saludo.

Los dos galenos, se yerguen por cortesía, y le señalan que se siente.

−Hola, Santiago. – le saluda Hans R. Müller. – ¡Buenas noches! – Le corresponde.

 − Buenas noches. – Le dice el profesor Jelinecki. – Siéntese aquí por favor. –

− Muchas gracias. – Agradeció el recién llegado. – Que lata encontrar... – Se interrumpió aspirando fuertemente para continuar. – …este lugar. Siento la espera caballeros. –

−No pasa nada. – Lo tranquiliza el profesor. – Si lo consuela, nosotros también nos perdimos, gracias a las indicaciones de unos senderistas, encontramos el lugar. Así que no se preocupe señor Santiago. Por cierto, me llamo Jan Jelinecki. –

− ¡Oh! ¡Perdón! Yo soy, Santiago Santos De Alvarado y Serra. – Se presentó el eclesiástico.

− Ahora que ya se han presentado, acomódense y que el padre pida algo para cenar. – Les aconseja Hans mientras ellos se daban la mano.

Los tres se sientan, momento, en el que se acerca un camarero con una carta de menús, que le entrega al sacerdote.

− ¡Gracias! – Dijo este mientras aceptaba la carta. Al levantar la cara se dio cuenta de que este llevaba una Mascarilla. Había pasado tiempo, pero todavía la gente temía la gripe china.

− Ahora vuelvo a tomarle la nota. –  dándose este la vuelta y marchándose.

     Santiago, cogió el menú y le echo un vistazo.

− Nosotros, ya hemos ido, a donde se localiza el árbol antiguo. – dijo el profesor.

− Sí. Y la caminata son muchas horas. El sendero es empinado, muy bien señalizado, sí, pero es agotador. – Le informó Hans.

− Decidimos comprar herramientas, y subir mañana, porque creemos que habrá menos turistas. – Confirmó el profesor. –

¿Por qué le dio un puñetazo al señor Hans? – Preguntó de repente.

− Es una larga historia. – respondió lacónicamente el aludido.

 

 

 

 

 


− Esta es mi casa de veraneo. En realidad, vengo aquí cuando quiero aislarme del mundo. – Comento Nicklas. – Pero mi verdadero hogar está, en Biang, que es a donde iremos cuando Haakim se encuentre mejor. –

− Vaya señor Nicklas, su escondite secreto es una pequeña fortaleza. – Comentó Haakim.

− Sí, con esa idea la ordené construir. Es mi refugio, cuando me siento acosado por las circunstancias. – Confesó. – Por eso deberemos irnos de aquí, en cuanto se pueda. –

− Pero necesitaré útiles sanitarios para atender a Haakim. – Exige Mariana,

− No te preocupes. Iré rio abajo hasta la población cercana de Sengai Kenagan.

− Pero eso no llamará la atención de las autoridades, Nicklas. – Preguntó ella.

 − No creo, he estado allí muchas veces. Y como es Malaysia. Y también me conocen. Dudo que tenga algún problema. – Repuso este.

Mariana, a pesar de su juventud era una joven muy diligente y eficiente. Le entregó, una lista de todo lo que creía que le hacía falta, desde víveres, pasando por ropa, y un botiquín.

Nicklas leyó la lista de la compra, y la miró asombrado, de lo minuciosa que era la lista. La guardó.

− Volveré en unas cinco horas o así, puede que menos. Cuiden el refugio. – Yendo en busca de la lancha, se despidió con la mano.

− Cuídese señor Nicklas. – Dijo Mariana desde la puerta, agitando su mano en señal de despedida.

Cuando lo perdió de vista, dándose la vuelta entró. Fue al cuarto de Haakim. Lo vio mirándola, y se azoró.

La cara de él también se volvió carmesí, al verla a ella.

− Haakim, llevo unos días avergonzada, por mis actos del otro día. No sé qué me pasó. Pero, no quisiera que usted se formase una mala opinión de mí. Yo le pido humildemente disculpas si lo comprometí de alguna manera. –

Haakim se puso pálido. Para él era un recuerdo maravilloso.

− No, no, no. No te disculpes, me hiciste mucho bien. Piensa que yo estaba muy lastimado, y con tu gesto me devolviste la esperanza. Entiendo que tal vez tu osadía, te haya preocupado. Yo no se lo diré a nadie. pero tú a mi... – Se interrumpió el joven, poniéndose colorado otra vez ¡Paf! De repente. –… tú a mí me gustas mucho. – balbuceo muy bajito.

Ella se dio la vuelta y salió corriendo de la cámara.

El muchacho no acertó a reaccionar, ante la huida de su compañera. Se arrepintió de haber dicho eso.

− Maldita sea, porque tengo que ser tan bocazas. – Se recriminó. – Ahora como me va a ver a la cara, sin avergonzarse. Ella vino aquí con nosotros para cuidarme, y yo, voy y le confieso que me gusta. Habrase visto alguien más patético que yo. – Recordó como ella salió huyendo. – Es normal, mis palabras siempre metiéndome en problemas. Lo mejor es que me calle, y no le diga nada para no hacerle sentir mal, mientras me hace las curas. –

 

 

En la habitación próxima, ella tumbada en su cama boca abajo, con la cara entre las manos, moviendo las piernas arriba y abajo, alternativamente. Mientras la emoción y la euforia le sacudían todo.

− ¡Se me ha confesado! Dijo que le gusto. Si el supiera que también me gusta a mí. – Se detiene en su monólogo, y piensa, su boca se abre de par en par al darse cuenta de su huida. – Dios… que va a pensar de mí. He salido huyendo. No me extrañaría que ahora no me hable. ¡Pero que tonta soy! –

 A su alrededor unos entes espirituales, se alimentaban de las emociones que ellos sentían.

Los seres humanos como antenas universales que son emiten y reciben señales telepáticas, como ondas de energía, según la emoción emitida o recibida, se producía una frecuencia que tenía un sabor más o menos agradable para uno u otro tipo de entes.

Los que la rodeaban, les gustaba el sabor a enamoramiento, y a algún otro a dudas. Inducen a pensar de esta manera a los dos niños.

Haakim mirando por la ventana entre abierta, miraba la belleza del atardecer. El azul del cielo, recortaba, nítidamente las nubes de color magenta.

El horizonte, se recortaba contra este cielo iluminado, las copas de los escasos árboles, rompían el monótono verde oscuro de las palmeras de aceite. 

En el marco de la ventana, una pequeña araña tejía su tela balanceándose entre la pared y la madera. Haakim, absorto contemplándola, no se percató de que Mariana había entrado en el cuarto.

Ella lo vio abstraído, y se embelesó en la contemplación del lastimado muchacho. Siguió su mirada hasta la ventana, en donde vio el pequeño animal trabajando. Fue por un objeto para exterminarla. Encontró la escoba y la asió, corrió hasta donde se encontraba la araña.

− ¡No le hagas nada… – No le dio tiempo a terminar la frase. Mariana ya había aplastado al laborioso arácnido.

− ¡Maldito bicho asqueroso! – dijo la chica. – ¡Qué asco! ¡Por eso no me gusta mucho vivir en las zonas de campo, siempre hay bichos por todos los lados! –

− ¿Por qué lo has matado? Pobre animalito. – Le preguntó entristecido.

− Porque me dan asco. Llenan todo de telarañas, que atrapan el polvo y otros bichos, dejándolo todo sucio. –

− Pero, si son beneficiosos; comen mosquitos y otros bichos. Le intentó explicar el muchacho.

− Que cruel, comer otros bichos. ¡Huy, que asco! No me gustan nada las arañas, te pueden picar, y duele mucho. –

− Me sorprendes. No sabía, que te molestasen tanto las pequeñas criaturas. Yo procuro respetarlas a todas como criaturas de Alá. El no considera que sean innecesarias. –

− ¡Bah! No pasa nada, hay muchos bichos por ahí. − Protestó ella.

− Mariana ¿tú sabes que le pasaría al mundo si no fuese por los insectos? – Se interrumpió mientras miraba la reacción de ella a su pregunta. – Simplemente colapsaría porque no habría seres capaces de descomponer los nutrientes necesarios para la vida… –

 Continuaron charlando animadamente sobre este asunto sin llegar a ninguna conclusión aceptable para ninguno.

Y así sin darse cuenta fueron testigos de otra hermosa puesta de sol a través de la ventana.

Unos gritos procedentes del exterior, los hizo volver a la realidad. Era   Nicklas, llamando por ayuda.

Mariana salió corriendo para ayudar. Este estaba descargando fardos y otros paquetes de diversos tamaños, ella agarró un par de bolsas y las llevo a casa. Nicklas, seguía descargando la pequeña embarcación. Por último, sacó unos grandes bidones de combustible. Mariana arrastraba pesadamente unos sacos de arroz, ya les quedaba poco para terminar de guardar los suministros, cuando escucharon una voz fuerte y varonil al otro lado del vallado. Nicklas, dejó los sacos que portaba sobre unas piedras y se dirigió a la entrada principal. Allí unos policías estaban aguardando por él. Se saludaron con cortesía.

− ¡Hola, Nicklas! – dijo el oficial de más rango. – nos han dicho que había personas extrañas en su vivienda y vinimos a comprobarlo. –

− ¡Ah! No, soy yo que he venido con unos amigos, pero como el chico sufrió un accidente, apenas salimos de casa porque no podemos dejarlo solo. – Les explicó

− Bien, ya que estamos aquí, vamos a hacer una exploración por los alrededores, a ver si vemos algo sospechoso. – dijeron mientras se alejaban despidiéndose con la mano.

Nicklas entró rápidamente en casa para guardar los suministros.

− ¡Mariana! – Llamó. – Rápido guardemos todo esto no vaya a ser que nos acusen de contrabando y nos extorsionen o nos detengan. –

− ¿Por qué? –

− Porque los compré al otro lado del rio. Y traerlo a este país lo consideran contrabando. –

− Claro, es Malaysia. – Le respondió este mientras sujetaba dos fardos y los arrastraba apresuradamente al interior de la vivienda. Mariana lo imitó, y en breve dejaron el jardín despejado.

− ¡Por fin, ya terminamos! Pero para evitar problemas, más nos vale irnos pronto de esta localidad, en cuanto empiecen a llegar las noticias, puede que tengamos contrariedades. – Les comunicó Nicklas.

− ¿A dónde iremos? – Inquirió la chica.

− A la casa de Nicklas en Biang. – Le informó Haakim.

− ¿Entonces, esta bonita casa? –

Esta casa la suelo tener arrendada, a gente que viene de viaje, o se establece aquí por trabajo. – Contestó Nicklas. – Al mismo tiempo obtengo un dinero extra. –

− ¿Y cuándo nos iremos? – Quiso saber la chica.

− ¿Te sientes con ánimos Haakim? – Lo interrogó el hombre.

− Creo que puedo aguantar un poco más un viaje, pero me gustaría reposar un día o dos. – declaró el joven.

− Pues no se hable más, pasado mañana nos iremos. Señorita Mariana estaremos a su cuidado, estos días. Mañana me acercare al pueblo. Para hacer saber que estoy aquí, y decirle a las personas de confianza que vengan a limpiar la quinta. –

Y realizando las tareas cotidianas terminó el día sin más novedad.

A la mañana siguiente Nicklas se levantó temprano. Mientras se aseaba, sin querer, Mariana lo vio desnudo. Al principio giro la cara para no verlo. Pero, la tentación fue más fuerte y lo miró, con curiosidad.

Él estaba tarareando una melodía bajo la ducha, con los ojos cerrados. Ella lo comparo con otros varones que había visto, y este era muy apuesto, y con una tonificación muscular equilibrada. Le gustaba lo que estaba viendo.

Se giró sobre sus talones y se alejó. En este momento, él, abrió los ojos y la vio alejarse, y sus labios dibujaron una perversa sonrisa.

Su cara reflejaba en el espejo, el rostro de la perversión. Un espíritu de lujuria le invadió el pensamiento. Dejó de verla como una niña. La vio como una hembra, a la que someter.

Y decidió usar todo su encanto para seducirla. Sabía que la niña, no podría hacer nada para evitar caer en sus redes de seducción.

Urdió un plan mientras terminaba de vestirse. 

La muchacha, algo avergonzada, con el recuerdo del cuerpo del hombre en su mente, no pudo evitar compararlo con el de Haakim. El cuerpo débil de este último, con todas las heridas, y hematomas, le daba mucha lástima. Pero el cuerpo fuerte de Nicklas era impresionante, sin ser muy musculoso, se veía fuerte y ágil, y tan varonil…

− ¡Oh! ¿Dónde quedaba ese sentimiento de amor romántico, que le confesó Haakim? – Se dijo a sí misma. − ¿Dónde está, eso que yo sentí por él?  ¿Creí, que estaba enamorada? Y ahora me atrae otro hombre. – Se sentía confundida. − ¡Ah, ya! Serán las hormonas, según lo que he estudiado. Tendré que controlarme, y no dejarme engañar por ellas. –

Lo que la chiquilla no sabía, era que los diablos, la estaban tentando. Se frotaban las manos, literalmente imaginando las situaciones que iban a provocar, para alimentarse de sus emociones. Pero, tras ellos, aguardaban otros jerárquicamente superiores, los íncubos y súcubos.

Ella tocó, rozó levemente con su mano la túnica dorada, y esos pensamientos desaparecieron al tiempo que la influencia de los diablos, también se desvanecía. Ella se dio inmediatamente cuenta de este efecto. Quedándose sorprendida. La sujetó conscientemente ahora, sintiéndose libre de pensamientos no deseados.

Nicklas se detuvo en medio del pasillo.

− ¿A dónde iba? – Se preguntó. – Me olvide totalmente de lo que venía a hacer. – Cambiando de dirección y dirigiéndose a la cocina, en la nevera cogió un refresco, lo destapó y lo bebió con fruición.

 

 

 

 

 

 

 


Hamsa, ocupada en la limpieza de la casa, ordenando todo para no aburrirse. Sujetó el teléfono móvil para hacer una llamada. Buscó el número, cuando lo tuvo a la vista en la pantalla, después de observarlo un rato fijamente, lo canceló.

Recordó la cara de Nicklas, cuando le dio las instrucciones de lo que debería hacer.

Después de divagar un poco volvió a sus quehaceres, tenía ganas de llamarlo. Pero por ahora debía evitarlo, tres días más y seria libre de hacer la llamada. Pero sentía miedo, y si se encontrase entre los fallecidos del terremoto. No quería ni planteárselo. Su esperanza, es que como guardia de seguridad de su difunto marido, él, normalmente estaba siempre fuera del hotel. También eran los momentos que ella aprovechaba para encontrarse con él, pareciendo que eran situaciones accidentales. Bien sabia ella que eran el logro de dedicarle tiempo a espiarlo, sin que se diese cuenta.

 Se dirigió al cajón donde guardaba la documentación y pasaporte. La pena asió su corazón, al pensar que no podría volver a ver a sus familiares. Se suponía, que ella ahora fue asesinada. Tenía que ser fuerte y renunciar a ellos. Tendría que adaptarse al nuevo nombre y lo mejor era empezar a llamarse a sí misma por él. Su memoria voló a la escena del despojo de la joven meretriz.

− A partir de ahora, tu, vivirás la vida de esta persona. – Le dijo Nicklas, mientras le daba el pasaporte y la documentación de la fallecida.

Recordó los ojos de Nicklas, su rostro tan hermoso, los labios, que tanto deseaba besar una vez más, sus grandes manos tan varoniles, tan dulces y amorosas con ella.

Tenía muchas ganas de volver a verlo. Pero esa presión en el pecho, esa incertidumbre le hacía daño. No aguantaba más, necesitaba saber de él, aunque eso significase la muerte.

Volvió a marcar su número, esta vez confirmó y ejecutó la llamada. Impaciente esperó el sonido de comunicación de llamada. Solo le respondió una voz robótica de la operadora, diciendo, que el aparato estaba apagado o fuera de cobertura, que dejase su mensaje después de la señal. Colgó. Todos los temores de Hamsa, volvieron a invadir su mente, y los pensamientos negativos, la hundieron en el abismo de la desesperación.

No podía creerlo. Las ganas de llorar la vencían, el nudo de la garganta no la dejaba respirar, y rompió en sollozos sincopados que latían salvajemente por escapar de su cuerpo. Y se rompió, el llanto dominó su estado, mientras se derrumbaba impotente en el suelo. Lágrimas, babas y mocos se mezclaban en el suelo donde ella reposaba su dolor

− ¡No!, ¡No!, ¡No! ¡No, no puede ser! ¡No puede morir ahora!...¡Ahora, no, no! ¡Nicklas! ¡Nicklas! – Gritaba llena de dolor, negándose a aceptar la pérdida y llamándole con desesperación.

Estuvo así tumbada en el suelo sollozando por varias horas dejando salir el sufrimiento que la atormentaba.

El sonido del timbre de la puerta sonó, pero en medio de su angustia apenas lo escuchó. Sonó por segunda vez y lo oyó como algo lejano. Por tercera vez y fue consciente del sonido. Se irguió e intento adecentarse antes de dirigirse al intercomunicador.

− ¿Quién es? – Preguntó con voz débil. − ¿Qué desea? –

− Hola, somos las vecinas.  – Respondió una voz femenina. – cómo llevas por aquí unos días, veníamos a presentarnos y ver si te podemos ayudar en algo. –

− ¡Hola, sean bienvenidas! – Todo estaba saliendo como Nicklas le había dicho. – Ahora iré a abrir el portal. –

Limpio el suelo donde estuvo llorando, se colocó el velo y puso una olla de agua a hervir para hacer unas infusiones, para las invitadas.

Abrió el portón, disculpándose porque no sabía cómo funcionaba o donde estaba el mando para abrirlo. Por eso fue personalmente a abrirles.  Eran unas seis mujeres, todas con saris coloridos y sus velos a juego. La anfitriona las dirigió hasta la gran sala.

− Por favor tomen asiento, y sean bienvenidas, a este mi nuevo hogar. – Les saludó. – Estoy esperando el retorno de mi marido, que regresará en unos días. – Les informó, acordándose de los documentos que había leído hace poco, repuso. – Me llamo Fátima. –

− ¡Hola, Fátima! – Le respondieron casi al unísono.

Se fueron presentando todas una a una.

− Me llamo Nejihah. – Se presentó la que parecía que llevaba la voz cantante.

− Yo me llamo Fadilah. – Dijo la mujer menuda y regordeta, que parecía la más amistosa.

− Syuhada Anis me dicen a mí. – Dijo una chiquilla en el que en su vestimenta predominaba el color naranja.

− Yo soy Syahira. Encantada de conocerte Fátima. – le dijo la joven que posiblemente tendría su misma edad. También parecía embarazada.

− Me llamo Haji Farah. – Se presento con voz áspera esta última. La reconoció, era la que se había peleado con otra mujer por Nicklas. En sus ojos vio brillar una chispa de envidia, y algo más profundo e inquietante. Odio.

− ¿Cómo estas Fátima? Me dicen, Anira. ─ Se presentó la mujer de mayor edad, la única vestida enteramente de negro. Tendría unos setenta años, le supuso Fátima.

Les preparó él té y se lo sirvió demostrando los modales aristocráticos que aprendió, al convivir con su marido.

Ellas se dieron cuenta inmediatamente, con este servicio de la diferencia de clases que había entre ellas y la anfitriona.

Tenían curiosidad por saber de dónde venía y como había conocido a su marido. Pero al ver la educación exquisita y los modales de clase alta, se contuvieron, no fuese a ser que la ofendiesen.

 La charla transcurría hablando de su vida cotidiana, de los vecinos y las costumbres del lugar. Fátima les preguntaba curiosa por donde estaban las tiendas y bazares. Como no conocía la zona todas se ofrecieron a acompañarla.    La conversación se mantuvo animada por varias horas. Esto es algo que Fátima agradecía ya que estos días se sintió sola. Muy sola con su desesperación e incertidumbre. Disfrutaba, ahora, de la compañía de estas mujeres.

Haji Farah, permaneció callada todo el rato. Pero, su mente buscaba la forma de menospreciar a esta nueva vecina. No podía decir nada de la casa, estaba impecable, ella, también estaba bien aseada, sus modales exquisitos… una idea cruzó por su cabeza y empezó a darle forma.

La conversación seguía muy animada, y con unos juegos de mesa, estaban entretenidas.

− ¡Oh…! Parece que se mueve. – Dijo Syahira, moviéndose sobresaltada. Llamando la atención del grupo.

− Tranquila, eso es normal. – La consoló Anira, la más veterana. – Cuando tengas tantos hijos como yo, ya no te sorprenderás, y hasta será molesto. –

− Entonces, ¿Cuántos hijos tiene usted? – Curioseó Fátima

− Jovencita, son tantos que a veces no me acuerdo de sus nombres. – Comenzó a contar la señora, pero Syuhada Anis la interrumpió.

− Mama, por favor no empieces. Dile los hijos que tienes, pero no le cuentes tu vida, como haces siempre. –

− Que lo cuente. – Corearon las demás. Y así Anira le contó de sus dieciocho partos, teniendo toda la atención de la audiencia. Aunque las aquí presentes conocían las historias, siempre le resultaba grato escucharlas de nuevo. Pero lo más importante para ellas era ver las expresiones de Fátima, que no las defraudó.

Fátima, sintió empatía con la mujer, al describir la muerte a la edad temprana de alguno de sus hijos. Asumió el dolor, que sintió en los partos difíciles. Y se le hicieron nudos en la garganta, ante el dolor de madre despechada por sus hijos varones, y la ternura que recibía de sus hijas aun solteras.

 Relató la muerte de su marido, cortando árboles para la nueva plantación del monarca, al venírsele encima una rama que lo atrapó y destrozó su cuerpo. Aunque la maltrató esporádicamente, ella decía que era un buen hombre, todavía. Aunque Fátima se sentía horrorizada. Pero también entendía a Anira.

Haji, la miraba con el ceño fruncido. Sus ojos reflejaban algo maléfico.  Cuando Fátima y ella cruzaron las miradas, Fátima se asustó. Pero no quiso ser grosera y le devolvió una sonrisa encantadora. Reacción que aun pareció molestarla todavía más.

− Se nota que tienes buenos modales. Posiblemente has sido educada como criada o sierva de unos grandes señores, ¿no? – Comentó Haji al fin, intentando humillarla.

− ¡Oh, si! – Responde Fátima. – Desde muy niña fui instruida, en servicio y protocolo para atender a los invitados de mi patrón. – Mintió ella ya que eso lo usaría de excusa para no llamar mucho la atención. – Y ahora puedo dedicar todo mi aprendizaje a mi esposo. Espero que se sienta muy feliz conmigo. – Decía mirando de reojo a Haji.

− La verdad que no entiendo a este hombre. – Replicó Haji. – Con la de mujeres hermosas, buenas y libres. No me explico, como se puede conformar con una sola esposa. Con su riqueza puede atender a tantas como el sultán. –

Las demás la miran asombradas. Sabían que estaba encaprichada de Nicklas, pero no creyeron que se atrevería a hablar así a la bella esposa de Nicklas.

− Yo pensé lo mismo. − Manifestó Fátima. −Me sorprendió mucho cuando me lo comunicó. Pero como soy huérfana. La familia de mi señor se lo puso muy difícil, alegando que habían invertido mucho en cuidarme, educarme, para ahora perder esa cantidad de capital invertido en mí, aparte de mi belleza. – Al decir esto último, se ruborizó. – Fue el motivo, por el que le reclamaron una dote muy grande. Y el ahora, mi esposo, puso todo sobre la mesa. Sorprendiendo a mi patrón. En cambio, mi boda fue muy pobre. Sin familia que asistiera por mi parte y algunos amigos por la parte de él. – Hizo un gesto de resignación mientras fingía tristeza, pero, recuperando la sonrisa. – Pero me dijo, que celebraríamos la boda, aquí, con sus amigos y conocidos. – Finalizó.

Todas quedaron asombradas, ya solo, por su delicada belleza, la dote seria elevada, pero, su excelente educación, combinada con la formación de servicio doméstico, elevaba más la dote.

Y eso era algo, que Nicklas, no encontraría en Biang. Todas la felicitaron nuevamente. Estas mujeres ya la habían aceptado, con alguna renuencia, sí, pero ya era una de ellas.

 Al anochecer la reunión se dio por finalizada, aduciendo estas que tenían que realizar las labores de sus casas.

− Habéis visto que presuntuosa es. – Le escucho decir a Haji mientras se alejaban. – Seguramente no será una buena esposa aquí, porque es más delicada que una flor. –

− Haji, como puedes ser tan cretina, Nicklas la eligió a ella, porque es hermosa, sí, pero también es muy organizada. – La defendió Najihah. – No dejes que los celos te ofusquen. –

− ¿Celos? ¿ yo?. Ni pensarlo, de ese mujeriego. No tardará mucho en aburrirse de ella, y el necesita una mujer con coraje, y no una dulce doncella. – Se defendió Haji. – Él tiene un carácter fuerte, y esa “princesita”. – comentó con retintín. – le resultara insulsa y empalagosa. –

− Que mala boca tienes. Asúmelo, Nicklas la eligió a ella, y se ve que tuvo que pagar una buena dote. Supongo que ella no lo ama. Por ahí quizás, puedas tu intentar seducirlo para que te preste atención. – dijo Fadilah. – Cuando se canse de que sus sentimientos, no sean correspondidos. Además, como has dicho es un picaflor. Eso tampoco sería bueno para ti. –

− Pero yo merezco ser la esposa, no esa … −

Fátima ya no escucho más, pues se alejaron de su campo auditivo. Ya sabía, que Haji Farah, andaba detrás de Nicklas. Pero le asustaba que pudiese tomar algún tipo de represalia.

 Fátima regresó al interior de su hogar pensativa. “Si Nicklas falleció en el terremoto ¿Cómo podría explicar su estancia aquí?”  ciertamente, cada día que pasaba sin noticias de él sus temores aumentaban, la intranquilidad y desasosiego la rendían. Y ahora una mujer celosa se había fijado en ella.

− ¡Nicklas! ¿Dónde estás? – Dejo escapar un suspiro, asustándose de su propia voz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nicklas observaba como Mariana le hacia las curas a Haakim.

       − Date la vuelta Haakim. –Le ordenó ella dulcemente.

 El muchacho se giró dolorosamente. Y se asentó en el lecho, apoyando su cabeza en los brazos. Ella le fue retirando los apósitos con cuidado, mientras lavaba las heridas desinfectándolas. Se decidió a retirar los vendajes de las heridas debajo de los omóplatos. Su cara se puso blanca. Y las arcadas fueron la siguiente reacción a lo que vio.

El hedor a carne en descomposición lleno la habitación. Unos gusanos blanco grisáceos, estaban en la herida.

− ¡Nicklas! ¡Nicklas! – Llamó con la voz rota.

− ¿Qué pasa Mariana? – Preguntó el aludido.

− ¡Mira…! – Le enseñó ella su pútrido descubrimiento.

− Tranquila, no es tan grave como parece. Casi es algo bueno, los gusanos se están alimentando del tejido necrosado. –

− ¿Gusanos? – Reaccionó Haakim. – ¡Quitádmelos! – Se revolvió en la cama el muchacho con movimientos sincopados.

− ¡Está te quieto! – Le gritó Mariana.

− ¡Quítamelos, quítamelos, quítamelos! – Chillaba histérico el chiquillo.

Con paciencia y mucho cuidado, Mariana y Nicklas extrajeron una a una las larvas, después lo lavaron bien, y Nicklas añadió una solución desinfectante a base de cloro de su propia creación.

− Me enseñé a hacerla para tratar las heridas de bala y de cuchillería que he tenido a lo largo de mi vida como mercenario. ¡Y no han sido pocas! –

Con cuidado y mucho temor dejó al descubierto la otra herida de los ganchos. Pero esta estaba bien, se curaba adecuadamente.

Mariana preparó un antibiótico y se lo dio a beber al dolorido muchacho.

Este, se lo tomó de un trago, poniendo cara de amargor al final.

− Creo que nos tendremos que ir mañana. – Comentó Nicklas. Los miró a los dos. – En Biang hay un pequeño hospital, y el dueño me debe unos cuantos favores, lo atenderá bien. En dos días yendo con calma llegaremos. –

− Si, creo que es lo mejor que podemos hacer. – Concordó Mariana.

Temprano, por la mañana, una pequeña embarcación, surcaba lentamente la corriente del turbio río. Los tres ocupantes cabizbajos, miraban absortos la superficie del rio.  Eran dos varones y una mujer. No hacía frio alguno, realmente, pero ellos iban cubiertos con unas mantas. Podía vislumbrarse que la embarcación estaba llena de víveres.

No había salido el sol, y estaba oscuro, los sonidos nocturnos, dejaban de oírse, dando paso a los gritos y llamadas de los animales matutinos. Solo se oía el zumbido quedo del motor de la embarcación, que ahogaba el rumor del agua. A lo largo de las horas, navegando por interminables meandros, la claridad del alba los envolvía dejando ver el rostro de la selva que los abrigaba.

Un desprendimiento en la orilla izquierda, los hizo girarse la cabeza. Asombrados, vieron como un pequeño grupo de árboles y rocas fueron tragados por el rio, arrastrando perezosamente sus restos. Afortunadamente los dejaron atrás, no representando así un peligro para ellos. Nicklas ante este suceso se mostró más atento a los posibles troncos hundidos que se esconden en el lecho turbio de la corriente de agua.

 A pesar de sus preocupaciones, Mariana, vivía esto como una aventura fascinante. De vez en cuando, ojeaba a sus compañeros de viaje, volviendo a ensimismarse en sus pensamientos.

Haakim, sufría en silencio, con gran estoicidad, el dolor de sus heridas. Se daba cuenta de lo cuidadosa que era la conducción de la nave, por parte de su compañero, pero, aun así, no podía evitar el envite de muchas ondas, que sacudían bruscamente la barca.

En algunos claros se veían viviendas o pequeñas aldeas. A medida que avanzaban rio abajo, este se hacía más ancho y más profundo y las corrientes más traicioneras. Tras un recodo vieron una gran área libre de árboles.

Sekolah Kebangsaan Kubong. – Explicó Nicklas.

− ¿Y…? – Pregunto Mariana.

− Nada, que en unos minutos, llegaremos a Bukok. – Respondió este. – Allí pararé para coger un encargo que tengo. –

 Unos minutos más tarde pasaban por debajo de un puente moderno con bastante tráfico. A Haakim le hizo gracia la resonancia que había bajo el puente. Haciendo reír a sus compañeros de viaje con las tonterías que decía y reverberaban en las paredes.

 Se adentraron más por el afluente, tras pasar por debajo de otro viaducto, orillaron en una parcela que tenía algo así como un apeadero. La vivienda con su tejado verde, era amplia. Nicklas saltó y ató la lancha a un arbolillo. Se acercó a la puerta de la casa, llamando.

De ella salió una mujer que era el vivo retrato de él. A los testigos del encuentro les sorprendió el fuerte abrazo en el que se enlazaron. También los sorprendió, que hablasen en otro idioma, Mariana entendía algunos sonidos, otros le eran familiares. Recordó que sus abuelos hablaban de una forma similar. Sí, era ese idioma, castiliano, una forma del español que apenas sobrevivía en Filipinas, y otras zonas de influencia española en indonesia e islas del pacifico. No era español propiamente dicho, pero si usaba muchas palabras de esa lengua.

Nicklas les presentó a su hermana pequeña, Marina, que significaba “del mar”

− Se parece a mi nombre, pero el mío significa, María y Ana, la mamá y la abuela de Jesús. –

− ¿Te refieres al profeta de los cristianos? – Preguntó Haakim.

− Creo que sí, no estoy segura. –

Después de dos horas de amena charla con su hermana esta se tranquilizó, ya que tras el terremoto ocurrido en Timor temía que hubiese perecido. Al conocer los detalles, verlo sano y bien era todo lo que necesitaba. Les dio algunas cosas que los viajeros agradecieron.

Después de insistir, se quedaron a comer en casa de Marina.

La comida fue abundante, la señora de la casa se esmeró en la elaboración y presentación de la comida.

Nicklas les explica que su hermana fue cocinera durante años en un hotel de cinco estrellas, durante varios años. Dejando sorprendidos a los dos jóvenes.

Tras la despedida, emotiva, por parte de los hermanos, prosiguieron el viaje rio abajo.

El rio se ensanchaba cada vez más; y múltiples embarcaciones surcaban sus aguas en todas direcciones, desde humildes botes de pesca, hasta lujosos yates.

Nuestros protagonistas navegaban lentamente casi dejándose llevar por la corriente del curso fluvial. Llegando a las proximidades de Limbang, tomaron la bifurcación del rio de la izquierda bordeando la isla de Pulau Kibi.

− Tomaremos este desvío, para evitar los controles aduaneros y fronterizos de Limbang. – Les informó Nicklas.

No tardaron mucho en llegar al estuario del rio. Dejando atrás el Sungai Kibi. A esa hora el calor ya se hizo intenso, y los mosquitos muy molestos. Sus picotazos se transformaban en erupciones rojizas que escocían intensamente.

La marusía y la descomposición de algas, penetraba profundamente por sus narices. dejando a su izquierda la pequeña ínsula de Pulau Siarau. Se adentraron en el estuario del rio Sungai Temburong, la corriente aquí era más fuerte que en el rio que habían dejado atrás. 

− Nicklas. – Llamó su atención Haakim. Cuando el aludido prestó atención, continuó. − ¿Nick, creo que vi un cartel cuando estábamos en Rataie, indicando que Biang se hallaba a tres millas? ¿Porque no fuimos por carretera? –

− Porque tenemos muchos víveres en la lancha y alquilar una camioneta, aparte de que es caro, nos harían muchas preguntas incómodas sobre nuestro cargamento. Además, así despistamos a alguien si nos sigue. Podrían suponer que nos dirigimos a Bandar Seri Begawan, que sería la dirección más lógica de la ruta que llevamos. –

− ¿Y por qué nos iban a seguir? – preguntó Mariana.

− Me dio desconfianza, los policías que vinieron ayer a casa. Estos no se mueven de su comisaría si no están investigando algo en particular. Conozco como actúan los funcionarios en este país. Es mejor despistarlos, y creo que esta es la mejor manera posible. –

− ¡Que suspicaz eres! –

− Mas que suspicaz, soy prudente, en este país se vive muy bien, con las ayudas estatales, y no quiero perderlas. Y mientras no regrese mi patrón estaremos tranquilos por un tiempo. Después si actúa de acuerdo conmigo o no. Tal vez tenga que huir. –

− Tranquilo. Tu jefe no te molestará en absoluto. – Añadió Haakim. – Fue una víctima más del terremoto al igual que la mujer que te acusó. – Explicó.

− ¡Hah! Es bueno saberlo. – Suspiro este.

La travesía por el rio continuó sin más incidentes manteniendo conversaciones de acontecimientos y recuerdos de Nicklas, de cuando exploró la zona hace unos años. Así llegaron a su destino.

En su destino, atracaron en un pantalán de madera.

− ¡Esperad aquí un momento! − Les dijo Nicklas

Mientras Nicklas amarraba la embarcación, ella tiraba del cabo, para arrimarse más al apeadero. Él, haciéndoles señas de que lo esperaran, se echó a correr por el pantalán.

Al cabo de unos minutos, un vehículo todo terreno se aproximó al inicio del armazón de madera, maniobrando para darse la vuelta, se puso con el maletero hacia el pantalán. Del vehículo bajó Nicklas, dirigiéndose a donde dejó la barca con sus compañeros de viaje.

Mariana estaba sacando los bártulos de la nave y Haakim le ayudaba acercándole los paquetes de menor volumen y poco peso.

Nicklas se echó algunos sacos en sus hombros y con pasos firmes y decididos los llevó al vehículo. En pocos minutos terminaron de vaciar el bote.

Nicklas ayudó a Mariana a sacar a Haakim de la barca. El muchacho se dejó hacer, y se sentó mientras, Nicklas ayudaba ahora a Mariana a subir al pantalán. En cuanto aflojaron el cabo, la barca se alejó unos metros, arrastrada por la fuerte corriente del rio. Nicklas sujetando fuerte la cuerda, arrastró el bote hasta la orilla.

Una vez, terminada la operación del amarre, se dirigieron al todoterreno, ayudando entre los dos a caminar al muchacho. Se acomodaron en su asiento y Nicklas se dirigió a su vivienda.

Cuando se aproximaba a su casa vio un grupo de mujeres ataviadas con sus mejores galas; Él se extrañó, cuando reconoció a algunas de sus vecinas.

− ¿Y estas que habrán ido a hacer a mi casa? − Se preguntó en voz alta. − ¿Y, la espeluznante de Haji, también va con ellas? ¡que extraño! −

Ellas se quedaron viendo el vehículo que las rebasó. Algunas de ellas alzaron las manos en señal de saludo y reconocimiento.

− ¿Ese es Nicklas? − Dijo Syahira. − Estaba acompañado de una joven sin velo. −

− Eso parece. − Comentó Fadilah.

− No he tenido tiempo de verla. − se disculpó Anira.

En el coche, Mariana las observaba por el retrovisor.

− ¡Que vestidos más lindos usan! − Exclamó

− Eso es lo que me extraña. Normalmente, visten con ropajes mucho más modestos o viejos. Y ahora van tan engalanadas…− Reflexionó Nicklas.

Enseguida las perdieron de vista, pero algunos minutos más tarde divisaron la casa de Nicklas.

Desde el mando del coche, Nicklas abrió el portalón de la entrada, penetrando en su propiedad, fue hasta el garaje, directamente.

Al salir del garaje, en una repisa, Nicklas alcanzó unas llaves, yendo directo a la puerta principal. Ascendió con paso rápido por las escalinatas, llegó a la puerta, al intentar meter la llave la puerta se abrió.

Nicklas abrió los ojos como platos, mientras que, del interior de la casa, brotó un grito agudo, de sorpresa y alegría. Unos ojos de mujer lo miraron llenos de estupor y al mismo tiempo de alivio. Él llegó, por fin…, llegó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                              

 

 

 

 

      

     

 

 

 

      CAPITULO X

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

u

nos miles de quilómetros de distancia, en la otra parte del mundo, a los pies de un viejo tejo: Tres hombres con aperos de labranza, estaban buscando algo entre las raíces; El sudor corría, por sus cuerpos, mojando sus ropas.

 El sacerdote, más corpulento y fuerte, movía algunas rocas, sufriendo heridas en las manos, su cara sucia, con manchas leves de sangre de limpiarse el sudor con sus manos.

Hans, se sentó en una piedra, sacando su teléfono del bolsillo. Tras realizar la conexión.

 − ¡Hola Noa! −

− Hola doctor Hans. − respondió la mujer al otro lado del aparato.

− ¿Podrías venir hasta Mallorca en cuatro o cinco días? −

− ¡Pero, doctor! Yo iría encantada, pero no tengo con quien dejar a mis nenes. Y a mi marido no sé si le darán vacaciones ahora en su empresa. −

− Noa, necesito que vengas aquí, nos hacen falta tus conocimientos de investigación. Como nosotros estamos haciendo labores de trabajo de campo. Te necesitamos para que realices pesquisas en internet y otras redes de información. Os pagaré el viaje y la estancia a toda tu familia. Pero quiero que vengas pronto. −

− Doctor Hans, todo esto es muy precipitado, tengo que consultarlo con mi esposo, y desplazar a los niños es muy angustiante. Pero si mi marido está de acuerdo y puede venir conmigo, pues iré. − Dejando en claro, Noa, sus problemas para desplazarse así, tan de repente.

− La verdad, es que también me gustaría que viniese Javi. Sus conocimientos también nos podrían venir bien. ¡Tú tráelos, yo los invito a unas vacaciones! −

− Bueno, veré que puedo hacer. No prometo nada, ni tan siquiera se lo aseguro. Si convenzo a mi esposo, que seguro deseará volver a Mallorca… No sé si en su trabajo, con tan poco tiempo de margen le darían vacaciones. −

− Creo que eso no será un gran problema… Si lo echasen del actual empleo lo contrataría yo mismo. Sus conocimientos son un diamante, y es una lástima que no los aproveche más. − Reflexionó Hans.

− ¡He encontrado algo, vengan! − dijo el profesor Jelinecki.

Santiago, salto con una agilidad increíble, para su corpulencia y edad, yendo directamente a donde el profesor había encontrado la posible capsula del tiempo de más de mil años.

Hans avanzó con más tranquilidad mientras se despedía de su interlocutor.

El sacerdote consiguió extraer el cofre que parecía plomo de lo pesado que era. Bueno, estaba recubierto de plomo y parecía que era de bronce en su interior.

− Espero, que no esté muy deteriorado, el contenido. − dijo el profesor.

− Parece que esta sellado herméticamente. − comentó Santiago, el sacerdote.

Hans tomo el pesado paquete con forma de cofre y lo miro cuidadosamente.

Dejando el paquete de lado; volvieron a remover la tierra y las rocas, para dejarlo, todo de la forma más parecida al estado original posible, guiándose por las fotografías, que habían tomado previamente.

Una vez terminada su labor, tomaron con mimo y cuidado su preciado tesoro, volviendo de regreso al lugar donde se hospedaban. Los huéspedes sintieron lástima por el aspecto que presentaban. Pero ellos, felices con su hallazgo no le dieron importancia.

− Como hasta ahora, deberíamos mantener este hallazgo en secreto. − Comentó el ministro de Dios.

− Si, por lo menos que podamos investigar tranquilos. − Aprobó Hans.

Se reunieron todos en el cuarto del profesor Jelinecki.

− He llamado, a mi socia, Noa, que es una detective muy eficiente y nos será de gran ayuda, tanto para investigar, como si alguien nos investiga o nos persigue. Además, su marido tiene unos conocimientos teológicos, sobre antiguos cultos, religiones y dioses de todos los continentes. Me ayudó varias veces a transcribir algunas escrituras antiguas, de Turquía. Aunque me intriga su forma de ser, tan misteriosa. Lo malo es que vendrán con sus tres chiquillos. − Les informó Hans.

− ¡Noa y su marido! − exclamó eufórico Santiago. − ¡Me encantara verlos! ¿Y ya tienen tres niños? Como pasa el tiempo. −

− Hans, si tu confías en ellos, yo no pondré ningún impedimento. ¿Pero, no nos causarán problemas con los niños? − Se conformó Jan Jelinecki. ─ Además, si nos pueden ayudar, cuantos más seamos mejor. −

Tenían delante de ellos un recipiente que contenía algo misterioso, y tenían ganas de abrirlo, pero el temor a deteriorarlo se lo impedía. Se miraban mutuamente, pero no se decían nada, volvían la vista al objeto intentando descubrir por donde abrirlo.

Al no saber que contenía, no querían arriesgarse. Fuese lo que fuese su valor histórico era incalculable. Tenía forma semicilíndrica de unos treinta y dos centímetros de largo por catorce de ancho; su forma, recordaba a un cofre, estaba recubierto con plomo, con su tono gris oscuro característico, pero en algunos lugares este tenía fallas, y ahí se adivinaban matices azul verdosos de la descomposición del bronce. Posiblemente, la, o las personas, que lo ocultaron recubrieron, el pequeño cofre de plomo fundido para protegerlo de la corrosión y del paso del tiempo.

Pero, ¿Qué contenía? Esa era la pregunta clave, ¿realmente tendría algo que ver con su investigación?. Las preguntas estaban ahí, en el aire, la respuesta solo la obtendrían al abrirlo.

− ¿Que haremos después de abrirlo y estudiarlo? − Preguntó Jan. 

− Esto es expolio patrimonial, y es un delito en este país. − Respondió Santiago. − Lo mejor, pienso yo, sería dejarlo otra vez donde estaba. Intentando manipularlo lo menos posible y dejar que otros lo descubran. −

− Sí…, me parece bien la idea, pero, los que lo redescubran cuando hagan sus estudios lo considerarán un fraude, y lo relegarán a un intento de estafa. − Comentó Jan.

− Eso a la larga nos beneficiaría, ya que nos permitirían estudiarlo sin poner tantas pegas. − decía Hans extrayendo una navaja de su mochila.

Sujetó el objeto y con la navaja peló el plomo buscando una hendidura o algo que le ayudase a descubrir lo que había dentro. Encontró una cerradura, pero esta estaba atascada por el metal gris.

− Va a ser complicado extraer este plomo, de aquí. − musitó Hans. – Sí…, el recipiente es de bronce, y del bueno. ¡Mirad! − Dijo mostrándoselo a sus compañeros. − Donde no ha estado expuesto, brilla como nuevo. − Los demás asintieron con la cabeza.

Santiago lo tomó con las manos y miró unas líneas.

− Hans creo que tiene inscripciones debajo del plomo. −

− Déjame ver… −

− Si, toma. − Entregándole de nuevo el objeto.

− Pues si Santiago, tienes razón tiene algo escrito. Pero no parece latín. −

El padre lo estudia fijamente.

− El alfabeto si es latino, pero las frases no. − Dijo el aludido. Parece una forma arcaica del euskera o del aquitano. Intentaré transcribirlo y si puedo traducirlo cuando lo limpies. − Declaró el sacerdote. Y así, con paciencia Hans fue limpiando cuidadosamente el cofre misterioso.

 

 

 

 

 

 

Una gigantesca nave cruzaba el espacio, en su barriga millones de seres, alineados en batallones, listos para entrar en batalla, eran transportados a un nuevo campo de batalla. Son aliados del imperio y se desplazaban a un nuevo lugar para combatir a las fuerzas de Heylel.

− ¡Todos a sus puestos! ¡Estamos llegando al destino previsto! En torno a dos horas, tendremos a la vista nuestra nueva base de operaciones. − Ordenó e informó una voz dura a través del sistema de comunicaciones de la nave de transporte.

Desde el puente de mando los seres que operaban allí veían como se aproximaban a un sistema estelar, a medida que reducían su velocidad. Ellos tenían la misión de transportar tropas y terraformar los planetas o satélites para que estos pudieran montar destacamentos allí. Después se alejarían a buscar nuevos contingentes e instalarlos en nuevos enclaves estratégicos.

Finalmente, se detuvo al lado de un planeta, de dos veces el tamaño de la tierra. Pero, al lado de la nave, era menos de la mitad de su tamaño. El planeta parecía una blanca bola de billar. Gigantesca, sí, pero totalmente blanca y lisa.

Millones de naves más pequeñas comenzaron a salir de su costado en una hermosa coreografía, que recordaba los movimientos sincronizados de los cardúmenes de peces, o aves, alejándose de la nave nodriza, desplazándose alrededor del níveo planeta. En breves minutos el blanco y liso color del planeta comenzó a mutar. Se veían pequeños puntos oscuros que iban creciendo con formas similares a las manchas de un leopardo. Cada vez más abundantes. Al acercar el zoom de las pantallas se veía que eran gigantescas explosiones térmicas, que estaban fundiendo los hielos y generaban calor para formar una atmósfera primigenia. Esta operación duró unas setenta y dos horas.

A partir de ahí todas las naves pequeñas se retiraron de la superficie, ahora líquida y gaseosa. La nave nodriza, se aprestó ahora a bombardear; con rayos gamma, rayos X, térmicos, y otros rayos cósmicos concentrados, en las superficies recién creadas. Generando un ambiente de reducción acelerado para hacer habitable este mundo para los seres que tendría que vivir ahí a partir de ahora.

 De repente sonó una alarma.

− Divisada una flota enemiga que se dirige hacia nosotros. Prepárense para la defensa. − El sonido robótico del locutor se detuvo en seco. − Les habla el gobernador de la nave, mil trescientos dos, terrafomacion Altaír. En veintidós horas nos alcanzará una flotilla enemiga. Detengan toda la operación y aprestémonos a defender la nave y sus recursos. ¡Regresen todos a la nave de inmediato y en orden! − El enjambre de naves retornó a la nodriza, ante la orden dada. Pero otro tipo de naves se posicionaban alrededor, de forma defensiva.

Una llamarada y una de esta naves desapareció, segundos después varias llamaradas y sendas naves de combate también siguieron el mismo destino.

− ¡Nos atacan!, ¡Ya están aquí! −

Se escuchaban por los intercomunicadores de los vehículos de combate.

En una nave situada al estribor de la nodriza a unos ciento cincuenta mil quilómetros; Con todos los sentidos atentos, los indicadores de la aeronave, buscando objetivos. Pero no veía ni localizaba nada. El piloto estaba nervioso, esta iba a ser su primera acción real. Vio como naves de las suyas, unos miles de quilómetros delante, eran destruidas en explosiones silenciosas. El solo veía los destellos, y cientos de sus compañeros desaparecían sin dejar rastro alguno.

Era una guerra, lo sabía… pero el miedo que sentía no se lo quitaba nada. Realmente estaba asustado.

A su costado de repente su compañero empezó a disparar como un loco hacia el infinito. Entonces lo vio, al recibir los impactos de su compañero, una nave enemiga. Apuntó con su visor al adversario, lo vio bien en el visor, marcó el objetivo. Ya lo tenía, disparó. Vio una fuente luminosa… y desapareció. El frio espacio fue su tumba. Pero su muerte no fue en vano, su disparo dio de lleno en el blanco, inutilizando su defensa. Sus compañeros la remataron.

No cantaron victoria pues una sola nave destruyó muchas de las propias. La invisibilidad de esta nave, preocupó a los comandantes. Pues no las verían, hasta que los estuviesen atacando: el enemigo, con un solo disparo les destruía las propias; y las de la flota, necesitan dos disparos para destruirlas.

El comandante militar ordenó colocar en primera línea de ataque naves viejas, deterioradas y de poco valor para descubrir por donde atacarían las fuerzas de Heylel; y en la tercera línea de defensa, las naves de ataque, y detrás de estas, las naves defensivas. Del vientre de la nave nodriza, salieron tres naves de gran tamaño que fueron al planeta, con la misión de instalar un fuerte defensivo.  Una avanzadilla de drones, de pequeño tamaño, partió en busca de más naves enemigas, se encontrarían con ellas entre diez y doce horas según las previsiones. Estos drones alcanzaban altas velocidades ya que no portaban seres vivos, pero por su tamaño pequeño tenían poca autonomía. La idea del comandante era colocarlas como minas, y si pueden, espiar los movimientos enemigos.

Un grupo de guerreros imperiales, con sus trajes articulados semejantes a armaduras, pero con sistemas hidráulicos y mecánicos que les permitían multiplicar su fuerza y agilidad, se desplazaban por los costados exteriores de la nave nodriza. Como tenían libertad para decorar sus armaduras a su gusto, sus diseños eran muy llamativos. Realmente eran unas escafandras robotizadas y blindadas. Su forma era humanoide, pero con seis extremidades, eran algo así como un cruce de insecto y centauro; pero uno de ellos era diferente era bípedo, con brazos y alas como de ave, probablemente era algo decorativo, pues en el vacío espacial no se puede volar. Estaban explorando la nave en busca de desperfectos y otras averías para reportarlas a los mecánicos reparadores. Ellos eran uno de los muchos grupos exploradores que estaban recorriendo la gran nave interestelar.

Llevaban unos veinte quilómetros recorridos, cuando encontraron una zona dañada. Exploraron las cercanías del impacto.

− No es un impacto de disparo, parece que un meteoro colisionó con nosotros. − Comentó uno.

− Fíjate bien; no hay rastro de rocas, ni de arena, ni de carbonización alguna. Y el impacto es bastante grande. −

− ¡Pulstar, mira! − Avisó el ser alado.

El aludido vio en la dirección indicada; abrió los ojos como platos, a través de la armadura no se veían, una nave enemiga semi oculta en el fuselaje.

− ¡Atención a toda las unidades, en el sector seiscientos veinte y cuatro, coordenadas, G nueve, T veinte.! Hay una nave enemiga posiblemente tenga enemigos dentro. Solicitamos refuerzos. − Dijo el tal Pulstar, por el intercomunicador.

Su compañía extrajo sus armas y se parapetaron entre los salientes, para ocultarse y protegerse de algún posible enemigo.

 ¡Blam! Una sombra, cayó sobre Pulstar destrozando su armadura de un golpe, esparciendo sus restos por todos los lados. Ese individuo, se largó corriendo, intentando despistar a los asombrados compañeros; que no reaccionaron a la sorpresa del ataque perpetrado contra su compañero. El individuo alado fue el primero en reponerse y responder a las preguntas del intercomunicador.

− ¡Pulstar ha sido abatido!, ¡repito, Pulstar ha sido abatido! − Informó. − Hay un enemigo por lo menos en la nave. Albedo esta conmocionado todavía. ¡Voy a perseguir al agresor! −

− ¡No haga tonterías Lux-Matrix, solo sígalo, pero no lo enfrente hasta que lleguen los refuerzos! Evite a toda costa cualquier combate. − Le ordenaron por el pinganillo (audífono).

− ¡De acuerdo, recibido! Solo lo rastrearé. − Reportó, poniéndose en marcha.

La zona donde se había estrellado la nave enemiga era bastante uniforme y despejada; pero el fugitivo huyó hacia una parte más intrincada, con unas estructuras de varias decenas de metros. Realmente parecía un bosque de estructuras metálicas y antenas, y tenía varias decenas de quilómetros cuadrados de extensión.

− Me va a resultar difícil, a mí solo, encontrarlo aquí. − Se dijo para sí mismo. Se adentró en el laberinto buscando rastros del adversario.

Miraba atentamente en todas direcciones; arriba, abajo, a la izquierda, a la derecha. Tratando de hallar alguna pista por donde desapareció.

Los sensores de su armadura tecnológica no veían nada extraño, ninguna señal de alarma.

¡De repente se dio cuenta, que cuando eso cayó sobre su compañero los sensores tampoco lo detectaron!

 Activó la visión normal, consideró que este ente no era detectado por su tecnología. Así vio como un halo de humo rosáceo que avanzaba por el laberinto. ´

Minutos más tarde, llego a una especie de callejón sin salida, y la sustancia rosada era más intensa. Prestó más atención a lo que le rodeaba. ¡Lo vio! Mejor dicho, lo descubrió ocultándose a una decena de metros.

Recordando la orden de no agredirlo, hasta que no llegasen refuerzos, se propuso vigilarlo desde allí. Por si acaso, buscó un lugar tras el que parapetarse. Lo encontró a unos metros detrás suya a la derecha, como una caja metálica con un pequeño tubo saliente. Y allí se ocultó.

Después de esperar un buen rato, Albedo pregunta por él, por sus coordenadas.

− Te envío punto de localización. −

− No recibo señal alguna de Lux-Matrix. − Confirmó Albedo

− Atención Albedo, me escuchas. −

− Nosotros hemos perdido contacto con él, en el sector T. − Oye por el audífono. Lux se fija entonces de que su armadura está dañada.

− Seguramente es una baja más. − Sigue escuchando por el intercomunicador. Mas órdenes e instrucciones siguen llegando a sus sistemas auditivos. Lux-Matrix está preocupado, como y cuando dañó su armadura.

Notó una sombra sobre él, Albedo levantó la cabeza. El miedo lo cogió por sorpresa, se había descuidado, posiblemente este era su fin, pero, lucharía, alzó sus armas.

El disparo brotó, pero no alcanzó nada, se perdió en el espacio. Pero eso, eso estaba encima de él. Pero el efecto del miedo, había hecho acto de presencia. Se había cagado, literalmente, de pavor.

 El tiempo pareció detenerse, todo pasaba muy lento. Pero era él, el que estaba paralizado. Sintió como algo penetraba la armadura llegando a su cuerpo. Sintió el dolor y como se deshacía lentamente en miles de pedazos. Por fin todo negro.

− ¡Atención a todas las unidades! El agresor ha abatido a Albedo también. −

 Lux-Matrix, escuchó la noticia a la vez que lo sobrevolaba una nave aliada

Sintió el dolor de la impotencia. Esa maldita cosa había matado a sus dos camaradas. Se enojó; y mucho. Salió de su parapeto y fue a donde había dejado a su amigo. Ya no le importaba morir; buscaba venganza. Ahora si se movió con prisa. Y llego al lugar donde estaba la nave enemiga, había varias naves aliadas con el blanco fijado en ella. Pero no le importó. Quería destrozarlo con sus propias manos.

Un nutrido grupo de soldados también se aproximaba velozmente.

Lux-Matrix se dijo que si no lo hacía ahora sería tarde. Se lanzó a la nave enemiga, una deslumbrante llamarada y una nave aliada recibió el impacto de lleno desintegrándose, instantáneamente.

Un último impulso y saltó a esa extraña nave. Cayó sobre la nave, a primera vista no había señales de puertas ni hendiduras. Pero si vio donde estaban los cañones fotónicos, o lo que coño fueran. Apuntó su arma a los anclajes y les disparó; el primer disparo fue reflejado, pero como siguió avanzando disparando a bocajarro, aunque las chispas rebotaban con fuerza y lo golpeaban también, consiguió romper la estructura, cayendo los tubos lanzadores al suelo.

Prosiguió disparando en la zona dañada sin escudo protector desintegrándola poco a poco. Penetró en la estructura de la nave, cincuenta centímetros, cuando, noto a su espalda una presencia, se volteó, y ahí estaba eso, le disparó, pero no le hizo nada.

El individuo se sacó el casco dejando al descubierto su rostro.

−- Hola Lux, te había reconocido y no quise herirte. −

− ¡Tú…! − Exclamó, recibiendo una descarga que lo dejó inconsciente. Lo agarró como un guiñapo, y lo introdujo en la nave, saliendo disparada al espacio.

En la nave fugitiva el tripulante comunica el siguiente mensaje:

− Localizado el objetivo, capturado el objetivo, extraído el objetivo. Misión en fase tres −

− Entendido. Prosiga con la misión en curso. Vuelva a comunicarse, por este mismo canal cuando logre llevar a cabo la fase cuatro. − Cortándose la comunicación.

− ¡Tú…! −

− ¡Vaya ! No haces más que repetirte. −

− ¿Cómo demonios me has encontrado? − Preguntó Lux.

− ¿Pues…?, verás…, como que, …soy un demonio, ¿No…? −

Lux-Matrix se asombró del valor de su captor. Después de reconocerlo, mejor, reconocerla.

− ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me raptas? −

− Son muchas preguntas…, pero me contrató tu padre, para que te convenciera de regresar a casa con los tuyos, ¡Por las buenas o por las malas! Yo opte por la última opción. −

− ¿Y para eso manda toda una flota? −

− ¡Ah, no…! − Sacudiendo, en forma de negación, la cabeza. − Esa flota no tiene nada que ver con nosotros, pero su presencia hizo que aceleráramos nuestra operación de rescate. −

− ¡De secuestro! Diría yo. − Interrumpió Lux-Matrix.

− Llámale como quieras. Pero tu padre lo ordenó y yo cumplo sus órdenes. − Continuó. − Entiéndelo Lux, esta no es nuestra guerra y tú, eres muy importante para tu padre. − Se interrumpió al ver dos naves similares ponerse al costado.

− General Aurorboreas, ya estamos todos, solo hemos perdido al cretino de Solpor. −

− ¡Bien, Capitán, ¡Completado nuestro objetivo! ¡Vámonos a casa! − Ordenó la tal Aurorboreas.

− ¡A sus órdenes mi general! −

− ¿General? − inquirió Lux. − ¿Desde cuándo? −

− Muchas cosas cambiaron desde que nos dejaste Lux. − Dijo esta. − Muchas, menos mi amor por ti. − Lo miró al rostro aun protegido por el exoesqueleto mecánico. − Cuando tu padre inició tu búsqueda me ofrecí voluntaria para buscarte y traerte de vuelta. Se que lo que te hice en el pasado no estuvo bien, Lux, pero permíteme redimirme por haberte fallado. −

− ¡Está bien, no sigas! No escarbes en heridas que no se han cerrado. Sintiéndolo mucho; yo, no puedo perdonarte. Destrozaste con tus acciones mis creencias y mis principios. −

− Vaya… Me apena profundamente escuchar eso viniendo de ti. Pero lo aceptaré. − dijo con profunda tristeza en el tono de su voz. − Pero, aun así, intentaré ganarme tu absolución…, mi señor. −

− ¡Yo no soy tu señor! Ya no, te dejé atrás hace tiempo y me alejé de vosotros. Inicié una nueva vida lejos de vuestras intrigas. ¡Pero no! ¡No podíais dejarme en paz! − Se quejó él. − Y a ti era el último ser que desease ver. Por eso me apunté a expediciones de rastreo por los confines de las galaxias. Para no volver a veros a ninguno de los dos. −

− Tu hermano descansa en paz, ya. Se arrepintió mucho del daño que te hizo. Y, yo también, la verdad que también me arrepiento mucho. Se que ahora ya es muy tarde para eso. Yo…− Se interrumpió sollozando. − Yo…, yo, creí que, para ti, yo solo era un juego, un pasatiempo. Lo siento mucho…, tu hermano me hizo creer que solo jugabas conmigo, y el despecho hizo el resto… −

− No sigas. No quiero escucharte. No quiero recordar nada de vuestro engaño…, solo quiero olvidarme de todo. ¿Qué se murió mi hermano? ¡Que se joda! Si se hubiese muerto antes nos habría hecho un favor a todos. − Se desahogó Lux.

− ¡No hables así de tu hermano! ¡No te lo consiento! − Dijo ella, levantándose del panel de control. − Él fue quien me apoyo en tu ausencia. Escuchó mis tristezas, consoló mis penas. El arregló mi corazón. Pero yo no pude arreglar el suyo. Por tu culpa nunca pude amarlo. ¿Por qué? ¿Por qué me tuve que enamorar de ti? ¿Por qué? Él se desvivió por mí, y nunca, nunca pude corresponderle. Eso, tu huida, sentirse el causante del corazón roto, de vuestros padres. Esa culpa, terminó siendo más fuerte que él. Enfermó y por más tratamientos curativos aplicados. A pesar, de la poderosa magia curativa de tu madre, se dejó morir por el sentimiento de culpa. − Lloró ella.

Lux-Matrix abrió la boca para responderle, pero la cerró de repente, sin emitir ningún sonido. Decidió no hablarle. Lo mejor es ignorarla y estar calladito.

Fuera de la cosmonave, el espacio parecía detenido, se veía como se acercaban y desaparecían asteroides y otras rocas solitarias. Estaban alejándose del centro de esa galaxia.

El líder de esta operación dio la orden de saltar a la hipervelocidad lumínica. La general Aurora, estaba tecleando las nuevas cifras de coordenadas para saltar a la velocidad indicada, cuando la nave recibió un impacto.

− ¡¿Qué mierda pasó?! − Dijo esta. − ¡Joder! Ahora que hemos alcanzado la velocidad máxima, algo nos golpeó. −

La nave se desplazaba sin dirección por el espacio.

Después de realizar sus cálculos Aurorboreas comprendió, los había alcanzado un disparo.

 La nave estaba severamente dañada, no se podía pilotar, y a la velocidad que iban ahora, no había posibilidad de salir, para hacer alguna reparación. Viajaban ahora en paralelo a otra galaxia, en el cuadro de controles vio la información de Andrómeda. Pero la advertencia de peligro de colisión con otra galaxia en frente la puso otra vez al mando de la situación.

Estaba incomunicada, y ya que no podía pedir ayuda, ni pilotar la nave, empezó por ordenar la reducción de velocidad. Cada minuto que pasaba, veía a la galaxia enfrente acercándose velozmente. Miró la identificación de esta, en sus visores. − Vía Láctea. ¡Eh! Así que es aquí donde nos extraviaremos… − pensó en voz alta.

Dirigió su mirada hacia Lux-Matrix. Con el exoesqueleto que tenía puesto no le veía el rostro.

Pareciendo adivinar el pensamiento de ella la parte de la armadura que cubría su cara se descubrió.

Ella se deleitó viéndolo.

− Lux -Matrix. Hemos sido alcanzado por los disparos de alguna nave desconocida. Estamos a la deriva en el espacio. − se dedicó a informar a su prisionero. − La misión ha fallado. He reducido la velocidad para que nos detengamos y no estrellarnos violentamente contra cualquier objeto celeste. Según la guía, la galaxia se llama Vía Láctea. −

El la miró firmemente, pero no dijo nada. Poco a poco bajo la mirada a los pies de ella. Y volvió a cubrir el rostro ocultándolo a la vista.

−Por lo que veo tus estadísticas, de combate y vitales, han superado tu nivel, de cuando luchábamos juntos, dos niveles más y serás tan poderoso como un magnetar. − Reconoció Aurorboreas. − Me superas por mucho, como cien niveles. Teniendo en cuenta, que de un nivel a otro hay mil puntos de poder. Y yo solo he subido seis niveles, entrenando diariamente todos los días. Y ya me consideran muy poderosa. − Se interrumpe para echarse a reír, imaginando la escena, de cuando los grandes guerreros de su raza conozcan el nivel de Lux-Matrix, quedarán aterrados de su poder.

Se detiene en sus pensamientos, mira a su prisionero… dándose cuenta, se le erizó la piel de terror. Si él quisiese…, ¡Uf…,! La hubiese aniquilado sin esfuerzo.

− ¡¿Por qué te contuviste y no me mataste cuando te atrapé?! − le preguntó. − ¿Por qué? − Como un susurro, se pregunta más a si misma que al cautivo.

− He entrenado duramente durante mucho tiempo, para olvidarme de vuestro engaño. Me hice terriblemente peligroso, y me asusté a mí mismo. − Se detuvo pensativo. − Y limité, mi nivel de poder.  Me enrolé en el ejército imperial, y así alejarme, más y más de ese mundo. Pude eliminarte, pero algo en tus movimientos me trajeron recuerdos. No sabía que eras tú, hasta que te descubriste. Entonces me deje hacer. No quiero volver a casa. Por lo que este impacto me alegró, al desviarnos. No sé dónde recalaremos. Pero me da igual… − Respondió él.

Desde las pantallas se veía la gigantesca galaxia de Andrómeda, estaban adentrándose en la órbita de la materia o polvo intergaláctico que era vastísimo y radiactivo. Los ojos de ellos, veían como quedaba atrás esa galaxia. La computadora de la nave, identificó el punto de colisión; a unos cientos de miles de años luz, para nosotros. Para la velocidad, que se desplazaba la nave, eran unas cuatro horas más o menos. Es un planeta gaseoso que orbita alrededor de una pequeña estrella amarilla.

− Tenemos un problema… − Se dijo Aurorboreas para sí misma, pero en voz alta.

− Te equivocas, el problema lo tienes tu. A mí no me afectará la colisión, ¿pero, a ti…? − Dijo él.

 − Sé que tú me protegerás. − Dijo esta. − Conozco bien tu personalidad, jamás dejarás que alguien más débil, sufra. −

Ella lo mira, con su cabeza inclinada. Para nuestro gusto sería un ser repugnante, pero tenía ese algo, como de animalito herido, que nos despierta cierta atracción o ternura. Él, la mira fijamente, a unos apéndices, que resultan ser una combinación de células fotosensibles, son el equivalente a nuestros ojos.

El color de la membrana o piel que le cubre el cuerpo, es de un color difícil de descifrar para nosotros; un color gris claro, con matices azulados y rosados, tirando hacia el lila, con una sombra marronácea en los pliegues.

Acercó su cara al prisionero, intentando ver a través de la escafandra que lo cubría.

− ¡¿Sabes…?! Realmente, no temo a la muerte. Y también, en vista de que no puedo alcanzar tu amor, tampoco me importaría mucho vivir. Pero…, resulta que lo que yo más deseo, es tenerte, que me perdones, tener tu venia. Deseo que me ames. Pero si no es así, solo te amaré yo; seré tu sombra hasta el fin de tus días, te cuidaré, te protegeré. Aun así, yo sea despreciada y vilipendiada por ti. Esta será mi forma de redimirme ante ti. Si sobrevivimos en este mundo nuevo yo seré tu coraza. − Con mucha emoción iba desgranando esta declaración de intenciones.

− Tu misma has cerrado la puerta a mi interés, por ti. Me da absolutamente igual lo que hagas. Si quieres ser mi esclava o sierva, allá tú. Yo no te obligaré a nada. ¡Pero, me parece muy idiota, someter tu vida a un capricho sin sentido! − Replicó él.

− Se que nunca entenderás mis sentimientos. Lo entiendo y asumo. ¡Te lo ruego, mi señor déjeme servirle fielmente hasta el fin de mis días! No interferiré en sus asuntos, si se enamora de otra. Lo entenderé. Pero no olvide nunca, que yo soy suya y de nadie más. −

− ¿Y, si por necesidades te entrego a otra persona? −

− Entiendo que eso podría ocurrir. Como su sierva, obedeceré ciegamente lo que me ordene. Pero, me destrozaría separarme de usted, mi señor. –

Lux-Matrix se quedó pensativo unos momentos. Después de unos minutos replicó.

 − Aunque me impresionan tus intenciones, mi larga vida me ha enseñado, que lo que se hace una vez, se vuelve a repetir otra. He asumido que tu traición fue culpa mía. Por eso no voy a darte opción a una segunda oportunidad. − 

Mientras hablaban el espectáculo estelar de miles de millones de estrellas, como arena del mar se quedaba atrás. La nave diminuta de apenas unos treinta y cinco metros de diámetro, y doscientos de largo, surcaba el mundo sideral disminuyendo progresivamente la velocidad, volteando sobre sí misma, como los radios de una rueda, su color es rojo a castaño oscuro. En su interior seis tripulantes y un prisionero.

 La general Aurorboreas volvió sobre sus pasos y se sentó en el panel de control.

− Atención a toda la tripulación, al habla con ustedes la comandante de esta expedición de búsqueda. Hemos recibido daños severos en la estructura de la nave. − Aurorboreas, comunicaba preocupada la situación en la que estaban, a los tripulantes. − Hemos perdido contacto, con nuestros compañeros y la base. Nos dirigimos en ruta de colisión con algún cuerpo de una galaxia que tenemos enfrente. He dado las órdenes de reducir la velocidad para disminuir los incidentes del impacto. Por los víveres, estad tranquilos, de momento, tenemos víveres para varios años. La capacidad vital de la nave con nosotros siete, es de varios miles de años.  − Les tranquilizó. − De todos modos intentaremos reparar los desperfectos cuando reduzca su velocidad, hasta los veintiséis kilómetros por segundo, a esa velocidad, si, podemos salir al exterior para ver si la podríamos reparar. −

Se dejo caer exhausta en el asiento. Girándose, miró a Lux-Matrix, y le habló.

− Lux, la verdad es que no tengo ni puta idea, de cómo solucionar este problema. La nave va loca, sin poder cambiar su rumbo. Va totalmente a la deriva. Y no sé cómo detenerla. No sé, ni si tan siquiera, si la podremos reparar. −

En ese mismo momento Lux se liberó de las argollas que lo tenían retenido como si nada.

− Ya me parecía extraño que tú siguieras cautivo. ¿Por qué no te liberaste antes? − Le dijo ella.

− En parte, porque quería saber lo que pretendías y por otra, ver como reaccionarías a mi liberación. Pero como ya descubriste mi poder, no tiene lógica alguna que siga pretendiendo ser un debilucho. − Confesó. − Bueno… − Suspiró fuertemente, y volvió a coger aire, profundamente. Sorprendiendo por la intensidad a la fémina.

− ¿Que ha sido eso? − Preguntó sorprendida.

− ¿Qué?  ¡Oh! ¿Esto? Se llama respiración. Permite llenar tu cuerpo de materia del universo, haciéndote más fuerte. − Le respondió él.

− ¿Y cómo lo haces? −

− Es una técnica muy difícil, tardé casi tres años y pico, en dominarla. −   Confesó, con el orgullo de alguien, que consigue algo increíble.                                                                                                                                                         

− ¡Pues yo creí, que eso solo eran falacias o falsos mitos! −

− Yo también pensé lo mismo. Pero estaba equivocado. Ya ves…−

− ¡Oh…,! Ya estamos a punto de entrar en la zona gravitacional de la galaxia. Espero no ser engullidos por ese enorme agujero negro central. − Interrumpió Aurorboreas, trasteando los mandos de la consola. − A ver si ahora con ayuda da la fuerza gravitatoria podemos controlar la nave.

Lux-Matrix, se concentró para sentir el latido gravitacional de la galaxia. Enseguida se acopló a él, siendo el momento en que las ondas gravitacionales de la galaxia entraron en contacto con el cuerpo de él, se produjo una reacción similar a un choque sónico. La nave redujo sustancialmente la velocidad de su giro axial, a uno mucho más lento.

Y así llegó hasta la periferia de un brazo de la espiral galáctica. la velocidad de la nave amainó considerablemente. Dos tripulantes mecánicos salieron al exterior y exploraron los daños. Al regresar al interior.

− ¿Cómo ha ido? − Preguntó la general, nada más entrar los que salieron a comprobar los daños. − ¿Tiene fácil solución? −

− Mi general, su Alteza, nuestro príncipe. Sentimos mucho tener que informar de estas desagradables noticias. No, no podemos reparar la nave, de ninguna manera. Los impulsores principales están destruidos, solo funcionan los dos impulsores secundarios o de acercamiento lateral. Y los frenos de reduc ción. Lo demás esta destruido.

 

 

 

 

 

 

En otro lugar en otra galaxia, el un enorme planeta modificado, prácticamente ya era algo totalmente artificial. El soberano recibía la información de una noticia importante.

− Mi señor, la nave “el Mensajero Interestelar”, ha sido alcanzada por un disparo. Sus escoltas avisaron de su desaparición al momento de entrar en hipervelocidad. A bordo estaban la general Aurorboreas de Estela Nebulosa, el coronel Neutrón Satelital, los tenientes espaciales E.F.G. 6500 y A.J.A. 10.755, y los miembros tripulantes ABD 2000 y ZDS 9756. − El informante se detuvo, y se puso a temblar, pensando en cómo dar la siguiente información. − Esa nave transportaba también a su alteza imperial el príncipe heredero Lux-Matrix… −

− No continúes. − Interrumpió su interlocutor. − No he sentido la transmigración de sus almas. −

− Mi señor, eso puede deberse al conflicto, que hay entre el imperio celestial y los demonios. −

 −Ese es otro asunto que debo de tratar. No sé de qué lado debemos ponernos. ¡Pero, ahora lo más importante es localizar a mi heredero! Ya hemos perdido un príncipe, no quiero perder al otro. − Yendo hacia el trono, se sienta en él. − Toda orden dada desde el trono debe ser obedecida y cumplida. Es la tradición, la costumbre y la ley. −

− ¡Toda orden hecha desde el trono será obedecida eternamente y será de obligado cumplimiento para todos los siervos del imperio. −Respondieron los presentes.

− El príncipe imperial Lux-Matrix, debe ser hallado, y traído de vuelta al imperio de Ganimedes. (Elegí este nombre porque el original es impronunciable para nuestro sistema vocal). para que se ocupe de sus obligaciones. Recorran el universo entero para encontrarlo si es menester. ¡Así lo ordena el emperador y señor del imperio de Ganimedes! − Terminó la frase y se bajó del trono.

Todos los allí presentes sabían cuál era su obligación principal, a partir de ahora. Es un asunto imperial encontrar al príncipe prodigo.

No tardando mucho, miles de naves surcaron el cielo, de este planeta capital, para recorrer el universo en todas direcciones. Guerreros, soldados, caballeros, nobles, plebeyos, aventureros, mercenarios, entes de toda condición, en fin.

Mientras, en el palacio imperial, un ente, cubierto enteramente por una capa oscura, recibía a un emisario.

El emisario, agachando el rostro para no ver a su mentor, postrado como estaba, le dio su informe.

− Que el poder sea contigo, mi señor. − Saludó el esbirro. − Los elegidos, iniciamos su peregrinación para que se encuentren. −

− Sí, en cuanto descifren y encuentren el símbolo del creador, que inicien su misión. − Asintió el portador de la capa. − ¿Y de mi vástago que sabes? − Preguntó con tono de preocupación en su voz.

− Mi señor, el plan va como planeamos, hemos hecho que su nave vaya directamente, hacia el sistema solar. Allí seguramente saltaran al planeta de agua líquida. Pues solo este tiene capacidad de soporte vital para nosotros mi señor. −

− ¡Bien! Así asistirán a los seleccionados para proteger el renacer del creador. − Confirmó. − Puedes levantarte. Mantenme informado de los acontecimientos. Que el poder sea contigo. − Y diciendo esto se esfumó delante de su servidor.

− Que el poder sea contigo… − Susurró este último, irguiendo la cabeza dejando al descubierto su cara, con rasgos reptíloides. Girando sobre sus talones, abandonó la sala caminando en silencio. La pesada puerta se cerró detrás de él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     CAPITULO XI

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

M

arta lo miró incrédula, Toni le estaba hablando, y le había escuchado la confesión íntima que acababa de hacer. En su oído aun retumbaba el grito que acababa de dar. − ¡Nooo…!  − Y la suave voz grave de él. − Tranquilízate, mujer. −

Pero Toni, cerró los ojos nuevamente y volvió al soponcio vegetativo, en el que se hallaba, tras un breve periodo de ser consciente, y la inconsciencia se apoderó de él nuevamente. 

Pasaron los minutos, las horas, pero el tiempo se alargaba una eternidad, para la preocupada Marta.  Trajeron a la habitación un nuevo paciente, acompañado por una señora mayor, que estaba llorando. Las enfermeras corrieron las cortinas para darles un poco de intimidad. Una, le daba instrucciones de lo que tendría que hacer a la señora, en caso de que necesitase ayuda. También le daban palabras de consuelo, y que pronto su familiar estaría bien. Terminando su trabajo las enfermeras se fueron. El monótono ruido de las máquinas de soporte vital, era interrumpido por los sollozos de la vecina.

Ahora Marta se sentía incómoda. Estaba preocupada, pero, al mismo tiempo se sentía aliviada. Se lo había dicho por fin… Pero, si Toni lo recuerda cuando vuelva en sí, “¿Qué debería de hacer ella?” “¿Sería capaz de continuar con la separación y el divorcio que había iniciado?” No sabía qué hacer. Y verlo aquí tan lastimado, la quebraba. Siempre se portó bien con ella, él no era el malo aquí, ella tampoco… “¿Qué hago?” Se preguntaba, pero solo obtenía una respuesta. “No sé qué hacer…, no sé qué hacer.”

Se levantó del incómodo sillón, para salir a tomar un poco de aire fresco. Saludó a la compañera de cuarto con la cabeza, abrió la puerta, abandonando la habitación. El largo pasillo lo recorrió con pasos lentos. Su cabeza bullía con múltiples pensamientos encontrados; Dilemas morales, soluciones fantasiosas, problemas reales y ficticios, se daban la mano en su mente. Dudas y más dudas, no había nada asertivo, todo eran miedos y temores.

Se cruzó mientras deambulaba por el corredor con personal sanitario, médicos, enfermeras. Una voz la sacó de sus cavilaciones.

− Señora Marta. Señora Marta. −

Giró hacia la procedencia de la voz y se encontró con el ginecólogo que la atendía. “¿Cómo se llamaba? Dios no me acuerdo. ¡Que desastre!” Pensaba intentando recordar el nombre del Doctor.

− Hola… − Prolongó el saludo, intentando recordar el nombre del médico. − Buenas tardes, casi noches. −

− Hola… Siento mucho lo de su marido. −

    “Ya sabe lo de mi marido, se ve que las noticias vuelan” pensó ella.

− ¡Oh…! Dios está muy mal. Y tengo miedo… − Rompió a llorar. Se apoyo en el doctor en busca de consuelo, y lloró. El Doctor, la dejó llorar para que se desahogase.

− Enfermera… − Llamó a una que pasaba por allí.

−Sí, doctor García. − Respondió solícita esta última.

− ¿Podría suministrar un tranquilizante suave a la señora Marta? −

El doctor García acompañó a Marta hasta unos asientos próximos. Llegó la enfermera con el tranquilizante. (No digo nombre, ni marca, para no hacer publicidad del medicamento) Le sujeto el brazo y le inyecto el medicamento.

− ¿Cómo se encuentra, señora Marta? − Preguntó el médico.

− Me siento bien, parece que me está dando sueño… −

− Si, es algo normal, son los efectos del tranquilizante. ¿Me acompañaría a mi consulta, para ver cómo va su embarazo? −

− ¡Oh… Va bien no se preocupe doctor! −

− Pero ya que está aquí, es mejor cerciorarse, de que todo va bien, Marta. − 

 En la consulta el Doctor Liborio, le hizo una serie de preguntas facultativas, que ella le iba respondiendo.

− ¿Ha tenido relaciones, con otras personas a parte de su pareja habitual? −

Ella titubeó un momento, quedándose pensativa, el doctor apartó la vista del monitor y la vio por encima de sus gafas.

− ¡No…! − Dijo intensamente, terminando en un suspiro. − Sé fehacientemente que no he tenido relaciones con ningún otro hombre. − Se detuvo en su relato, pensó seriamente en si debía revelar su secreto, la podía tomar por una lunática, o decir todo lo que sintió aquella madrugada. − Pero si me pasó esto. Después de llevar unos meses sin tener relaciones con mi marido. Yo pensé que fue una pesadilla o un sueño horroroso. Pero me quedé encinta. −

El doctor Liborio, dejó de hacer todo lo que estaba haciendo para atender todas las palabras que salían de la boca de la mujer que tenía enfrente. En otras circunstancias la hubiese derivado a psiquiatría, pero, después de tener contacto con el profesor Jan Jelinecki y Hans R. Müller. Lo que le contaba esta mujer empezaba a tener cierto sentido. A pesar de las leyes, de protección de datos, él puso a grabar esta conversación en el teléfono inteligente.

Cuando terminó la consulta la acompañó a la habitación donde reposaba el marido.

 Cogió la tablilla del diagnóstico, y a medida que leía observaba al hombre que yacía delante de él, asombrándose de su titánica lucha por sobrevivir. Como médico, sabía que las próximas horas eran críticas. Entonces ocurrió el milagro.

Esa criatura que llevas en tu vientre es mío. − Dijo Toni, con voz quebrada, pero dulce y suave. −

El doctor levantó la vista asombrado de los papeles que estaba revisando y se quedó pasmado viendo la escena que se producía delante de sus ojos.

Marta abriendo sus ojos de par en par, parecía que iban a salirse de sus orbitas. Tenía cara de terror ciertamente. Toni tenía los ojos entre abiertos, las marcas de los hematomas se habían acentuado al subir la tensión sanguínea en su cuerpo. Intentaba mirarla; pero las escayolas, férulas, collarines, tornillos y correas se lo impidieron, reflejando en su cara el esfuerzo y dolor que conllevó este hecho.

Marta se deslizó hasta su marido acariciando la poca piel de la cara que estaba libre de vendajes.

− ¡Toni…, Toni…,! Qué alegría escuchar, tu voz de nuevo. ¡Toni, me has asustado y preocupado mucho. −

 − Así que me llamo Toni… − Dijo este pensando… intentando recordar. − Me acuerdo de ti… Marta…, y también de tu hija Noemí. Pero, no me acuerdo de quien soy yo. − Se calló otra vez, pensativo. Issay estaba explorando y asumiendo la memoria de Toni. − Me duele todo, estoy mareado y no recuerdo nada de lo que pasó… −

−Es normal. Después de accidentes de este tipo, la amnesia es bastante habitual. − Explicó el médico. – Esta demostrado que tras un suceso tan traumático suele suceder que hay casos de amnesia, temporal, aunque hay casos en los que el resultado es permanente. Lo asombroso es que se recuperara tan rápido, lo más habitual seria despertar del coma tras varios días. ─ Dándose cuenta de algo lo miró fijamente.  ─ Voy a llamar al doctor que está a cargo de usted. ─ Saliendo apresuradamente por la puerta. Dejándolos solos en la cámara.

─ ¿Que tal te encuentras Marta? ─

─ ¿No sé cómo eres capaz de hablar así, estando como estas? ─

─ ¡Ay…,! Me duele todo, y no puedo moverme. ─

─ Gracias Toni. ─

Siguió una charla intranscendente hasta que llegó el traumatólogo, que estaba a cargo.

El doctor Liborio llamó al doctor Hans. Pero este no dio respuesta alguna. Guardó archivos de la consulta que le hizo a Marta, y se los adjuntó al correo electrónico. Pulsó la tecla enter y se enviaron al destinatario.

Noa, estaba revisando los correos, del consultorio del doctor Hans R. Müller, y vio el correo procedente de un doctor español. Lo abrió para ver si era un trabajo o una cita.

Se sorprendió al ver la secuencias de una ecografía y los comentarios adjuntos.

─ ¡Ajá…! Esto es lo que están investigando en España, por lo que parece. ─ Se dijo Noa.

 Entonces le prestó más atención al correo y lo reenvió al correo personal de su socio. Quedándose pensativa por el requerimiento del doctor, de que comprase un viaje a España. Hace ya varios años que por culpa de la crisis tuvo que emigrar a Alemania. Fue una buena decisión, aunque al principio fue duro, ahora se encontraba muy a gusto en el país Germano.

Tenía ganas de regresar a su país de nuevo, y que su hija, que cumpliría los doce años pronto, lo conociese, estuvo en España por última vez cuando apenas tenía dos años, así que ya era hora de volver.

Su marido y ella emigraron a Alemania en busca de mejores oportunidades. Y Alemania le encantó. Pero a veces echaba de menos la idiosincrasia de vivir en España, era como decían sus amistades en Alemania vivir como un turista eternamente. Al llegar y cumplir todos los tramites trabajó como recepcionista en un hotel en colonia. La misma compañía por motivos laborales la desplazó a Múnich. Es ahí donde conoció al psiquiatra, Hans R. Müller. Al enterarse este que era española, decidió practicar su español con ella. Por motivos de trabajo, él se desplazaba habitualmente a varias ciudades de Alemania y de otros países. Es considerado una eminencia en su campo, con varios libros publicados. Lo cierto era que ella lo admiraba. Llegó a un punto en el que creía que estaba enamorada de él. Pero no, solo era admiración por su trabajo y forma de vida. En uno de sus habituales viajes, el psiquiatra trajo consigo unas notas que intentaba transcribir, era una especie de escritura cuneiforme tardía, que habían descubierto en Turquía. Ese día su marido, Javi, estaba allí conversando con ella. Noa fue a la cafetería del local buscando un café para su marido. Viendo al doctor sentado, lo saludó. Este levantando la cabeza también saludó.

─ ¡Dios, no entiendo esto! ─ Exclamó. ─ Esto no es sumerio. ─

─ ¡Pues si no es sumerio, será otro idioma! ¿No? ─ Le replicó ella medio en broma y sorprendida por la exclamación.

─ ¡Eso es! Pues claro Noa, ─ Levantó la cabeza sonriente, como si acabase de hacer el descubrimiento de su vida.  ─ ¡Eso es! Es otro idioma, ¿Cómo no me di cuenta? ─

Noa se despidió llevándole el café a su pareja. Comentándole a este el incidente. Entonces Javi curioso, se acercó a Hans y le pidió permiso.

─ Discúlpeme usted señor Hans. Pero por lo que me comentó mi esposa, creo que podría ayudarle. Si usted me lo permite. ─ Le dijo Javi al doctor, en perfecto alemán.

Este mirándolo con cierta condescendencia, con un gesto, lo invitó a sentarse.

─ Esto es escritura cuneiforme tardía. ─ Dijo Javi. ─ Pero ni es sumerio, ni babilónico, aunque las cifras coinciden con las numeraciones asirias, el texto que leo no lo es. ─ Hans lo estaba viendo, atónito, “¿Cómo es posible que este camarero sea capaz de leer esto así de fácil?, ¿O, me está embaucando?” pensaba. ─ Habla de un tal Suppiluliuma, que recibía el tributo anual, del reino, falta el indicativo, de tres mil cabezas de ganado, entre mil ovejas, quinientas yeguas, doscientos bueyes, trescientos de aves y mil de ganado caprino. Habla de la entrega de doncellas. Pero el signo de cantidad está deteriorado. Y cien guerreros hábiles con la espada, para servir al rey. ─ Javi terminó de traducir la reproducción, Hans, estaba boquiabierto.

─ ¡Que…! ¿Cómo es que sabes hitita? ─

─ Cuando era más joven, me atraían mucho, las escrituras antiguas; sumerias, asirias, fenicias, griegas, chinas, indias, etcétera. Empecé a transcribir los signos primero, después las palabras, comencé a descubrir esas lenguas y la curiosidad me llevó a estudiarlas. ─

─ Lo dices como si fuera tan fácil… ─ Dijo Hans admirado. ─ ¿Tú sabes que por ese conocimiento se pelearían las universidades por ti? ─

Y así empezó su relación entre ellos. Se asociaron en una consulta psicológica. Que dio frutos nada más empezar. Pero hasta ahora, no tuvo la oportunidad de regresar a España.

Ayer habló con Javi sobre el asunto, él apreció la idea, pero no estaba claro, que en su empleo le diesen vacaciones así de repente. Quedó en hablar con sus jefes hoy, y ella esperaba su llamada para salir de dudas. De todas maneras si él no pudiese viajar, ella iría igualmente.

Su ordenador dio aviso de recibir un correo. Abrió la página, era de su socio. Un escueto saludo, y la petición de que su marido le echase un vistazo a las inscripciones de las fotos que adjuntaba.

─ Pero ¿Qué es esto? Si está escrito en español. ─ Se dijo ella, pero, fijándose más no entendía nada de lo que estaba escrito. Envió las fotografías a Javi, esperaba que tuviese un momento libre para verlas. Se perdió viendo la foto de él en la imagen de perfil.

El cocinero, terminó de recoger la mesa de trabajo. Recién terminado el servicio del restaurante. Tras meter los utensilios en el desinfectante, le dejó el resto de la faena a los ayudantes. Se limpio el sudor de la frente, aprovechó para quitarse el chapeau, de cocinero, soltarse el mandil, dirigiéndose a los vestuarios. Tomó su teléfono, echó un vistazo a los mensajes. Como siempre abrió los de su mujer primero.

Las fotos que le envió eran curiosas. Las leyó en voz bajita, al principio no entendía los fonemas, pero se dio cuenta que cambiando la prosodia de estos, el resultado le resultaba inteligible, le recordaba vagamente al godo de Crimea. Pero era más familiar, más escandinavo. Lo releyó otra vez más, ahora en voz alta.

─ ¡Ya está. Es normando! ─ Dijo casi gritando.

─ ¿Qué pasa Javi,? ─ Se sorprendió otro compañero, recién entrado.

─ Nada. ─ Respondió el aludido. ─ Es que mi mujer me envió unas fotos con unas letras grabadas, y no sabe que idioma es. Para saber si yo lo sé. ─

─ Y lo sabes por lo que veo. ─ Le dijo dándole un suave golpecito de despedida en el hombro. ─ Que suerte tienes, te han dado vacaciones. ─

─Sí, hasta yo me he sorprendido. Les iba a pedir para la semana que viene, y me dan dos meses. Y tú las coges pasado mañana. ─

─ Ya ves cierran por reforma, dos meses. La idea era cerrar por navidades para reformar el local. Pero las empresas que se lo harían doblaban el presupuesto, y optaron por hacerlo ahora. ─ dijo pensativamente. ─ Que también hay menos clientela. ¡Qué demonios. Vamos a disfrutar de las vacaciones! Iré a Italia a ver cultura e italianos que son muy guapos. ─

─ Pues ten cuidado tal vez no sean tan tolerantes como los hacen ver en los medios. Son bastante conservadores en esos temas. ─ Comentó Javi.

─ Javi ¿Y tú que vas hacer durante esta largas vacaciones? ─

─ Mi mujer quiere ir a España. Aprovecharé para ir, y saludar a mis amigos. Ahora cuando llegue a casa le daré la sorpresa. ─ Dijo Javi echándose a reír.

─ Que te vaya bien. ─ Se despidió el compañero

Noa esperó la llamada de Javi a lo largo del día y esta no ocurrió. “Seguro que no se las han dado, por eso no me llamó.” Se decía a sí misma.

─ Llamare a Hans. ─ Se dijo Noa así misma. ─ También es raro que Javi no me haya dicho nada de las fotos. Puede que este muy ocupado. Bueno, llamaré al doctor mañana. Ahora me iré para casa. De paso recogeré a Orel, seguro que sus hermanos ya están en casa jugando con la consola. ─

Salió de su oficina, fue al lugar donde había aparcado el vehículo, cuando, abriendo la puerta sonó su teléfono.

─ ¿Sí? ─

─ Hola Noa. Supongo que estas terminando. Sabes algo de cuando sacarás el billete para Mallorca. ─ le preguntó el doctor Hans. ─

─ No sé nada todavía. Estoy esperando que Javi me diga si le dan las vacaciones. Ahora voy a por la niña que estará esperándome. Te llamaré en cuanto sepa algo. ─ Contestó ella por el auricular.

─ Vale, bueno, espero tu llamada. Buenas tardes. ─ Dijo el doctor, cerrando la llamada. ─ Aun no sabe cuándo cogerán el vuelo. Si no tendré que ir a buscarlos y traerlos. ─ Les dijo Hans a sus acompañantes. Estos a su vez asintieron con la cabeza.

Tenían el cofrecillo delante de ellos, estaba limpio de plomo, el objeto tenía una bella manufactura solo interrumpida por los caracteres grabados rudamente.

─ ¿Qué significaran estas palabras grabadas aquí? Parece que pueda ser una advertencia de los que han escondido esto. La prudencia en este caso tiene que ser extrema, no sea como una nueva caja de Pandora. ─ Comento el profesor Jan Jelinecki.

─ Si es cierto lo que vosotros pensáis, aquí puede estar oculto o sellado algo peligroso. Y si está relacionado con la criatura que está en el vientre de esa mujer. Pues me preocupa más. ─ Añadió el clérigo.

─ Hablando del rey del rey de Roma… ─ Interrumpió Hans. ─ He recibido un correo reenviado por Noa del doctor Liborio. ─ Mientras lo abría.

Los tres se aprestaron a ver lo que decía el asunto. Después de leer el mensaje y ver las imágenes, obtenidas por el ginecólogo, comprobaron, que a lo sumo todo estaba correcto. Tras la situación de estrés que estaba sufriendo la madre encinta.

─ Llamaré al doctor García para ver como tratamos este asunto, y ver si podemos ser de ayuda. ─ Hans hizo el comentario marcando los números de llamada en el teléfono. ─ Profesor Jan ¿quiere preguntarle algo al ginecólogo? ─

─ Ahora mismo no. Estudiaré más tarde las imágenes que nos ha enviado y haré una evaluación del asunto. Pero me preocupa el estado emocional de la preñada, y si eso puede ser causa o efecto de un posible trastorno en el feto. ─ Le respondió el profesor.

─ A mí también me intriga la pequeña criaturita en formación. Es un milagro, cotidiano, pero no deja de ser sorprendente de como la vida se abre camino. Aunque sea distinto, es algo maravilloso. ─ Comento el sacerdote, con cara de estar recordando algo asombroso.

─ ¡¿Hola, si…, doctor García? Soy yo Hans. ─ Dijo este último a través del teléfono en videollamada. ─ Buenas tardes. ¿Como está?. ─

─ Hola Hans. ─ Saludó al otro lado de la pantalla el ginecólogo intentando estabilizar la pantalla.  ─ Estoy bien ¿Y vosotros? ─ Los aludidos lo saludaron con la mano a través de la pantallita.

─ Ya veo que está controlando a la señora, ─ Dijo Hans con cierta dificultad en la pronunciación. Aunque hablaba perfectamente casi como un nativo, español, a veces tenía algún lapsus y cometía algún error de dicción. ─ Nosotros estamos bien. Solo nos falta descifrar lo que pone aquí antes de abrirlo, no sea que vayamos a meter la pata, y la equivocación pueda resultar en una catástrofe. Estamos jugando con cierto misterio, desconocido, pero, es apasionante. Si nuestras sospechas son ciertas, se abrirían nuevas puertas a investigaciones científicas en un ámbito novedoso. En el que el mundo científico tendría que aceptar el significado del más allá. ─

─No sé hasta qué punto sus ideas, o sus investigaciones son reales. Pero, de lo que no me cabe duda alguna es que la masa científica lo va a repudiar. Y aunque lo aceptasen tardaran años y años en dar el brazo a torcer. Porque lo que pretendéis es demostrar que las supersticiones, contra las que lucha la ciencia, son reales. ─

─ No pretendemos tanto. Solo queremos abrir una vía, en la que se puedan hacer hipótesis, que deberían ser rebatidas, y estudiadas, sobre la existencia de otras entidades, no biológicas, pero que si pueden interactuar con nosotros. ─ Respondió el profesor Jelinecki.

─ Profesor; por más que me lo explique. Mi razonamiento no es capaz de entender lo que me dice. Tengo la mente abierta a todo, pero, no soy crédulo. Me puse en contacto con usted, porque no entendía lo que estaba viendo en las ecografías. Ahora estoy emocionado, y confundido a la vez, por el descubrimiento, pero, no sabía que eso iba a afectar tanto mi vida. Me hace preocuparme más por la salud de mi paciente. Pero se acumulan casualidades que me van superando. Por un lado quiero ayudarles. Pero eso puede afectar a mi trato profesional con otros pacientes, y eso es algo que no debo permitirme. ─ Los demás escuchaban atentamente al doctor García y asentían comprensivos a sus explicaciones. ─ Ahora la familia de ella está pasando por una situación dura,

prácticamente su marido, ha sido atropellado, ha estado muerto casi por una hora, y ha resucitado sorprendiendo al equipo médico de la ambulancia y al juez. Todo esto es raro. ─

─ Perdone. ¿Has dicho, que estuvo muerto por una hora? ¿Y de repente resucitó? ─ Interrumpió Santiago.

─ Sí. He estado viendo el informe del paciente, y es bastante asombroso. Ha recuperado hace un momento la consciencia, a pesar de estar en coma, por traumatismo craneoencefálico.  Se despertó delante de mí. ¡Y no se quejó de ningún dolor! Y eso que no estaba sedado. La velocidad de recuperación de los traumatismos es acelerada. Su traumatólogo esta alucinando literalmente. Nunca vio nada similar en su vida. Y yo tampoco. Sus arterias y venas se reconstruían solas, como si tuvieran vida propia. ¿Y a que no saben que es lo primero que le dijo a su mujer al recobrar la consciencia? ─ Los espectadores del otro lado lo miraban impacientes por saber que dijo. Pero Liborio les dio unos segundos mientras los miraba curioso, haciendo la espera más tensa. ─ Pues va y le dice. “Esa criatura que llevas en tu vientre es mío.” Lo que indica que esto puede ser un extraño factor evolutivo o hereditario. ─

─ Eso también lo debemos tener en cuenta. Debemos analizar todos los factores por separado y luego ver como armonizarlos para que todo tenga sentido, o pueda ser mensurado crítica y objetivamente. Pero sobre todo debemos ser prudentes y no aventurarnos con creencias ciegas. ¡Hay que analizarlo todo pragmáticamente, para evitar vicios de forma y contenido. ─ Sostuvo el profesor Jan.

─ No soy yo el más indicado para hablar ya que mi fe se basa en milagros, pero no comparto las creencias esotéricas ni milagros sin sentido. ¡Doctor García, debe de haber una explicación más lógica y razonable que un milagro! Seguramente será algo más prosaico y natural, con poca intervención divina. ─ Debatió el padre Santos.

─ Me sorprendes Santiago, se supone que tu serias el más acérrimo defensor de los milagros. ─ Dijo sorprendido el psiquiatra.

─ No es eso. Pero supongo que todo tendrá una explicación más lógica que la que ustedes apuntan. Ya sé que es un cumulo de casualidades y causalidades, con difícil explicación. ¡Ya lo sé! Pero no debemos perder de vista, el más común de los sentidos. ¡El sentido común! Que aquí parece que se está perdiendo. ─

─ No es eso que estás pensando. Nosotros lo que estamos investigando es para poder explicarlo todo de forma racional. ─ Le rebatió el profesor. ─

Al otro lado de la pantalla el doctor Liborio García los observaba atentamente. Mientras alguien llamaba a la puerta de su despacho.

─ Sí…, adelante. ─ Ante estas palabras de permiso una enfermera entró.

─ Doctor Liborio, Marta quiere hablar con usted. ─

─ ¿Marta, que Marta…? ─ Se la quedó mirando unos segundos confuso. ─ ¡Ah…! Si, sí que estoy algo despistado, dígale que entre. ─

Marta, entró seguidamente por la puerta blanca, decorada con posters de imágenes esquemáticas de cómo es el interior intimo femenino, saludando al doctor.

─ Buenas, otra vez. Solo vengo a decirle que me tengo que ir. Tengo a mi hija con una vecina y debo recogerla para casa y atenderla. Como dejo a Toni solo quería preguntarle ¿si le podría echar un vistazo mientras yo estoy ausente? En cuanto arregle a la nena, la dejare que pase la noche con una amiga y vendré para atender a mi marido por la noche. ─

─ No se preocupe, Marta, realmente no hace falta que este aquí. Las enfermeras y los médicos lo atenderán muy bien. Usted relájese; que en su estado es primordial, atienda a su hija y mañana por la mañana vuelva. Ahora no es necesaria su presencia, y solo pasará una noche incomoda. No nos ayudará en nada. Descanse, Toni queda en buenas manos. Piense que lo van a sedar para que no sufra y descanse por la noche, y si pasase algo, el equipo médico lo atendería muy bien, no olvide que está en la unidad de cuidados intensivos, que por cierto no permite visitantes. Así que le aconsejo que se vaya a casa, cuide a su hija pequeña, y ya mañana descansada regrese. ─ Le informó el médico. ─ Y si esto la tranquiliza, echare un vistazo a su marido de vez en cuando mientras dure mi turno. ─

─ Muchas gracias doctor. ─ Le agradeció Marta al despedirse. ─ Adiós doctor, hasta mañana. ─ se fue cerrando la puerta tras de sí.

Ella revisó en el bolso si tenía las llaves del coche y el billete del aparcamiento, comprobándolo, irguió la cabeza y con paso rápido fue al lugar en el que estaba su coche. Sentada en el asiento del conductor, introdujo la llave en la ranura. Pero antes de arrancar, rompió en llanto. Otra vez llorando, se sentía culpable y aliviada al mismo tiempo. Toni lo había dicho por segunda vez, sin importar que, este hijo seria suyo. Era de él.

Se enjuagó las lágrimas, con un pañuelo de papel al terminar, respiró hondo y arrancó el coche. Salió de la rotonda y enfiló para Alcudia. Se le hizo largo el trayecto. Deseaba ver a Noemí, su hija.

No sabía cómo contarle los acontecimientos del día, pero de alguna forma tendría que hacerlo. Los quilómetros pasaban mientas ella pensaba en cómo decírselo a su pequeño tesoro. Se imaginó infinidad de situaciones, pero el actual estado de ánimo no la ayudaba mucho. Al fin llegó a la población, sin tener nada en claro.

Encontró pronto un sitio para aparcar. Al bajar del coche se dio cuenta de que no estaba preparada para afrontar lo peor, y eso podría pasar. Pero no, no, no quería pensar en eso, esa posibilidad nunca. Entonces se decidió a aplicar los consejos que leyó en multitud de libros de ayuda. Camino, a casa de la vecina, que acogía a su hija, le solicitó al universo por ayuda para salir de este trance. En ese preciso momento sintió un retortijón en su abdomen. Echándose las manos a este, lo sujetó con fuerza, y encogiéndose de dolor.  Ella no lo sabía, pero el creador, ya había preparado esta situación hace miles de años, una cantidad de tiempo insignificante para él, pero, enorme para nosotros. Llamó al timbre de la casa, le respondió una voz femenina distorsionada.

─ ¿Quién es? ─

─ Hola, soy la madre de Noemí. ─

─ ¡Ah! Marta. Sube. ─

─ No, no, tengo prisa. ¡Mándamela para abajo! Porque si subo me enredaré mucho y se me hará tarde. ─

─ Vale ─ Le dijo la voz a través del aparato, al tiempo que se escuchaba por él. ─ Noemí coge tu mochila. Tu mamá está esperándote abajo. “Vale ya voy” “chao nos vemos mañana Lucia.” ─ Escuchaba Marta la conversación de despedida. Al rato vio como su hija bajaba las escaleras apresuradamente. Marta temió por si se caía la niña. Pero al final no pasó nada. La niña abrazó a su madre con fuerza y le dio un par de ósculos sonoros en las mejillas.

─ Sabes mamá, en las noticias han dicho que un cometa, que no es cometa se aproxima a la tierra, que es un viajero interestelar. Viene de más allá del sistema solar ─

─ ¿Y eso que es? ─

─ Se llama Omuamua. Y yo pienso que es un meteorito gigante como el que mató a los dinosaurios.

─ No te preocupes, Noemí, será como los otros que pasan de largo en su órbita, se acercan y se alejan del sol. ─

─ Pero mamá este no es igual, alguno ha dicho que puede ser una nave alienígena, o algo parecido. Estos le llaman el caballero negro, pero es rojo. ¿Te imaginas mamá, que vengan extraterrestres? ─

─ Noemí, eso solo ocurre en las películas. ─

─ Mamá, el hermanito que está en tu barriga me dice que mi papá está muy malito, pero que pronto estará bien. ─

La mujer la mira fijamente, y con miedo le pregunta, aunque la había escuchado claramente, por si acaso.

─ ¿Quién? ─

─ Mi hermanito, que está dentro de ti. ─ Respondió, inocente la niña del pavor, que invadió el corazón de la madre. ─ Que no me preocupe que papi se va a curar rápido. ─

─ Pues claro Noemí, se curará pronto. ─ Le decía a su hija, mientras su mente intentaba encontrar alguna explicación lógica.

Marta llevaba de la mano a Noemí hasta el aparcamiento. Cruzándose por el camino con una joven y su perro. El cánido se la quedo mirando fijamente. Marta vio los ojos del animal y sintió una extraña sensación de familiaridad.

─ ¡Mamá, mamá! Has visto que perrito más lindo, yo quiero uno también. ─ Pidió la niña.

El perro se acercó a ellas, las olfateó, e intento lamerlas. Las había olido antes y le dijo a su compañera que se acercase a estas personas.

─Vamos Bufon, acerquémonos a esas personas. Su aroma me resulta muy familiar. ─

─ ¿Porque Azariel? ─ Le respondió la joven.

Pero Azariel no respondía, su corazón latía aceleradamente. Los ojos de esa mujer, su aroma eran irresistibles, para él. Presentía algo, algo se le escapaba. No sabía porque pero tenía todos sus sentidos puestos en ella, y en la niña que la acompañaba, le despertaba una alegría intima, reconocía de forma distante los latidos que resonaban en el interior del cuerpo de la mujer.

─ ¡Mamá, mamá! Has visto que perrito más lindo, yo quiero uno también. ─ Escuchó como decía la niña.

El cachorro, se acercó a ellas para olisquearlas mejor, le sorprendió que la niña extendiese la mano para acariciarle la cabeza. La sensación tan agradable que sintió hizo estremecer su recién adquirido cuerpo de animal. Pero cuando la mujer lo acarició con tanta ternura y dulzura eso fue el sumun de las delicias.

─ Has visto que lindo es mamá. ─ Repitió la niña entusiasmada mientras acariciaba el dorado pelaje. Pero su madre tenía otro sentimiento que la abrumaba.

Bufon, en el cuerpo de mujer, miraba la escena sintiéndose fuera de lugar. Parecía la reunión familiares que no se veían desde hace tiempo. Pero empezó a intuirlo. Mejor no causar problemas pensó, se acercó al cachorro, lo asió del collar.

─ Lo siento mucho si mi perro las molesta, es muy dócil. Pero, es la primera vez que se deja tocar por extraños, mejor dicho que él se acerca a gente extraña. ─

─ ¡Oh …! No pasa nada dijo Marta. ─ Es tan bonito y me resulta tan familiar. ─ “Si muchas emociones fuertes en un solo día.” Pensó para sí.

─ ¡Vamos Azariel, vamos! ─ Llamó la dueña de cánido.

─ ¿Como has dicho que se llama el perro? ─ Preguntó la mamá de Noemí sorprendida.

─ Normalmente nunca lo llamo por su nombre. ─ Dijo la propietaria del animal. ─ Se llama Azariel. ─

Al volver a escuchar ese nombre su pecho se sobresaltó, instintivamente llevo su mano al bolso que portaba, buscando el bolsillo que guardaba un trozo de papel doblado. Tocándolo con la punta de sus dedos se tranquilizó.

El dorado animal se alejó trotando alegre con su dueña, pero de vez en cuando echaba miradas llenas de pesar a medida que se alejaba.

─ ¿Sabes, Bufon, creo que esas personas que me acariciaron son mi hermana y mi mamá? ─

─ ¡Ya! ¿Y no te has dado cuenta de una extraña presencia formándose en su interior? ─

─ Si Bufon, parece que tiene un espíritu muy poderoso. ─

─ ¿Un espíritu poderoso? ¿Un espíritu poderoso dices? ¡Pero no te has dado cuenta de que es el alma del creador! ─

─ ¡Ah…, ya entiendo! No es mi madre, es la esencia del creador lo que he sentido. ─

─ Bueno. ─ Dijo Bufon, rascándose pensativamente la cabeza intentando ordenar sus pensamientos. ─ Y lo otro también. ─

─ ¿Lo otro? ─

─ Bueno, sí, también es posible que haya sido tu madre. ─

─ No lo entiendo Bufon. ¿Cómo es posible que me pueda comunicar contigo y no con las otras criaturas que me rodean? ─

─ Tal vez porque nosotros somos entes espirituales de base, y seguimos manteniendo nuestro sistema comunicativo intacto. Me cuesta comunicarme todavía con la dueña de este cuerpo. Debo fusionarme con ella, para entrar en sintonía con la forma de vivir aquí. ─

─ Creí que ya estabas totalmente… ─

─ ¡Que va! ¡Para nada! ─ Le interrumpió la chica que guardaba dentro de sí, el ente espiritual de Bufon. ─ Creo que cuando me fusione totalmente, no podremos comunicarnos. ─

─ Era mi mamá, y mi hermana, si fuese físico, tal vez pudiese ir de su mano, como mi hermana. Ne gusto mucho sus cálidas caricias. ─ Elucubró el perro. ─ quiero estar con ellas. ─

─ No te inquietes lo principal de la misión encomendada ya la hemos resuelto. Hemos encontrado donde está el creador.  Y él está en ella. ─ Se calló un momento. ─ ¿Dónde estarán Alduy y Issay? ─

La niña miro a la madre con ojitos tiernos haciendo pucheros, preguntándole. ─ ¿Podemos tener un perrito mamá? Porfa…, Porfa…, quiero un perrito como ese. ─

La madre todavía sobrecogida por los acontecimientos recientes; los comentarios de Noemí, el encuentro con el perro ese, que la desconcertó, el accidente de su marido, su solicitud de divorcio. Era todo muy, pero que muy irracional.

─ Si, pero cuando seas un poco más mayor. Pero por ahora no. Tu papá tuvo un accidente y está muy mal. Y yo estoy muy preocupada. ─ Le respondió a su hija. ─ De todos modos este perrito tenía algo especial, como si lo conociera, o nos conociera. ─

─ A que sí, mamá, cuando me miraba me recordó a ti que me mirabas así muchas veces. ─

─ Si, sería eso, que tiene una mirada muy humana. ─

─ Quisiera volver a verlo para jugar con él. ─

Escucharon un ladrido detrás de si y al volver la cabeza. El perro moviéndose juguetón estaba a su lado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

         CAPÍTULO XII

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

I

van regresó de hacer lo que le dijo su abuela, con el extraño aparato, en forma de garrote o bate de beisbol. Parecía hecho con una tecnología desconocida, pero de una manufactura muy buena.

─ ¿Cómo se usará esto? ─ Se pregunta en voz alta mientras lo ve de reojo. A simple vista se ve muy frágil, pero esa percepción es engañosa. Es un arma; por lo tanto es peligrosa, su uso ya está olvidado. Según, la visión que tuvo, es como una espada. Pero él no tenía ni idea ni conocimientos de cómo usar el arma de Pygrychum. El retorno de la montaña sagrada Yalping Nyeri, fue más fácil que el ascenso. Los monolitos impresionantes que allí hay, solo se aprecian realmente al estar allí frente a ellos, su imponente, majestuosidad. Pero la leyenda, que encierra el mito, hasta cierto punto fue real, el mismo tenía la prueba en el asiento de al lado.

Conducía con cuidado, pero curiosamente no estaba cansado. Recordó entonces las palabras de su ciega abuela: “─Iván, ahora ya no eres de este mundo. Tu lugar ya no está aquí. Estas muerto... no me mires así hijo mío, el demonio de la muerte te rozó y se llevó tu vida, aunque te parezca que estás vivo, es tu espíritu el que vive, te darás cuenta pronto, de que ya no eres quien tú crees. –Iván intentó responder algo tranquilizador a su abuela, pero estaba mudo, las cuerdas vocales no le respondían.  – Tranquilo hijo mío, ahora todo es nuevo para ti. Sí, Iván has despertado al mundo espiritual. Eres como un alma viva consciente. Tendrás que volver a comunicarte con tu cuerpo. ─” Esas palabras que le causaron tanto desasosiego, miedo mas bien. Empezaba a entenderlas.

Ahora mismo veía incluso con los ojos cerrados, como si estuviesen abiertos. Una voz interior muy intensa lo obligaba a marcharse de allí, a otro país. Quería hablar, pero de su garganta no brotaba sonido alguno. No respiraba, lo hacía, pero si no respiraba, tampoco se asfixiaba. Aunque poco a poco iba recuperando algunas funciones de su cuerpo. Ya podía orinar conscientemente, antes se le escapaba solo, sintiéndose avergonzado. Otro motivo de preocupación era el color naranja de su piel. Él era de un color de piel muy blanca y este color naranja que veía en sus manos lo inquietaba. También lo inquietaban esos entes que veía revoloteando por ahí, eran de todos los tamaños, desde el tamaño de diminutos insectos hasta enormes como bestias míticas. Al principio pensó que eran alucinaciones. Pero ahora entendía a su madre cuando decía que la abuela se comunicaba con los espíritus. Pero él no estaba preparado para esto. Pensar que toda su vida, estuvo rodeado de maalaqs, simplemente le resultaba increíble. No sabía si se podía comunicar con ellos, por si acaso los evitaba, no fuese que lo persiguieran.

Tendría que hacer algo al respecto, no podría pasear por ahí con este aspecto tan llamativo. Pensando, se le ocurrió una idea que quizás pudiese funcionar. ¡El maquillaje! Ahora sí, no tenía noción alguna sobre este asunto, y la amiga más cercana, con la que tenía la suficiente confianza para preguntarle por esto estaba lejos, en Moscú. Estaba ahora cruzando Komi, y se dirigía a Perm.

A ambos lados de la carretera, destrozada por el clima, solo había un interminable, bosque de coníferas. Apenas se había cruzado con nadie en los cientos de quilómetros que llevaba recorridos. Le quedaba poco combustible, y la señal de gasolinera le indicaba que la más próxima estaba a una hora. Siguió rodando preocupado en como disimular su color exótico.

 A medida que avanzó en su recorrido a lo lejos vio la tenue iluminación de un poblado, la noche se le echaba encima, pero no se quedaría a dormir allí. La gasolinera estaba al lado izquierdo de la vía, por lo que se vio obligado a cruzar la carretera.

Un hombre grande y grueso estaba en el mostrador. Con señas como si fuese mudo Iván intentó comunicarse con él.

─ Buenas tardes. ─ Dijo el hombre. ─ ¿Qué desea? ─

Iván con el gesto de la mano lo saludó, y como mejor pudo, armándose de paciencia ante la incomprensión de su interlocutor, trató de decirle lo que quería; unas bolsas de patatas fritas, caramelos, una botella de refresco grande, y llenar el depósito de combustible.

El hombre se lo quedó mirando fijamente y como si se avergonzase de algo, apartó su mirada.

Iván extrañado por la reacción del tipo se preocupó. Una vez que todo estaba servido, aprovechó para pedir un café. ¡Otra vez el mismo problema con los gestos! Recordó, de cuando era niño, los juegos de hacerse entender sin decir palabras. Como así no llegaba a ningún otro lado, que el de perder la paciencia. Tomó prestado un bolígrafo que estaba en el mostrador y escribió, no sin dificultad lo que quería. Al leerlo el dependiente exclamó en voz alta.

─ ¡Ah…, café! Lo siento. ─ Dijo con su vozarrón. ─ Por no entender las señas. ─ Acto seguido le preparó el café.

Iván se sentó en una mesita para disfrutar de la bebida caliente, con el frio que hacía sentaba bien, y evitar la somnolencia que podría afectarle durante el viaje, distrayéndose de sus cuitas. Si pretenderlo escuchó una conversación telefónica del dependiente.

─ ¿Hola? ¿La policía?. ─ Un momento de silencio. ─ Hola llamo desde la gasolinera de Syktyvkar. ─ Otro silencio. ─ Llamó porque tengo delante de mí, un hombre naranja. ─ Otro silencio este más largo, mirado por el rabillo del ojo, vio como el dependiente asentía con la cabeza. ─ Si, no puede hablar, posiblemente es mudo. ¡¿Cómo?! ¡Qué es un muerto viviente! ¿Un zombi? ¿Si no es un zombi que es? ─

Al escuchar esto casi se atraganta con el café. Se levantó para irse, momento En el que escucha como el dependiente cuelga el teléfono. Iván se apresura para abandonar el lugar con sus compras, pero es rápidamente interceptado por la enorme masa humana del dependiente. Este intenta agarrarlo, pero Iván se echa para atrás, esquivando el agarre. Intenta pasar por el lado del sorprendido hombre, pero este velozmente le sujeta el brazo con fuerza. “Duele” sintió Iván, por acto reflejo este, retrajo el brazo atrapado arrastrando al gigantón, arrojándolo al suelo. El sorprendido ahora fue Iván no esperaba este resultado. Los camioneros que empezaban a llegar al lugar miraban curiosos la extraña lucha.

Iván decide escapar ahora, pero el dependiente desde el suelo, estira una pierna haciendo que el muchacho caiga al suelo. El Dependiente salta sobre el caído poniéndose encima para que no se mueva. Iván lo empuja y lo hace volar unos metros.

─ ¡Deténganlo! ─ Grito a los allí presentes. ─ ¡Es un ladrón! ─

Iván haciendo señas de negación a estos intentó salir por la puerta, pero estos no le dejaron paso. Los empujó violentamente, arrojándolos al suelo unos metros más allá.

Se miraba sorprendido, “¿De dónde había salido tanta fuerza?” No se paró a pensar mucho en eso. Entró en el coche, los perseguidores casi lo alcanzan. Arrancó el vehículo, metió la primera marcha, pero las personas rodeaban y le golpeaban fuertemente el coche. El temor se apoderó del muchacho y este aceleró llevándose por delante a varios.

Salió del lugar y tomó la carretera principal. Al hacer el estop, vio que varios vehículos lo perseguían. Aceleró cruzando la carretera con la esperanza de despistarlos.

Notó algo raro en el coche, como si no estuviera solo. Miró por el espejo retrovisor.

Ahí estaba el responsable de esa percepción.

─ Hola muchacho. ─ Saludó.

─ ¿Q…Q…Qu…Quien eres tú? ─ Tartamudeo el muchacho. ─ ¿Eh…, puedo hablar por fin? ─ Sorprendidísimo.

─ Si, puedes hablar. Yo soy tu instructor, a partir de ahora. ─ Mientras decía esto, como si fuese humo, se deslizó al asiento del acompañante.

Iván, con los ojos abiertos como platos, estaba a punto de entrar en estado de embotamiento o estupor.

─ Atiende a la carretera o nos estrellaremos. ─ Le dijo el acompañante haciendo que volviera en sí. ─ Menos mal que tienes tu coche bien cuidado, porque nos hará falta. ─

Mirando por el retrovisor, parece que dos coches lo perseguían.

─ ¿Quién eres? ─

─ ¿Te refieres a mí? ─

Iván lo miró de reojo, la sorpresa y temor inicial estaban dando paso al enojo. ─ ¡Si, me refiero a ti! ¿Cómo has entrado en mi coche? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué es eso, de que eres mi instructor? ¿Por qué me persiguen? ─

Ante la retahíla de preguntas que le formuló, el ente con forma humana le sonrió.

─ Mucho quieres saber. Responderé a tu primera interrogación. ¿Quién soy? Cuestión difícil de explicarte. Aun eres un novato en esto, ¿Cómo te diría yo? ¿Cómo puedo explicarlo? Soy un Maalaq, una especie de espíritu, algo similar a lo que conoces por ángel guardián. Mi nombre, ha sido olvidado en el tiempo, por lo tanto puedes llamarme como te plazca. Esto debe haber respondido a tus preguntas. ¿Por qué te persiguen? Iván, porque eres diferente. Y como soy tu guardián, tengo la obligación de velar por ti. De que no te pase nada hasta que cumplamos nuestra misión. ─

─ ¿Misión? ¿Qué misión? ─

─ Veamos Iván ¿Cómo te lo explico? ─ Tras unos segundos de silencio prosiguió. ─ Has sido escogido para ayudar al creador en la protección de una criatura que lo portará. ─

─ No te entiendo. Sí, entiendo lo que me dice. Pero no comprendo porque yo. ─

─ A eso no puedo responder, porque no lo sé. ─ Respondió el acompañante.

Se cruzaron con dos vehículos policiales que se dirigían a la dirección por la que ellos habían venido. Pero, cuando alcanzaron a los vehículos perseguidores, se unieron a ellos. Poniendo en marcha el sistema acústico de urgencia. Iniciaron la carrera. Hasta este momento Iván conducía moderadamente rápido. Ahora estaba a punto de detenerse para cumplir con las autoridades. Inició la reducción de velocidad.

─ ¿Qué haces? ¡Acelera! ¡Rápido! ─ Le ordenó el maalaq.

─ ¿Qué? ¿Por qué? ─

─ Porque si te detienen acabarán contigo, pues saben lo que eres. Y no quieren permitir que entes como tu existan. ─

─ Pero si yo no hice nada… ─

─ No, no has hecho nada pero lo vas a hacer. Y precisamente eso, es lo que no quieren los demonios superiores, que controlan este planeta, que ocurra. ─

─ ¿Demonios? ¡Eso no existe, no son nada más que tontas supersticiones! ─

─ ¡Bpuf! Dios mío, que arduo trabajo me espera con este crio. ─

─ ¿No me irás a decir que los demonios son reales? ─

─ ¡Ea…! Pues sí. ─

─ ¡Eso es imposible! ¡Son supersticiones que la ciencia lógica erradicará! ─

─ ¡Iván, mira a tu alrededor! ¿Qué ves? ─

Iván lo miró a él diciendo. ─ Veo alucinaciones, pero con algún medicamento dejaré de verlas. ─

─ No son alucinaciones. ─

─ ¡Si! ¡Tienen que serlo, tú también eres una alucinación! Me estoy volviendo loco. ─

─ Por desgracia, Iván, no te estás volviendo loco, precisamente, ahora mismo tu eres la persona más cuerda que existe en el mundo. Y también, la que será más consciente de lo que está aconteciendo en el más allá. ─

Las sirenas de la policía se oían más próximas, Iván aceleró un poco más, pues durante la conversación sostenida había dejado de hacerlo. Ya estaban dejando atrás la zona urbana de Syktyvkar. Por otra callejuela otros dos vehículos policiales, querían cruzarle el paso, para obligar a detenerlo.

─ ¡Toma esa salida a la derecha! ─ Ordenó el maalaq.

Iván tomó el desvío, al tiempo que los dos vehículos policiales le cortaban el paso delante, pero el brusco cambio de dirección del coche perseguido hizo inútil su maniobra.

Iván conducía ahora por una callejuela estrecha llena de trastos a ambos lados. El maalaq, se esfumo ante sus ojos. Por el retrovisor miro como unos palés de madera vacíos, cajas y contenedores de basura diversos, se cruzaban solos en la calle haciendo barricadas provisionales. Tal como desapareció, una neblina surgió en el asiento del acompañante, haciéndose más espesa cada vez hasta tomar la forma del extraño visitante.

─ Ahora los entretendremos por un rato. Gira a la izquierda ahora y vuelve a la carretera principal. ─ Dijo cuando terminó la transfiguración.

Iván lo obedeció sin rechistar. Las alucinaciones que veía lo estaban trastornando, pensaba.

─ Tranquilo Iván, tranquilo. No te estás volviendo loco. No, solo estás viendo el mundo real, tal cual es. Lo que algunas personas intuyeron, pero solo unos pocos elegidos pudieron ver. ¡Y tú, eres ahora uno de esos privilegiados. No te preocupes, yo te guiaré y te enseñaré en tus primeros pasos, en tu realidad actual. ─

─ ¡Que me está pasando! ─ exclamó Iván. ─ ¿Qué está pasando conmigo? ─

El acompañante no le dio ninguna respuesta, permaneció callado. Esa acción puso a Iván en tensión, el silencio lo molestaba, encendió la radio, estaba terminando un tema musical. El locutor interrumpió la canción. “─ Tenemos una noticia de última hora, un ladrón ha asaltado la gasolinera de Luc, al norte de la ciudad, lo está persiguiendo la policía actualmente. Puede ser peligroso, en su huida ha causado destrozos importantes en las calles por donde pasó. Si lo ven. ─ El locutor describió el coche y su matrícula, también describió a Iván, como un monstruo muy peligroso. ─ Aléjense de él y llamen a las autoridades. ─ Después de dar este reporte el locutor dio paso a una nueva canción de la década de los noventa del siglo anterior.

─ Eso es todo mentira. ─ Dijo el muchacho defendiéndose de esas acusaciones.

─ Iván, dirán cosas peores de ti más adelante. No iremos a tu casa a Perm, es peligroso ahora. Te busca la policía, y no tardará mucho en perseguirte el estado ruso. Tendremos que abandonar el vehículo en algún lugar. Tomar otro, e ir hasta Moscú. Pero antes tengo que entrenarte.

La noche se hizo presente en medio del bosque que los rodeaba. Por el retrovisor les pareció ver a lo lejos los destellos de un coche de policía.

─ Parece que son persistentes. ─ Comentó el maalaq.

─ Nos estamos quedando sin combustible. Me llama ladrón a mí, y resulta que el ladrón es el. ─ Afirmó Iván.

En la estación de servicio que habían dejado atrás el inspector de la policía interroga a los testigos.

─ ¿Por qué le ha vendido gasolina al sospechoso? ─

─ Solo le puse menos de la mitad de lo que el pidió. ─ Intentaba explicarle el dependiente. ─

─ ¡Y cómo te lo pidió! ¿Si has dicho antes que era mudo? ¡Has hecho bien! Pero eres un idiota. Eso puede perjudicarnos si lo atrapamos y va a la corte de justicia. ¿Sabes que pueden desestimar tu caso por estafa consumada? Por tanto el será exonerado de los cargos de ladrón porque usted fue quien lo estafó. ─

─ Ya le dije que por señas. Pero señor, yo no los llamé por ser ladrón, sino, porque es un hombre naranja… ─ Explicó, el maltrecho dependiente, siendo interrumpido por el inspector.

─ ¡Cállese! ¡Hable bajo! Nadie debe de enterarse de eso… ─

─ Pero si todas estas personas vieron que era de color naranja. ─

─ Sí, pero esas personas no saben lo que se oculta tras esa condición, pero, ustedes sí. Así que tengan la boca cerrada y no nos causen más problemas. ─ El inspector dejo de hablar con el dependiente e hizo un gesto a los sanitarios para que lo atendieran. Con el radio comunicador en la mano dio la orden a los perseguidores. ─ ¡Síganlo, hasta que se quede sin combustible! Según el dependiente de la gasolinera, solo tiene combustible para doscientos quilómetros. ─

Los policías que justo iban detrás del coche fugitivo lo seguían manteniendo una distancia prudencial. Al recibir la orden encendieron la iluminación de emergencia, pero no activaron el sonido.

─ ¡Bien, vamos allá! ─ Dijo el conductor.

─ No te fíes compañero. ¿No te parece extraño, que para un simple ladrón de una gasolinera, muevan a todas las patrullas en su persecución? ─

─ No creo que sea un ladrón cualquiera. Escuche algo así como que es un hombre naranja ─ Comentó el conductor.

─ ¿Un hombre naranja…? ¿Un extraterrestre…? ─

─No, hombre… es un individuo que fue afectado por la maldición de Mundia. ─

─ ¿Mundia…? ¿Y ese quién es? ─

─ Es el ángel de la muerte según los nativos de esta zona tanto para los Komi, como para los Mansi. Cuentan que si sobrevives a su encuentro, te transformas en un muerto viviente… ─

─ ¡Un zombi! ─ Le interrumpió su acompañante, impidiéndole terminar la frase.

─ No, no es un zombi, como en las películas americanas, más bien es un berseker, como en la mitología vikinga. Un ser salvaje sediento de sangre y muerte. ─

─ ¡No me jodas, un monstruo superhéroe! ─

─ Sí, algo así. Pero real. Yo fui testigo de cómo abatieron a uno hace algunos años, en Raduzhni. Fue algo demencial. Mató un montón de soldados armados hasta los dientes, y ese tipo no llevaba nada, estaba completamente desnudo. Lo acribillaron a tiros y solo se caía para volver a ponerse en pie. Sus golpes eran impresionantes. Destrozaba paredes de edificios a puñetazos. ─ Se detuvo un momento en la historia, pensativo, recordando esos momentos de su vida. ─ Lo cierto es que yo estaba muerto de miedo. Mi unidad estaba a cierta distancia, pero al ver como destrozó un carro blindado, a puñetazos, nos impactó. Según el informe oficial, el teniente al mando de ese carro, dio la orden de detonar los explosivos. Pero yo pienso, que del pánico que sentían dispararon el cañón. Pero, como este estaba doblado, explotó el obús en el interior causando la muerte de los ocupantes. Y el destrozo de ese monstruo. ─

─ Joder que historia. ¿Entonces este tipo es igual? ─

─ No lo sé… ─ Detuvo la frase por que llegaron a una curva muy cerrada que le obligó a reducir bruscamente la velocidad.

En el vehículo de Iván unos momentos antes.

─ Iván ahí delante hay una curva cerrada, e inmediatamente des pues hay un senderillo, ocultemos ahí este coche, y cojamos el que nos sigue. ─

─ ¿Pero cómo voy a hacer eso? Es peligroso. ─ Protestó este.

─ Tranquilo, confía en mí. Aprovecharé que tienen que reducir mucho la velocidad, penetraré en el vehículo y lo detendré, ellos bajaran para repararlo, o al menos para ver qué le pasa. Ahí tu entrarás procurando que no te vean, y nos llevaremos su vehículo. ¿Qué te parece la idea? ─ Dijo el maalaq con una sonrisa de oreja a oreja.

─ ¿Qué? Que estoy loco, por hacerle caso a un ser imaginario, de mi propia alucinación. ─

─ ¡Que no soy ninguna alucinación, ni tú estás loco! Entiendo, que te sientas confundido, pero… ¡Reduce la velocidad, y toma el sendero que está ahí! ─

Sorprendido Iván así lo hizo, entró por el sendero, lo suficiente para no ser visto desde la carretera. En ese mismo momento el motor inició los fallos característicos de cuando se queda sin combustible.

─ ¡Rápido, bajemos del coche y preparémonos para emboscarlos! Tenemos muy poco tiempo. ─ Dijo presuroso el maalaq saliendo por la puerta sin abrirla, corriendo a continuación por el sendero, Iván lo siguió como un autómata.

 Se dio cuenta, que antes con esta carrera, se quedaría sin aire, era un pésimo deportista, pero ahora no sentía molestia ni cansancio alguno.

Cuando llegaron a la carretera, escucharon el ruido del motor del coche que los perseguía. No podían verlo por la espesura de la vegetación circundante. De repente el haz de luz del vehículo iluminó el borde de la curva haciéndola visible. Se escuchó el chirrido del frenazo brusco, y la reducción de la velocidad, hasta casi detenerse. El destello, de las luces centelleantes daban un cierto colorido irreal a la escena. El maalaq desapareció de su lado súbitamente diciéndole,

─ Ahora, prepárate. ─

Los policías dentro del coche patrulla, se vinieron hacia delante por la inercia tras el frenazo brusco.

─ ¡Estas loco! ─ Le increpó al conductor. ─ Casi nos matamos ahora. Pon más atención ¡Por Dios! ─

─ ¡Joder, maldita curva inesperada! ¿Quién sería el burro que decidió ponerla aquí? ─ Se quejó el conductor.

─ ¡Y ahora que pasa! ─

─ Se caló el motor. ─

─ ¡Pues arranca! Que estamos en medio de una curva peligrosa. ─ Le gritó su acompañante.

─ Eso intento, pero no arranca. ─ Dijo el aludido haciendo ímprobos esfuerzos para arrancar el motor, pero este no daba señales de querer funcionar.

Bajaron del coche para empujarlo y apartarlo de la vía. No se percataron de una sombra oscura, que silenciosamente se aproximaba a ellos, mientras se esforzaban en aparcar el vehículo en un sitio más seguro.

El conductor le dio a la manilla para abrir el capó y dejando la puerta abierta, fue a la parte delantera para abrirlo. Miró a su compañero ahora silencioso. Estaba con la boca abierta sin poder articular palabra, los ojos fijos en algo, a punto de salírsele de sus orbitas. Siguió la dirección de su mirada.

¡Un oso enorme los estaba viendo! Con todo el nerviosismo del mundo, intentó echar mano a la pistola. “─ Mierda. Como me molesta, para conducir, me quité el cinturón, dejándola en el asiento trasero. ¡Mierda! ¿Y ahora qué? ─” Se dijo para sí, rememorando lo ocurrido.

Del lado opuesto a donde estaba el oso, una sombra saltó por encima del coche atacando al oso.

Los ojos de los policías no daban crédito a la escena irreal alumbrada por las luces intermitentes naranjas y azules del techo del vehículo policial. ¡Un hombre estaba peleando con un oso, a mano desnuda!

El animal, pillado por sorpresa, por un ataque inesperado se acobardó e hizo el amago de retirarse, pero de repente se alzó sobre sus patas traseras dejando libre sus poderosas zarpas. Intentó repeler el ataque. Un zarpazo alcanzó a Iván en el costado, el dolor causado lo volvió loco y temerario. Atacó al oso con una furia, desconocida para él, ensañándose a puñetazos brutales contra el animal.

Los espectadores inmóviles, contemplaban como un ser humano de la mitad del tamaño del oso, le estaba dando una paliza de muerte al animal.

El oso sufría, pretende huir, pero la criatura que lo está atacando no cede. Ante el incesante golpeteo al que está sometido el oso se enfurece más, intenta golpear a Iván, pero este le detiene sus intentos de zarpazos. Los ojos de Iván están inyectados en sangre, la misma que recorre su costado herido. Saltando por la parte posterior del oso lo aferra por el cuello como un profesional de la lucha intentando estrangular al animal, tiene una oreja a la altura de su boca y la muerde con violencia, arrancándosela de un bocado como un tal, Tyson. El Animal herido ruge de dolor, sacudiéndose para sacarse de encima al molesto humano que le está haciendo tanto daño.

Pero, la fuerza de la presa de Iván, aumentaba exponencialmente, ahogando al oso. Ya no fluía aire para sus pulmones, el oso se sentía impotente, se asfixiaba. Se sacudía fieramente, pero no derribaba a su indeseado jinete. Iván, no lo dejaba respirar, y seguía aumentando la presión en sus brazos, hasta romper el cuello del animal.

¡El oso cayó muerto!

Todo esta acción ocurrió en menos de un minuto. Los espectadores estaban atemorizados por lo que acababan de presenciar.

Iván los miró con sus ojos inyectados en sangre de la furia que sentía. Eso los asustó más. Uno de los policías el primero en ver el oso, olía bastante mal. El terror le jugó una mala pasada. Pero él todavía no era consciente.

Una voz proveniente del vehículo rompió el ambiente místico que rodeaba la escena.

─ ¡Vamos Iván, ya está bien! ─ Le ordenó el Maalaq con voz poderosa. El joven entró obedientemente, arrancó en coche y se alejaron de allí, dejando como testigos de lo ocurrido a los dos agentes de la ley y el cadáver de un oso, que se había acercado a curiosear lo que pasaba en sus dominios…

 A unos cuantos quilómetros de donde ocurrieron los últimos sucesos, el maalaq, miró al silencioso Iván, sus ojos, antes rojos, retomaban su color natural. Su piel perdía ese brillo, volviéndose más mate. Este a su vez miro también al maalaq, en silencio.

Desconectó la iluminación de urgencia del vehículo de la policía y siguieron su marcha.

─ ¿Con que a Moscú…? ─ Iván rompió el silencio.

─ No. Ahora ya no. Ya te han descubierto. Te buscaran por todos los lugares del mundo, hasta darte caza como un animal peligroso, Iván. ─

─ ¿Pero por qué? ─ Volvió a preguntar sin entender todavía nada el joven. ─ Si yo no he hecho nada malo. ─

─ Iván, no es por ti. Es por lo que ellos creen de ti. ─ El maalaq lo miró con infinita tristeza. ─ Por lo que acabas de hacer, matar el oso con tus manos vacías. Aunque no le hayas hecho nada a las personas, eso les da igual. Te consideran peligroso y ya está. Yo pretendí alejarte de situaciones como esta, pero no contaba con la aparición del oso… pobre animal inocente. ¡Bueno, ya está hecho! Que se le va a hacer. ─

Iván lo mira. Su nuevo compañero es así como un fantasma, no, como un ángel custodio. Su nuevo compañero…

─ Como se han cambiado nuestras prioridades, tenemos que actuar de otra manera. En la población más cercana, abandonaremos el coche. Viajaremos a través de la taiga hasta que nos sintamos seguros, evitaremos todo tipo de contacto con los poblados y las personas, para que no puedan dar parte de nosotros. Bueno de ti. A mí no pueden verme si yo no quiero. ─

─ ¿Y la comida y eso? ─ Preguntó el joven.

─ No te hace falta comer ni beber, a mí tampoco. ¿Por qué preocuparse por algo inútil? ─

─ Pero si yo tengo hambre y …─

─ No. Solo tienes la costumbre, y tu mente, aun siente necesidades. Pero ya no son necesidades reales. ¡No te preocupes, ya te acostumbraras a tu nuevo ser. ─

─ ¿Y esta arma? ─ Inquirió.

─ Para eso estoy contigo, para enseñarte a usar la espada nefilim de Werthandi. ─

─ ¿Werthandi? ─

─ Si, la espada que divide el presente, del pasado y del futuro. ─

─ No entiendo. ─

─ Son tres las armas divinas guardadas en este mundo. Estas armas controlan el tiempo del universo. Y están aquí, en este planeta. Yo te entrenaré en su uso. Y si, las otras armas ya han encontrado a sus propietarios. ─ Y como hablando para sí, se dijo. ─ Ya falta poco, muy poco. Y tienes tanto que aprender… ¡Pronto de reunirán todos para iniciar la sagrada misión divina! O ¡S.M.D.! ¿A que suena genial? ─

Iván lo mira incrédulo. ─ ¿Genial, dice? ¿¡Pero tu estas tonto o que!? ¿Qué tontería es esa? ─

─ ¡Jo…! Yo pensé que estaba genial. ─ Se defendió el maalaq.

─ No me has dicho como te llamas aún. ─ Le requirió Iván

─ No tengo nombre alguno, solo soy tu espíritu guardián. ─

─ ¿Entonces, es cierto que te tengo que poner el nombre yo? ─

─ Si quieres sí, me da igual, no soy más que tu alter ego. ─

─ Vale, de acuerdo. ─ Pensó un momento. ─ Te llamaré Joe. ¿Te parece bien? ─

─ Me da igual que me llames, Joe o Eric. ─

─ ¿Cómo supiste que el otro nombre que barajé fue Eric? ─

El maalaq echándose la mano a la frente, con desesperación, le replicó.

─ Siempre me comuniqué contigo por telepatía, por decirlo así, tus pensamientos, son los míos también. ─

─ ¿Joe o Eric,?¿Joeeric, Joric, Jeric? Si te llamaré Jeric, Yeric. ¿Te gusta? ─

─ ¿Yeric…? No está mal. Vale me parece bien. ─

─ Pues no se hable más Yeric. Encantado de conocerte, Yeric. ─ Se rio Iván.

 

Los policías abandonados allá atrás en medio de la noche, caminando por donde vinieron, sin apenas ver el camino, vieron a lo lejos las luces de otro coche patrulla, alegrándose de vislumbrarlos se miraron, aunque con la oscuridad de la noche solo se veían como sombras.

─ Ya has visto, es igual… ─ comentó el que fuera conductor.

─ Si…, es igual… ─ Replicó su compañero.

─ Por cierto, te has cagado… ─

─ Si… ─

El primer coche patrulla paso de largo, el segundo los recogió, el tercero los rebasó y así continuaron la persecución del fugitivo.

Relataron lo sucedido, a sus compañeros, informando a los mandos de cómo les sustrajeron su vehículo y el emocionante enfrentamiento, con el oso.

─ Bueno, entonces. ¿A dónde nos dirigimos pues? ─ Preguntó Iván.

─ Estoy intentando comunicarme con los demás guardianes para informar de lo sucedido ahora, y nuestro cambio de planes de encuentro. ─ Le informó Yeric.

─ ¿Encuentro…? ─

─ Si el plan era reunirnos en Moscú con los portadores de las otras armas divinas. Pero ahora mismo tenemos que posponerlo por un tiempo, en el que te adiestraré. ─

─ ¿Hay otros hombres naranjas como yo? ─ Pregunta Iván.

─ ¡No, ahora mismo eres el único! ─ Responde Yeric. ─ Pero lo que tu quizás quieres saber, es quienes son las personas que nos acompañarán en nuestra, sagrada misión divina. ─

─ Pues no estaría mal saberlo. ─

─ Es muy pronto. Pero el portador del escudo del Wskuld procede de Japón, y los portadores de los cristales de Wrtd, proceden de la isla de Borneo. Y cuando nos encontremos os será revelado vuestro destino. ─

La solitaria carretera; más allá del alcance de los faros del coche, se veía negra, sin silueta alguna, solo la oscuridad los envolvía y el bosque interminable que los rodeaba, guardaba en su seno misteriosos secretos por revelar. Pero esos ya no nos atañen.

─ ¡Que exóticos, desde Borneo y desde Japón! ─ 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

         

        CAPÍTULO XIII

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

─ Yuuta. Tenemos un imprevisto. ─

─ ¿Qué ocurre Megami? ─

─Tenemos que posponer el viaje por unos días, y cambiar el pasaje a otro lugar. ─

─ ¿A dónde? ─

─ A Samarcanda. ─ Dijo Megami.

─ ¡¿A Samarcanda?! ─ Respondí yo sorprendido.

─ ¡A Samarcanda! ─ Exclamó Iván. En respuesta al comentario de Yeric

─ ¿A Samarcanda? ─ Dijeron al unísono Fátima, Mariana y Nicklas. Quisieron confirmar que no habían oído mal a Haakim.

“─ ¡Ah! ¡Hola! ¿Cómo estás? Me presento: Me llamo Hanazono Yuuta. Como estas adivinando, yo soy el que te está narrando esta historia. Soy un japonés promedio, bueno un poco menos. Hace unos días me dejó la mujer que amo. Me dijo; que ya no me admiraba, que no le aportaba nada a su vida, que se aburria conmigo. En este punto, no me voy a hacer más sangre. El caso es que teníamos un viaje pendiente a Hiroshima. Fui yo solo.

En el santuario Tsutsumigaura Shrine, intenté quitarme la vida arrojándome al tenebroso mar. Pero una diosa me salvó, o eso creo. Y ahora estoy aquí, en el aeropuerto de Nagoya Komaki preparado para coger un avión, que me llevará a Tokio. Pero esta diosa que tengo a mi lado acaba de decirme. ¡Que tengo que cancelar el billete a Moscú! Con el dinero perdido que eso conlleva, y canjearlo por otro a Samarcanda en Uzbekistán. Un lugar del que no he oído hablar nunca. ─

─ Yuuta, en realidad no soy ninguna diosa. ─

─ ¡Eh! ¿Qué estás diciendo ahora? ─

─ Soy un maalaq. ─

─ ¿Un mal… que? ─ “Pero que me está diciendo esta diosa ahora”

─ Soy un maalaq, una especie de ángel. ─

─ ¿Antes, una diosa. Ahora rebajas tu categoría y eres un ángel? ¿Me estás tomando el pelo? ─ 

─ No. Tenemos que reunirnos con ciertas personas. Pero han ocurrido unos hechos inesperados que nos obligan a cambiar de planes… ─

─ Ya ves, estoy siendo escoltado por una diosa inútil. ¡Ah, no, que ahora resulta ser un ángel! ─

─ Yuuta, no te lo tomes así. Tienes dinero de sobra, mira tú saldo del banco. ─

Hago esto que me dice inmediatamente. Si, me han reintegrado el dinero del viaje a Moscú, y hay un ingreso importante de una cuenta que desconozco. Y esto, sí que me sorprende.

─ ¿Y esta absurda cantidad de dinero…? ─

─ Es para los gastos del viaje. ¿No querrás que yo viva como una pobretona, no? ─

─ ¿Entonces suspendemos el viaje a Tokio, no?

─ ¡Tu estas tonto! ¡Mira tus billetes y tu visado! ─

Eso hago, y para sorpresa mía el visado es a Uzbekistán, y el vuelo desde Tokio a Samarcanda con transbordo en Ulán Bator. No sé cómo lo ha hecho, retiro lo de diosa inútil, o lo que sea. Creo, que la cara de sorpresa que tengo; pues esto me ha dejado perplejo, la está haciendo reír.  

El vuelo tiene varias escalas; Seúl, Beijing, Ulán Bator. Ali haremos transbordo a otra aeronave que nos llevará a Tashkent. Otro transbordo y a Samarcanda. Lugar en el que nos reuniremos para iniciar la misteriosa misión.

─ ¿En qué piensas Yuuta? ─ Preguntó megami.

─ En que esto, es una locura. ─

─ Una locura es quitarse la vida por una tontería. ─

─ Si no lo hubiese hecho, no te habría conocido, megami. ─

─ Por favor, mi querido Yuuta, no me llames megami, me hace sentir incomoda, llámame por mi nombre. ─

En este punto, el que estaba incómodo era yo. Las personas que me rodeaban me miraban de forma extraña. Podían pensar que estoy hablando solo, o que quizás por teléfono. Pero lo cierto es que estoy hablando con alguien invisible, si, invisible. Y ahora pretende que la llame por su nombre de diosa.

 ─ No puedo llamarte así. ─ Le dije entre dientes.

─ ¿Es que no te gusta cómo me llamo? ─

─ No es eso. Es que tu nombre es muy particular. ─

─ Ah. Ya veo… así que es eso… tienes vergüenza… ─

Fue interrumpida por la megafonía llamando para el embarque de mi vuelo.  Si, viajo solo, aunque me acompañe un ángel, este no existe para las demás personas. Solo yo puedo sentirlo. Dentro del avión, la azafata da la charla sobre seguridad, que si el chaleco salvavidas, que si la mascarilla que cae del compartimento superior, las salidas de emergencia. Durante esta charla yo apoyo mi cabeza en la ventana viendo el ala del avión. Inicia su recorrido para entrar en la pista de despegue. La emoción de iniciar un nuevo viaje, se combina con un intenso temor a lo desconocido.

“¡Hala! Tenía que pasar, lo sabía, tenía que hacerlo. ¡Esta diosa! Está al otro lado de la ventana, con los brazos abiertos, al viento, sonriendo, mirándome, mientras el avión despega. Yo esperaba que con la resistencia del aire, se le deformaría la cara. Pero no.”     El aparato rápido se puso en vuelo. Prácticamente, no tuve tiempo para meditar ya que el aterrizaje en el aeropuerto de Haneda, fue inmediato.

Como aún faltaban seis horas para el vuelo a Seúl decidí recorrer Tokio por los alrededores del aeropuerto. Por supuesto escoltado por mi “sombra”.

Amateratsu, ¿Podría llamarte de otra manera? Para que la gente que me escucha no se sienta incómoda a mi alrededor.

 ─ Si…, si te parece bien, llámame Ōhiru-menomuchi-no-kami. ─

─ ¿Ōhiru-menomuchi-no-kami? ─ La miré, pero no vi nada, la presentía a mi lado. Nos comunicamos por telepatía. No, más bien por comunicación intermental. Nos hablábamos con la mente. ─ ¡UN NOMBRE NORMAL! ─ Le grité. ─ Un nombre que no levante suspicacias. ─

 Sentí como se estaba riendo de mí. ─ ¿Podrías hacerte visible? ─

─ ¿Visible? ¿Cómo, de esta manera? ─ Apareciendo ante mi como un gorrión común, que se alejó volando hasta una valla, en la que se posó. ─ ¿O así? ─ Transformándose en una linda garza blanca. ─ Esta es la presencia que más me gusta usar, cuando hay niños cerca. ─ Me dijo. ─ ¿O esta? ─ Posándose en el suelo, transformándose en un zorro, moviéndose lentamente a mi alrededor. ─ ¿O quizás esta otra? ─ Convirtiéndose en un gato negro, enredándose entre mis piernas, irguiendo su cola. ─ Esto me trae buenos recuerdos de cuando tú eras un mocoso y me acariciabas con tus pequeñas manitas…, ─

─ ¡¿Qué?! ─

Cambió el color negro de su pelaje por uno arlequinado, negro, blanco y anaranjado, con los ojos azules. Los recuerdos de mi infancia volvieron.

“Era una gatita callejera, que veía al salir de la escuela. Todos los chiquillos la querían acariciar. Pero ella simplemente huía de ellos, con un elegante salto.

Siempre estaba allí, como si esperara a alguien. Ese día el abusón del cole me había golpeado muy fuerte. El dolor del puñetazo en la barriga fue muy intenso, me dejó sin aliento, pero, al caer al suelo, me hice mucho daño en la espalda. Él y sus amigos se alejaron riendo mientras decían. ─ Apártate de mi camino, debilucho tonto. ─

Y yo, llorando en el suelo dolorido y humillado por esos abusones. Intenté levantarme pero el dolor era tanto que no podía moverme. Vi otros chicos que pasaban a mi lado; me veían en el suelo, sucio y llorando, pero ninguno vino a ayudarme, en pocos minutos, ya no había nadie.

Es entonces, cuando esa gatita multicolor, me miró con esos ojitos tan azules como el cielo. Dio una vuelta alrededor de mi rozándome con su lomo, se acercó y lamió mi cara. Yo me sorprendí, no me di cuenta en ese momento, es cierto, pero el dolor desapareció. La acaricié, esa fue mi rutina todos los días de ir a la escuela, acariciar a esta gatita. A partir de entonces me hice más popular, todos los chiquillos queríamos acariciar el gato de ojos azules, pero solo me lo permitía a mí, las niñas se me acercaban para acariciar también al gatito, y le llamamos. ─ Aoi, Hitomi Aoi. ─” El nombre recordado lo dije en voz alta.

─ Que bien suena, …cuantos recuerdos me trae…, ─

─ ¿Eras tu…? ─ Pregunté ya intuyendo la respuesta.

─ Si mi querido Yuuta, era yo, siempre te he vigilado y protegido…─ Me confirmó mi sospecha de recién.

─ Siempre me pregunté por qué desapareciste de repente. ─ Pregunté.

─ Bueno, realmente no desaparecí, solo cambié mi forma… ─ Decía mientras se iba transformando… ─ de acercarme a ti. ─ …en una chica.

Mi boca se abrió de par en par, mis ojos no podían dar más de sí. La cabeza, apunto de explotarme, y yo, sin palabras. Era la estudiante extranjera de mi curso de secundaria, Miranda Blueyes, la chica popular, de la que yo estaba enamorado secretamente. Nunca le hablé directamente, me daba vergüenza de tanto como me gustaba. Su ondulado cabello castaño claro, sus ojos azules, su rostro tan blanco y tan lindo. ¡Una belleza!

─ ¡Tu! ─ Solo acerté a exclamar al reconocerla… esto es increíble, tan cerca, tan lejos. Que tonto fui.

─ Si, soy yo, también. ─ Me dijo Miranda, entrecerrando los ojos, dedicándome esa mirada por la que tanto suspiré, tan seductoramente.

─ Sabes, me estás haciendo sentir, como un idiota. ─

─ ¿Sí? Pues no ha sido esa mi intención. ─ Me mira de frente, abanica sus pestañas, y mi corazón da un vuelco, recordando esa época de mi vida, en la que estaba enamorado perdido. ─ Solo quería demostrarte las formas en que he estado vigilándote a lo largo de tu vida… ─ Y se transformó en un cervatillo.

─ Supongo que nadie puede verte ¿No? ─ Le dije preocupado.

─ ¡No! ─ Me dice. Presentándose delante de mí en forma física, corpórea, pero esta vez convirtiéndose en una mujer de mi edad, no la niña anterior.

No me quedó, más que decirle, la tan trillada frase de…

─ ¡Has mejorado mucho con la edad, y eso que estaba el listón muy alto! ─

─ ¿Te gusto mas así…? ─ Su expresión picara y seductora fue ampliada con la madurez de su presencia.

─ ¿Puedo tocarte? ─ Pregunté, al tiempo que me arrepentí de solicitar tal atrevimiento. Ella; me miró con una expresión, de chica traviesa, atrevida y de sorpresa por mi osadía.

─ Si, si no haces nada pervertido… ─ Me responde en un susurro sensual, muy provocativo, dibujando sus labios una sonrisa deslumbrante. Nunca una curva hizo a una mujer tan bella.

Me quedé paralizado mirándola fijamente. Mis manos empezaron a dirigirse hacia su faz, lentamente, deteniéndose a escasos milímetros de su piel. No me atrevía a consumar tal sacrilegio, pero, ella tomó los dorsos de ambas manos y los apoyó en su cara. Su piel es suave y tersa. ¡Ooooh! Es un tacto divino. Me pongo colorado. Me siento cohibido ahora, no sé qué hacer. Intento retirar mis manos, ella las sujeta con firmeza impidiendo que mi débil gesto se realizase. Ella acarició su cara con mis manos suavemente, mientras ocultaba esas pupilas índigo, tras sus parpados. Deslizó mis manos por su cuello, liberando un suspiro de bienestar, empezó a ronronear como una gatita, al ser acariciada. Fue guiando mis manos por sus hombros. En su cara apareció de pronto una sonrisa, de esas que ponemos cuando imaginamos hacerle una trastada a alguien.

Sus manos estaban guiando a las mías hacia sus senos, al percatarme retiré mis manos con premura, arrancándole una carcajada.

─ ¡Sabía que lo harías! ─ Me dijo entre carcajadas.

─ Parece que también te causa placer burlarte de mí… ─ Suspiré.

─ No…, no es eso. Pero, es que eres tan fácil de leer, que no me puedo resistir. ─Me dijo. ─ Pero, tal vez esa actitud tan mojigata tuya, es la que hizo que tu exnovia te dejara. Esa actitud al principio, es tan linda, pero después una mujer quiere a alguien varonil, no a un niñato… a su lado. Alguien que la escuche; la entienda, se preocupe por lo que siente, si, que sea amable como tú, pero que también la sepa tratar como a una hembra, no solo como a una princesita. ─ Me está leyendo la mente literalmente. ─ Pero sabes, la amabilidad es muy aburrida… ─

─ ¿Por qué no me lo dijiste antes? ─ Exploté. Es que las heridas aún son recientes.

─ Te lo fui indicando de muchas maneras. Cuando tus amigos no te recomendaban su compañía, cuando tu madre te decía que no le gustaba, cuando tu compañera de clase te decía que tenía algo raro, etc. Y ahora también puedo decirte que te fue infiel, bueno, ahora está con Kitaro, tu amigo de la universidad. ─

─ ¿QUEEEEE? Pero si ese tipo es un coleccionista de coños. ─

─ Ya, pero a veces las damas prefieren a alguien así, que a un torpe niño idiota. ─

─ ¡Oye! Te das cuenta de que me estás humillando. ─

─ No… no te estoy humillando. Si lo quieres tomar así, tómalo. Lo que pretendo es abrirte los ojos. Aunque yo, particularmente te prefiero, así, amable y tranquilo. ─

Me agarró de las manos y se aproximó a mí, rozándome con su cuerpo. Levantó su mirada, mirándome a los ojos, entreabrió sus labios.

“¡Espera, espera! ¿No estará, pretendiendo que la abrace? ¿no? ¿Qué la bese? Ja, solo quiere tomarme el pelo, seguro.” Pensé en esta situación.

Me envuelve con sus brazos por la cintura, y se aprieta contra mí, yo sorprendido me hecho hacia atrás, pero ella me aprieta contra sí, me abraza, pero no es un abrazo romántico o sensual, lo siento más como un abrazo, maternal… como la madre que abraza cariñosamente a su hijo lastimado… suspiro llenando mi pecho de aire y exhalándolo muy lentamente. No sé por qué, pero las lágrimas se escaparon de mis ojos…

─ Llora, Yuuta, llora, desahógate de eso que te ha hecho tanto daño a lo largo de tu vida. ─

Y si…, lloré. Lloré como cuando era un niño. Lloré por todo lo perdido y por todo lo conseguido, si, lloré como nunca.

─ Si, mi querido niño, llora y libérate de esta depresión que te tiene prisionero. ─ Me decía mientras me daba golpecitos suaves en la espalda, como dándome ánimos. Me recordaba a mi mamá.

─ Yuuta. ─ Rompió el encanto. ─ Hay alguien que nos está observando. ─

Miró en la dirección que ella mira; y veo un caballero, con un traje de corte clásico, como el de miles de empleados de este país, de color gris marrón oscuro. Pero lo que realmente me llama la atención, son sus gafas oscuras fuera de lugar, pues ya está anocheciendo. Noto como intenta ocultar su presencia.

─ ¿Quién es? ─ Le pregunto a mi acompañante.

─ Es un “spydog”. ─

─ ¿Un “spydog”? ─

─ Si. “spydogs”, perros espías, están al servicio de una secta gubernamental que se dedica a estudiar fenómenos no naturales y sucesos extraordinarios. ─

─ ¿Y cómo dieron contigo? ─ Pregunté.

─ ¡No…! No dieron conmigo, dieron contigo. ─

─ ¿Cómo? ─

─ Tras el incidente de la isla de Itsukushima. Comentaste algo de una diosa al despertar, y allí estaba un miembro de esa organización… ─

─ ¡Ah! Ya veo, así que fue eso. ─ La interrumpí. ─ Pero por mi culpa dieron contigo. ─

─ No, para nada. Te están investigando a ti. Supone que yo soy un ligue tuyo. En su cabeza no cabe la posibilidad, de que un ser divino, pueda relacionarse amigablemente con los humanos. ─ Y liberó una carcajada suave y argentina, que me hizo reír también, aunque yo no tenía muy claro el porqué.

El tiempo de asueto se terminó, regresamos al aeropuerto. Y nos dispusimos a esperar para embarcar. Y allí en medio de la muchedumbre vislumbré al individuo de antes, con el mismo traje, y las mismas gafas. Pero, ahora yo, ya no estaba “acompañado” ella se había vuelto invisible otra vez…

De todos modos me dirigí a la puerta de embarque, liándome con toda la documentación necesaria… ¡Que rollo, más problemático! Tanto papeleo y burocracia, como no tengo equipaje, me dejan pasar directamente, agradeciendo a las personas que me atendieron.

El vuelo a Beijín, transcurrió sin incidencias. Eso, si, el avión estaba lleno a rebosar, con la incomodidad que causa. En Beijín, no pue abandonar el aeropuerto. Así que tuve que estar nueve horas de espera explorando las instalaciones. Aparte de que era enorme había mucho trasiego de personas. De repente mis ojos se detuvieron en una silueta en particular. El individuo del traje gris marrón y gafas oscuras, estaba aquí también. Pero estaba hablando con otro, con el mismo uniforme, ¡Eran cromos repetidos!

Puede que me estuviesen siguiendo, o simplemente sea una coincidencia. El otro asunto que me empezaba a preocupar era la ausencia de mi acompañante invisible. No sabia si estaba, lo cierto es que no me daba señales, ni se comunicaba.

En uno de mis paseos de ida y vuelta, a la altura del aseo femenino, veo salir a una chica, extranjera, vestida estrafalariamente llamativa. Mis ojos se pierden, observándola unos segundos: La blusa, con un escote inmenso, de color rosa oscuro, combinado con un abrigo de piel, de color gris que le llegaba un poco antes de las rodillas, unas medias de rejilla, negras, cubrían sus muslos, unas botas, negras con motivos dorados,  de tacón fino que le llegaban a la mitad de estos, una minifalda, que apenas le  llegaba mas abajo, de la “zona absoluta”, y un bolso de color gris, fucsia, con motivos en negro y blanco con una cadena dorada, a total juego con lo que llevaba puesto.

Subo mi mirada hasta su cara; blanca, bien maquillada, ocultaban sus ojos unas gafas marrones, de pasta, redondas, unos pendientes de oro exagerados colgaban de sus orejas, los labios de color rojo intenso, llamaban mucho la atención, sobre su cara tan blanca, todo esto enmarcado por una pamela redonda de color blanco, con un lazo rosa oscuro, y decorado con un manojo de flores del mismo color.

Con paso firme, parecía una modelo sobre una pasarela, caminaba en mi dirección. Se atusó el pelo y se saco el abrigo con estilo dejándolo reposar sobre el brazo que portaba en bolso. Por el efecto albedo, de las luces, su falda traslucía el contorno de la figura femenina. Y mis ijares se contrajeron, como preludio a una excitación.

De pronto me hice consciente de lo que estaba mirando, y aparte la mirada, hacia los letreros que me rodeaban.

No me di cuenta de que se aproximaba a mí, hasta que escuché…

─ Hola Yuuta. ¿Te gusta lo que ves? ─

¡Vale mi sorpresa tal cual! Ya sabéis quien es ¿no?

─ ¿Pero…, de que te has disfrazado ahora? ─ Pregunté, aunque ciertamente tenia miedo a saber la respuesta.

─ De acompañante de lujo. ─ Se echó a reír al ver mi cara de desolación. ─ Tranquilo Yuuta. De momento solo tu puedes verme. Pero sentí que echabas de menos mi presencia. Y … me… presenté… ante… ti… despampanante…  ¡Pero descubrí algo! ¿Quieres saberlo? ─ Dijo, lenta, sensual, y con voz aterciopelada, seducción pura, y yo caí.

─ Mejor no… ─ Le respondí, pero me moría por ganas de saber lo que descubrió

Pizpireta, se bajó las gafas en el puente de la nariz y mirándome por encima de ellas, va y me dice.

─ Te gusto de esta manera…, te resulto irresistible. ─ Y se echó a reír, y yo me puse como un tomate.

“No se si es una diosa o un ángel, lo cierto es que se está burlando de mí”. Pienso.

─ No, no, no. No me estoy burlando de ti. Solo te estoy seduciendo para que te enamores… ─ Dice yéndose.

Se dirige a los aseos, con los dedos de su mano, me lanza un beso, me dice.

─ Espera un momento… ─ Y desaparece tras las puertas.

Me quedo pensativo. “¿Por qué me está pasando todo esto? ¿Me estaré volviendo esquizofrénico? ¿O solo son las alucinaciones de un sueño?.” Me pellizco, duele, no estoy dormido… “es increíble una diosa bellísima me esta seduciendo. ¡Espera!, ha estado cambiado de forma continuamente… posiblemente su aspecto puede ser muy diferente. ¿Cuál será su ser real?”. Así perdido en mis elucubraciones no me doy cuenta de que una persona se pone a mi lado. Y veo una mujer que parecía brillar. Es la cosa más hermosa del mundo.

─ Este es mi yo real. ─ Me dice. La boca se abre sola, prácticamente me llega al suelo.

─ Me conoces como Amateratsu, pero mi verdadero nombre, por el que el creador me nombra es Yessiyá. ─

Yo me siento ahora anonadado ante esta presencia. Me da temor.

─ No me temas, todo lo contrario, pretendo que me ames, que me entregues ese amor, que le has dado a quien no te corresponde. Por que yo si que te corresponderé eternamente. ─

La miró, me sacudo la cabeza incrédulo. Fijo mis ojos en ella… Y justo detrás veo a los dos tipos del traje gris marrón y gafas oscuras mirándonos.

La sujeto de la mano y la arrastro en una pequeña carrera y nos escondemos en un recodo estrecho entre columnas.

─ No hace falta que seas tan brusco para buscar intimidad. ─

─ ¿Intimidad? ¡Que intimidad, ni que nada! ¡Solo estamos ocultándonos de esos detectives. ─

─ ¡Ah, es eso, no te preocupes te van a seguir hasta Samarcanda! Déjalos. Nos serán de utilidad mas tarde. ─

─ Pero es incómodo estar bajo vigilancia. ¡Claro, como a ti no te conocen ni te buscan estas tranquila! ¿Pero yo… ─

─ Tranquilo, yo quiero que nos sigan, que nos investiguen. ─ Me interrumpe. ─ Eso hará que nos sean de ayuda en su momento, ellos nos protegerán. ─

Yessiyá. ¿Protegernos de que? ─

─ No me llames por ese nombre, por favor sigue llamándome Miranda. Este nombre solo debe de usarlo mi creador. Y yo quiero ser mas cercana a ti. Nos protegerán de los otros investigadores no deseados… ─

─ ¿Jah…, pero aún hay más? ─